Un año después de la tragedia que causó en Mocoa el desbordamiento de los ríos Mulato, Mocoa y Sangoyaco, la atención del país vuelve a centrarse en la capital del Putumayo.
El aniversario de un desastre natural que cobró la vida de 335 personas, la desaparición de 53 y afectó a otras 22.000 es la oportunidad para hacer un corte de cuentas de las labores de reconstrucción, así como de lo que se ha hecho en materia de prevención.
Una lectura inicial, a la luz de las metas formuladas en un comienzo por el Gobierno, puede abrir las puertas al pesimismo. Es verdad que mucho de lo anunciado hace un año aún no se concreta.
Pero esta desazón, comprensible, disminuye si la mirada no se limita a los resultados que hasta ahora arroja un esfuerzo de enorme envergadura. Y es que, a diferencia de otros casos en los cuales, además de frustración por el incumplimiento de metas, hay indignación porque no se ve luz al final del túnel, en esta oportunidad las razones de las demoras son creíbles, y es alta la certeza de que el Gobierno Nacional cumplirá a cabalidad con la tarea.
Es un buen paso que este lunes, precisamente, se entreguen las primeras cien viviendas a familias damnificadas. Falta mucho, claro, pero habría que decir que obras como el nuevo acueducto, la nueva subestación eléctrica, la nueva plaza de mercado y las casas que faltan por adjudicar –1.100, según cifras del Ministerio de Vivienda– se han encontrado con obstáculos normales y sorteables: muchos de ellos obedecen a la necesidad de obrar de manera responsable, poniendo en práctica las dolorosas lecciones que la tragedia dejó.
Tal es el caso de las dificultades para hallar terrenos destinados a las viviendas y en donde no haya riesgo de eventos catastróficos. Hay que decir también que esta vez la explicación de los retrasos no obedece a pérdida o despilfarro de recursos o a deficiencias en la construcción o los diseños. La iniciativa, además, no está sujeta a la incertidumbre propia de los cambios de gobierno: los 1,2 billones de pesos que requiere ya están asegurados.
Al tiempo, avanzan los estudios que buscan no solo establecer con certeza la causa del desastre, sino algo fundamental para el futuro: lo que se debe hacer en materia de ordenamiento territorial para que si un hecho similar vuelve a ocurrir –lo cual es factible–, encuentre una ciudad preparada, en la medida de lo posible. Es una tarea que urge terminar en Mocoa y debe sentar un precedente para los demás centros urbanos del país cuya vulnerabilidad ha aumentado peligrosamente por su crecimiento, marcado por la informalidad y las malas decisiones en materia de planeación.
Hay que entender la natural angustia y las necesidades humanas. Pero, independientemente del afán comprensible por pasar la página y lograr que los miles de habitantes de este municipio damnificados por la avalancha vean las obras necesarias para que sus vidas continúen en condiciones dignas y más seguras, hay motivos para decir que la reconstrucción de Mocoa prosigue en la dirección correcta. Con pasos firmes, aunque un poco lentos, sin duda, pero que garantizan avances perdurables.
EDITORIAL