A juzgar por el comportamiento de los mercados financieros ayer, la noticia según la cual la firma calificadora de riesgo Standard and Poor’s rebajó la calificación que reciben los bonos en dólares emitidos por Colombia no causó efectos mayores. La tasa de cambio se ubicó en el punto más bajo del mes, mientras que acciones y títulos de deuda apenas acusaron el golpe.
No obstante, sería un error ignorar el campanazo de alerta. El motivo es que si el país desea un bajo costo de sus acreencias, requiere aquello que los especialistas conocen como el grado de inversión. Este es el nivel mínimo de riesgo que demandan las firmas internacionales que buscan seguridad a la hora de colocar sus recursos en una nación determinada.
Si bien otras dos evaluadoras nos tienen un par de peldaños por encima de la línea de corte, la determinación de Standard and Poor’s nos deja en el límite. En su comunicado, la firma neoyorquina explicó que el bajo crecimiento de la economía, combinado con una pobre dinámica de los ingresos tributarios en estos meses, fue determinante en la decisión.
Más importante, tal vez, es la advertencia abstracta, dirigida a quien asuma la presidencia en agosto del 2018, de mantener la casa en orden. Ello quiere decir que el déficit fiscal no puede subir y que el campo para las políticas populistas es reducido.
Aparte de los bonos denominados en divisas, los compradores foráneos poseen el equivalente de más de 21.000 millones de dólares de títulos de tesorería (TES), expresados en pesos. Una estampida haría mucho daño al crear turbulencias inconvenientes, razón por la cual el próximo inquilino de la Casa de Nariño encontrará un margen de maniobra muy reducido.
Lo sucedido también tiene impacto sobre el sector privado, como lo demostró la degradación de varios emisores. Eso confirma que este es un asunto que no solo concierne al gobierno de turno, sino a todos los colombianos, de una forma u otra.