El fin de semana pasado terminó de cumplirse la cita anual del querido Festival Gabo. Fue, quizás, la más relevante, la más conmovedora de las ediciones que se han llevado a cabo. Una vez más, como ha sido en estos últimos años, se puso en escena en los auditorios del Gimnasio Moderno. Una vez más, reunió a invitados de todo el mundo –170 de 20 países, ni más ni menos– alrededor de los temas urgentes e importantes de la ficción y el periodismo. Se rompió el récord de asistencia: hubo más de 13.000 asistentes en esta ocasión. Se habló de la libertad de expresión en tiempos de democracias en crisis. Se reconoció la vigencia de la obra de Gabriel García Márquez diez años después de su muerte y en vísperas del estreno de la serie que adapta Cien años de soledad.
Las voces de los narradores y de los cronistas resonaron en aquellos auditorios. Resultó particularmente conmovedor el encuentro entre la periodista de guerra Catalina Gómez y “el testigo” Jesús Abad Colorado. Pero fue especialmente revelador notar, en la exhibición de la obra de García Márquez desde las imágenes de la serie por venir hasta el llamado “Cuarto de Melquíades” que fue diseñado por los niños y las niñas, que aquella obra llena de poesía ha conseguido preservarse como se preserva el patrimonio de una nación: la exposición ‘Contar el cuento’, que abrió sus puertas en la Casa de Nariño, hace parte de ese esfuerzo para recordarnos quiénes somos.
Valga mencionar “el Árbol Gabo”, con las claves narrativas del autor, que se mostró en la Biblioteca de El Tunal: el 12.º Festival Gabo, organizado por la sólida fundación que está cumpliendo tres décadas, no solo demostró la riqueza de voces narrativas que no dejan de ser fundamentales para alimentar el espíritu crítico de los lectores en español, sino que, a tres años de la conmemoración del centenario de García Márquez, dejó en claro que el legado de Macondo sigue en pie.