Es llamativa, cuando menos, la manera como el lugar de Canadá en el concierto internacional y las perspectivas de su futuro a corto y mediano plazo cambiaron de manera súbita y en buena medida inesperada.
Hace unos pocos meses nadie hubiera vaticinado la escena del lunes pasado del nuevo primer ministro, Mark Carney, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, reafirmando el vínculo histórico entre ambas naciones, el compromiso con los valores democráticos, con el comercio internacional "justo", con el apoyo a Ucrania y recordando Carney que Canadá es "el más europeo de los países no europeos".
Todo porque ante la arremetida de Donald Trump con aranceles del 25 por ciento a productos de este país –salvo los automóviles, pero solo temporalmente– y la insistencia, tan preocupante como sorpresiva e inaceptable, de que su vecino se convierta en el estado número 51, el país norteamericano ha quedado en estado de alerta. Las medidas económicas de Washington amenazan con desencadenar una recesión, mientras que lo que pareció un globo de Trump en su discurso de posesión, el querer anexarse a su vecino, ante la reiteración del tema en sus discursos hoy comienza a ser un escenario que debe ser tomado en serio por el Gobierno canadiense.
De ahí la gira del sucesor de Justin Trudeau visitando a sus "aliados confiables" del otro lado del Atlántico a comienzos de semana y que incluyó también al Reino Unido. Carney, que todavía no ha dicho si será candidato en las elecciones que deben celebrarse este año, rompió así la tradición de visitar en primera instancia a su homólogo en Washington. Y es que, por primera vez en la historia de ambos países, Canadá ya no tiene en Estados Unidos a un buen vecino. Los valores de la democracia liberal, todo indica, ahora se resguardan un poco más al norte.