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El desarme de las Farc o el triunfo de un serio y discreto esfuerzo

Golpes militares a esa guerrilla generaron condiciones para completar la tarea mediante negociación.

Las Farc simbolizaron su fin como guerrilla y su comienzo en la política legal con un bebé nacido en una de las zonas de desarme. Un guerrillero lo puso en los brazos de Timochenko.

Las Farc simbolizaron su fin como guerrilla y su comienzo en la política legal con un bebé nacido en una de las zonas de desarme. Un guerrillero lo puso en los brazos de Timochenko. Foto: Oscar Bernal / EL TIEMPO

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Quizás lo que mejor resume lo que implicó para el presidente Juan Manuel Santos sacar adelante el proceso de paz que puso fin a las Farc como guerrilla es una caricatura de Matador publicada el miércoles en EL TIEMPO.
El dibujo de Santos maltrecho y agotado, en el piso, levantando con el último aliento la paloma que lleva en el pico un ramo de olivo, es una elocuente metáfora del costo político que ha tenido para el mandatario la negociación con las Farc.
Solo la más reciente encuesta de Gallup, conocida el miércoles, muestra que la aprobación a la gestión del Presidente está en 24 por ciento. Es la segunda más baja de sus dos gobiernos.
Y esta cifra es la evidencia de que todavía muy pocos colombianos reconocen la visión que tuvo Santos, tras haber sido el Ministro de Defensa que más duro golpeó a las Farc, para intuir, cuando llegó a la Presidencia, que había llegado el momento de completar la tarea con esa guerrilla a través de una negociación.
Militarmente, el trabajo ya estaba hecho. En el 2012, cuando comenzaron los diálogos exploratorios, las Farc eran una guerrilla que había perdido, por cuenta de los golpes del Estado, a cuatro de los siete del Secretariado: Raúl Reyes (2008), Iván Ríos (2008), el 'Mono Jojoy' (2010) y Alfonso Cano (2011).
Históricamente no había existido un mejor momento para hacer una negociación. Y uno de los aciertos fue hacerla con una agenda limitada a atender los problemas que dieron origen a las Farc -el agrario y la exclusión política- y a saldar la deuda con las víctimas del conflicto armado.
Esta fue una diferencia monumental con el proceso de paz del Caguán, durante el cual el expresidente Andrés Pastrana -ahora crítico del acuerdo que llevó al desarme de las Farc- aceptó dialogar con esa guerrilla sobre una agenda de 100 puntos que, en tres años, no llegó a nada.
‘Juampa’ nunca la dejó caer

‘Juampa’ nunca la dejó caer Foto:Matador

El aporte de los garantes

Sin duda, la negociación de Santos con las Farc tuvo en cuenta la experiencia acumulada durante 30 años de diálogos fallidos con esa guerrilla.
Hacer la guerra en Colombia como si no hubiera diálogos en La Habana y negociar en La Habana sin importar lo que pasara en el campo de batalla en Colombia, fue también una regla clave del Gobierno y las Farc para blindar de interrupciones la mesa de paz.
En anteriores procesos, las acciones de guerra no sólo paralizaron las mesas de diálogo sino que las acabaron.
No fue fácil para el Gobierno y las Farc mantener separado el diálogo de las turbulencias militares en Colombia, pero el cumplimiento de ese principio permitió sacar adelante el proceso de paz.
Esto estuvo apalancado por el eficiente papel que jugaron Cuba y Noruega como garantes. Los dos países ayudaron a recomponer los diálogos en momentos críticos.
Uno de ellos fue el que siguió al ataque de las Farc a un grupo de militares que dormían en un polideportivo en Buenos Aires (Cauca) en abril de 2015, en medio de un cese unilateral del fuego, y a la posterior respuesta del Gobierno con varios bombardeos a campamentos de esa guerrilla.
La participación de la comunidad internacional en los diálogos del Caguán fue, en cambio, tumultosa y poco efectiva.
Así como el papel de Cuba y Noruega fue crucial para los diálogos de La Habana, la decisión de proteger las conversaciones de los medios de comunicación y de hacerlas en Cuba permitió que las crisis del proceso de paz se resolvieran en privado y sin el ruido del debate político en Colombia.
Al final, el desarme de los excombatientes de las Farc, que se oficializó el martes con un emotivo acto en Mesetas, Meta, fue el resultado de la visión de Santos para comprender las circunstancias históricas y de la decisión rotunda de las Farc de dejar las armas y transformarse en movimiento político legal.
A eso se sumó, por supuesto, una agenda de negociación concreta, el papel de Cuba y Noruega y la discreción con que se llevaron a cabo los diálogos en La Habana.

Un opositor poderoso

Bajo esas condiciones, tal vez el costo del proceso de paz para Santos en términos de popularidad no habría sido tan alto si el principal opositor del proceso de paz de La Habana no fuera un político del talante y la influencia del expresidente Álvaro Uribe.
Su campaña contra el acuerdo final, además de la oposición de un sector de las iglesias cristianas, provocaron la derrota de los acuerdos con las Farc en el plebiscito.
Pero también, el resultado de esa consulta pudo haber sepultado casi cuatro años de negociaciones si no hubiera sido por la ágil reacción del Gobierno y las Farc para renegociar en cuestión de semanas, con los promotores del 'No', los puntos del acuerdo de paz que cuestionaban.
En términos ciclísticos, el desarme de las Farc fue como una etapa de montaña, siempre cuesta arriba. Fue un trabajo de casi siete años, que comenzó el 10 de agosto del 2010, cuando Santos llevaba solo tres días como presidente de Colombia y le pidió apoyo a Hugo Chávez para buscar la paz con las Farc.
Probablemente cuando los colombianos se acostumbren a ver a las Farc actuando en la legalidad y se convenzan de que se acabó la guerrilla que hizo tanto daño, le reconocerán a Santos habérsela jugado por la paz.
MARISOL GÓMEZ GIRALDO
Editora de EL TIEMPO
En Twitter: @MarisolGmezG

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