Está cumpliendo cien años la entrañable librera austriaca –y colombiana– Lilly Bleier de Ungar. Y es una magnífica oportunidad para reconocerle todo lo que le ha dado a nuestra cultura. Siempre joven, siempre aguda, siempre dispuesta a recetar el libro preciso y a escuchar a los unos y los otros, Lilly de Ungar vino a Colombia en 1939, cuando la Alemania nazi era un hecho en Austria, con la ilusión de una vida por delante, pero sin imaginar que sería testigo, desde su Librería Central y su galería de arte El Callejón, de ocho determinantes y turbulentas décadas de la historia del país.
Como cuenta el periodista cultural Carlos Restrepo en un excelente reportaje publicado en este diario, Bleier recibió la propuesta de matrimonio de un médico mientras viajaba en vapor por el río Magdalena en busca de Bogotá, pero el destino la condujo más bien a un compatriota que era el único miembro de su familia que había sobrevivido a la barbarie nazi: el silencioso, amable, lúcido Hans Ungar. Con el señor Ungar, su esposo durante setenta años, llenó de vida la librería que se dio a conocer en el centro de Bogotá –de la avenida Jiménez al parque de Santander– y que en las últimas décadas se fue instalando en el norte hasta quedarse en su ya emblemática sede de la 94.
La Librería Central fue, y sigue siendo, un centro cultural para los grandes artistas y los grandes intelectuales colombianos: un refugio para la tolerancia, para la creatividad, para el espíritu crítico, para el rechazo de los autoritarismos –que los libreros vieron con sus propios ojos en la era más oscura del siglo XX– de un valor incalculable en esta sociedad tan dada a convertido todo –hasta los libros– en herramienta para la discriminación.
Que sea esta la ocasión, pues, para darle las gracias a Lilly Bleier de Ungar por estar allí sin falta, por sentarse en su escritorio, alerta y elegante, a la espera del momento en que un lector se encuentra con el libro que ha estado buscando.
EDITORIAL