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Editorial

Triste balance

El aumento del número de personas afectadas con el uso de pólvora significa el retroceso de una estrategia que mal que bien funcionaba.

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No valieron las campañas, ni las advertencias, ni los ejemplos, ni los mensajes que por distintos medios se transmitieron para evitar que la gente hiciera uso de la pólvora en las festividades de fin de año. Las cifras reveladas por los organismos de salud y por los propios gobiernos locales y regionales significan un retroceso en una estrategia de prevención que, mal que bien, había funcionado.
Según el último reporte del Instituto Nacional de Salud, en Colombia hubo 1.195 personas quemadas con pólvora entre el 24 de diciembre y los primeros días de enero. Y si bien esas mismas autoridades hablan de una reducción del 8 %, lo cierto es que hubo casos que sorprendieron, como el de Bogotá, que está entre las de mayor número de afectados.
En efecto, la capital del país, que hace apenas unos años se jactaba de ser la que más control ejercía sobre el tema y siempre se alejaba de los primeros lugares, esta vez presentó un aumento de 30 casos. Incluso, antes de la Navidad, Bogotá ya tenía 28 menores de edad y 52 adultos quemados. En total, la ciudad registra hasta hoy 132 lesionados, superada solo por Antioquia con 143.
Suba, Engativá y Kennedy, las localidades más grandes, siguen siendo las que reportan el mayor número de personas quemadas con pólvora, aunque en la ciudad están prohibidas la venta y manipulación de artículos de pirotecnia, fuegos artificiales y globos aerostáticos, como reza la norma, y las multas llegan a los 700.000 pesos.
Ya es suficiente con que el país tenga más de 5.000 quemados cada año como para seguir aumentando esas cifras por culpa de la pólvora
Nariño, Norte de Santander y Cauca registran más de 50 casos de personas lesionadas con artefactos pirotécnicos. Hasta el momento, solo se sabe de una persona fallecida por estas causas –el año pasado fueron dos– y 358 menores de edad lesionados, un grupo que sigue siendo altamente vulnerable a estos sucesos.
Por más que haya existido una leve reducción, esta no opaca los efectos nefastos que genera un incidente con pólvora. La sociedad en su conjunto sigue sin entender que hacer uso de este tipo de elementos puede dejar cicatrices de por vida y condenar el futuro de niñas, niños y jóvenes. Amén de las consecuencias que también se generan para los adultos.
Como se dice popularmente, usar pólvora es buscarse un problema sin necesidad. Las quemaduras por este motivo no son accidentes, sino eventos que se pueden prevenir, ha dicho la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica. Y más grave resulta constatar, como se vio en varios casos, que hay víctimas circunstanciales, es decir, aquellas personas que terminan afectadas por culpa de terceros irresponsables.
Indudablemente, acabar con una tradición como esta es difícil. Siempre habrá lesionados por el mal uso de la pólvora. Pero las autoridades no deben cejar en el esfuerzo por evitar que esto siga sucediendo. Habrá que redoblar las campañas, hacer énfasis en las consecuencias, llamar a unas celebraciones en paz y tranquilas, además de advertir de los complejos y dolorosos que resultan la atención y el cuidado de los lesionados con estas prácticas. Ya es suficiente con que el país tenga más de 5.000 personas quemadas cada año por diferentes causas como para seguir aumentando esas cifras a causa del mal uso de la pólvora.

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