Al mundo le conviene un clima de entendimiento entre sus dos mayores potencias, China y Estados Unidos. Pero esa relación se ha tensado en los últimos tiempos por sus posiciones enfrentadas con respecto a la guerra en Ucrania y la autonomía de Taiwán, y por su rivalidad en materia comercial, tecnológica, militar y geopolítica. Por eso la visita de dos días a Pekín del secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, fue de enorme interés para la comunidad internacional.
El encuentro fue “constructivo”, según el Departamento de Estado. Blinken debía ir en febrero pasado, pero el incidente del globo chino que sobrevoló territorio estadounidense –que según Pekín era un instrumento meteorológico, y para EE. UU., un globo espía– descarriló aquel viaje. Pasaron cuatro meses antes de que arribara a China el funcionario de mayor rango de la istración de Joe Biden en visitar ese país.
El secretario Blinken fue recibido con cortesía diplomática, acompañada de cierta seriedad en el trato. Una actitud que subraya el inconformismo de Pekín con algunas posiciones de Washington. En su reunión con Xi Jinping, por ejemplo, Blinken no fue ubicado al lado del presidente, como anteriores secretarios de Estado. Pero el encuentro en sí comunica la renovada voluntad de ambas potencias para encontrar salidas concertadas a sus diferencias. Esto ha sido interpretado positivamente, y se anuncia una vista de Qin Gang, ministro de Asuntos Exteriores chino, a Washington.
El miércoles, sin embargo, en California, el presidente Biden se refirió a Xi como un “dictador”. Las autoridades chinas no tardaron en emitir una protesta formal. Pero Biden no retiró el comentario aunque añadió que desea poder reunirse con Xi “en el corto plazo”.
Esperemos que así sea. Los grandes desafíos del siglo XXI, que nos conciernen a todos, como la lucha contra el cambio climático, requieren que estos dos gigantes logren ponerse de acuerdo para movilizar sus incomparables recursos y capacidades.
EDITORIAL