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El diálogo entre expertos y comunidades que tuvo lugar la semana pasada en Bogotá, durante el Congreso Internacional de Páramos y Montaña, dejó en la mesa un debate de gran importancia para Colombia: la compleja gobernanza de los ecosistemas de páramo, valiosos porque en ellos nace el 70 por ciento del agua que utiliza el país.
Luego de varios años de debate sobre qué actividades deben realizarse o no en estas áreas, y en razón de las mismas disposiciones de la Corte Constitucional, el Gobierno ha enfocado su política en delimitar los 37 complejos de páramo que tiene Colombia, un país privilegiado al contar con el 50 por ciento de los ecosistemas de este tipo en todo el mundo.
El Ejecutivo ha conseguido estudiar y determinar los límites de 23 complejos, y el mismo Presidente ha señalado que lograr el mismo trámite para los restantes es la principal meta ambiental de su último año.
Lejos de desestimar el valor de las inversiones en su investigación, lo que hoy sí resulta evidente –y fue uno de los principales ejes de discusión en el congreso– es que esta acción no implica, per se, la conservación y que las comunidades que habitan estas áreas de alta montaña reclaman una participación más activa en la definición del futuro de sus territorios.
La complejidad de estos territorios exige que su conservación trascienda la mera delimitación de estos reinos de agua y biodiversidad
La exclusión de las actividades agropecuarias en zonas donde por varias generaciones se ha vivido de tal actividad supone un trabajo social clave tanto para la implementación de alternativas de reconversión productiva como para la restauración de áreas degradadas por el mal manejo de cultivos. Incluso, el ministro Murillo propuso un régimen de transición para las actividades agropecuarias que tome entre 10 y 15 años.
Los nuevos escenarios del posconflicto también suponen otros desafíos. Por ejemplo, el páramo de Sumapaz, reconocido como el más grande del mundo, enfrenta amenazas de turismo ilegal en áreas donde antaño los combates hicieron inaccesibles la fauna y flora. Precisamente, Sumapaz es el páramo más recientemente delimitado, pero entrar en detalle a construir una zonificación de usos sustentables tomará más tiempo.
Además de reconocer que estos ecosistemas son el hogar de más de 500.000 colombianos, en aras de su protección también se debate la llegada de ciertos proyectos extractivos en los límites de las áreas determinadas por el Gobierno. No se puede perder de vista que lo importante es mantener la conectividad ecosistémica entre nevados, páramos y bosques de alta montaña. La naturaleza no responde a fronteras exactas.
El cambio climático también debe ser una variable principal en el ordenamiento territorial de los páramos. Los cambios en la temperatura provocan variaciones en las comunidades de fauna y flora, que empiezan a escalar a mayores alturas, y con ello se generan nuevas interacciones en ecosistemas frágiles como estos bosques enanos.
La complejidad de estos territorios exige que su conservación trascienda la mera delimitación de estos reinos de agua y biodiversidad, y que acoja a sus habitantes como actores principales de su cuidado. Podría decirse que no hay páramos sin su gente, como tampoco agua para las ciudades si los perdemos.