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Resistencia peligrosa

Las bacterias resistentes a los antibióticos son un gran desafío que requiere un esfuerzo mundial.

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En la era de los avances médicos y la tecnología de punta, es fácil olvidar que unas enemigas antiguas, las bacterias patógenas, evolucionan de manera continua, hasta adaptarse al arsenal de antibióticos que se dispone para combatirlas. Tanto que la resistencia a los antimicrobianos (RAM) se ha convertido en un problema global que amenaza de manera silenciosa y grave la salud pública y la eficacia de los tratamientos médicos.
Basta detenerse en las cifras derivadas de estudios rigurosos que afirman que las infecciones causadas por bacterias resistentes a antibióticos en todo el mundo matan a 1,2 millones de personas cada año, lo que en términos sanitarios es más que las muertes por sida, malaria y algunos tumores de vías respiratorias; a lo que hay que sumar que este tipo de microbios hicieron presencia protagónica en casi 5 millones de pacientes que fallecieron por otras causas, lo que, en conjunto, configura un escenario que se puede proyectar en una tragedia peor que la causada por el covid-19.
Lo preocupante es que los riesgos de este fenómeno son tan peligrosos como posibles, que incluirían, entre otros, el advenimiento de una era posantibiótica en la que infecciones leves que hoy son de pronósticos favorables predecibles podrían erigirse como afecciones severas que atentarían contra la vida misma, sin dejar de lado que todos los procedimientos quirúrgicos –incluidos los más sencillos– estarían inmersos en una gravedad extrema.
Los gobiernos, la industria farmacéutica, los profesionales de la salud y la sociedad deben trabajar en conjunto para frenar esta amenaza.
Aquí es válido recordar que la RAM se produce cuando las bacterias desarrollan la capacidad de sobrevivir y reproducirse no obstante la presencia de medicamentos que antes las eliminaban. Sin embargo, esta condición, que puede calificarse como un proceso natural de adaptación biológica, se ha acelerado como consecuencia del uso excesivo e inadecuado de antibióticos, tanto en medicina humana como veterinaria, así como en la agricultura, todo en una dinámica en espiral creciente que algunos ligan al llamado desarrollo. No en vano, algunas proyecciones cuantifican más de 10 millones de muertes anuales de este tipo para el 2050.
Si bien Colombia tiene una de las tasas más bajas de mortalidad por RAM en las Américas, según el Instituto Nacional de Salud, en el 2019 la RAM dejó 4.720 muertes directas y 18.160 relacionadas que, valga decir, fueron superiores a las ocasionadas por enfermedades respiratorias crónicas, trastornos neurológicos, diabetes, patologías renales, digestivas y tuberculosis.
Para abordar este desafío es esencial un esfuerzo coordinado a nivel global. Los gobiernos, la industria farmacéutica, los profesionales de la salud y la sociedad deben trabajar en conjunto para frenar esta amenaza. Esto implica la promoción del uso responsable de antibióticos, la inversión en investigación y desarrollo de nuevos medicamentos y la consolidación de estrategias más estrictas para el control de infecciones en hospitales y centros de atención médica.
Además, es crucial entender que en el campo de la salud pública, educar a la comunidad sobre este tema es parte importante de la llamada atención primaria, en torno a la cual hay uno de los pocos consensos de la accidentada reforma de la salud que hoy se debate. Esto no da espera.
EDITORIAL

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