Esta semana se dio la estupenda noticia del regreso, el próximo año, del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Se trata, ni más ni menos, de la vuelta de uno de los eventos culturas más importantes, más relevantes, más transformadores, más queridos que se hayan dado aquí en Colombia. Cuando la actriz y directora argentina Fanny Mikey y el gestor cultural Ramiro Osorio se lo inventaron, con el lema 'Un acto de fe en Colombia' y para conmemorar –fue en 1988– los 450 años de la fundación de la ciudad, solo unos pocos imaginaban que en unas cuantas ediciones se convertiría en el puerto de las principales compañías teatrales del planeta, pero así fue: pronto, el Festival fue parte fundamental de la identidad tanto del país como de su capital, y dramaturgos y actores de todos los lugares del mundo se pusieron la meta de participar.
Luego de la muerte de Mikey, hace trece años ya, el festival siguió y luchó por seguir hasta que las cuentas del pasado, los desacuerdos entre los organizadores y los reveses lo pusieron a tambalear. El año pasado la pandemia arruinó todos los planes. Pero el próximo –según se anunció a comienzos de semana–, del 1.º al 17 de abril, será posible ver más de 36 obras nacionales e internacionales y 140 producciones de teatro de calle: "Este es un festival de la felicidad, de volver a vernos viendo cosas sublimes, de compartir afuera del teatro las impresiones que quedaron en el alma, de ver genialidades, palabras e imágenes que nos transformen en mejores seres humanos”, declaró la actriz Alejandra Borrero, curadora de la edición por venir.
De vez en cuando tendemos, en Colombia, a la exageración, a la desproporción, pero no se está engrandeciendo la verdad cuando se dice que el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá es uno de los tres principales del mundo. Que no se deje caer, que se reivindique, que se lleve a cabo con la alegría y el coraje contagioso que siempre ha sido su marca de estilo, es la mejor noticia de la semana que pasó.
EDITORIAL