La vida es impredecible, imprecisa, compleja y cambiante. Hay mucha información acerca de cómo debe ser, cómo hay que vivirla, qué tenemos que pensar, cómo nos tenemos que sentir y qué necesitamos conseguir para estar bien. Los mensajes culturales promueven la persecución continua de la felicidad, una búsqueda sin fin de lo que siempre está por llegar.
El bienestar muchas veces se traduce y se reduce en recetas que intentan eliminar todo aquello que nos da malestar y acumular todo lo que nos haga sentir bien. Pero esto es una trampa porque darles la espalda al dolor, al miedo o a la incomodidad aumenta el sufrimiento.
El dolor es algo inevitable en la vida. Tarde o temprano algo duele, en algo fracasamos, algún vínculo se rompe, nos enfermamos. Si no tenemos recursos para entrar en comunión con esta parte de nuestra humanidad, estamos condenados a amplificar nuestro sufrimiento.
Encontrarnos con este caos e incluir todo lo que significa ser humano de una forma flexible es bienestar. Por lo tanto, lo importante no es sentirse bien todo el tiempo, sino poder estarlo con la experiencia que nos toca atravesar. Hay que animarse a sentir todo lo que nos ofrece esa vivencia de una forma flexible. Para eso necesitamos un cambio de perspectiva, una nueva forma de relacionarnos con la experiencia interna que implique mayor posibilidad de maniobra y recursos.
Para desarrollar el bienestar se necesita coraje, clave para relacionarnos con lo que surja en el momento sin querer cambiarlo. También se requiere sabiduría para poder responder de forma asertiva teniendo en cuenta nuestros valores y sentido en la vida sin dañar a otros. Implica soltar el control de la experiencia interna porque no tenemos control sobre lo que sentimos o pensamos, pero sí sobre lo que hacemos con ello.
La ciencia del bienestar dice que podemos entrenar esta capacidad de relacionarnos con la experiencia para afrontar lo que la vida nos pone adelante. De hecho, hay aportes de las neurociencias afectivas y contemplativas y modelos psicoterapéuticos que generan evidencia acerca de algunos procesos que resultan significativos para tener una vida más saludable, plena, con sentido y cargada de vitalidad.
El bienestar psicológico es un estado subjetivo que emerge de la forma en la que interpretamos y gestionamos el mundo interno y las circunstancias del entorno en línea con el sentido de la vida. Se trata de la habilidad de vivir la experiencia con apertura y curiosidad validando y adaptándose a ella. Podemos elegir, aprender a hacer una “pausa”, reconocer lo que sucede, salir de automatismos y con compromiso, paciencia y mucha autocompasión ir generando alternativas para cultivar nuestro propio bienestar.
Vivimos en una época marcada por cambios rápidos e imprevisibilidad, lo cual puede generar ansiedad, pero también brinda oportunidades para crecer. Para enfrentar estos desafíos, es crucial desarrollar resiliencia, flexibilidad y fomentar la colaboración colectiva. Además de comprender nuestra mente y promover un sentido integrado de uno mismo, incluyendo así el bienestar de los demás y del planeta.
1. El cambio es posible
El cerebro está cambiando todo el tiempo en respuesta a las experiencias que vamos teniendo en la vida. Es un proceso que se llama neuroplasticidad, y si bien hay periodos del desarrollo en los que es más potente, sigue ocurriendo a lo largo de toda la vida independientemente de que lo sepamos o no. Así que nuestro sistema nervioso es plástico y posible de ser ejercitado, con intención y dedicación.
2. Ejercitar la atención
Consiste en la práctica de dirigir y regular la atención de manera intencional y ser conscientes de cuánto se distrae nuestra mente. El objetivo es reorientarla hacia el objeto o tarea inicial. La atención es la fuerza que promueve el cambio. Sin ella, no hay aprendizaje. A todo aquello que le prestamos atención, con el tiempo genera cambios en el cerebro. Con esta práctica sostenida, se fortalece la capacidad de mantenernos enfocados en lo que realmente importa.
3. Habitar el presente
La propuesta es pasar más tiempo en el ‘aquí y ahora’ habitando con toda nuestra atención el cuerpo y los sentidos (con los que vemos, olemos, degustamos, escuchamos, tocamos). Esto nos ayuda a acallar los juicios y opiniones que muchas veces emitimos sin parar y nos dejan atrapados en el mundo de los pensamientos, confundiendo lo que realmente pasa con lo que pensamos que sucede.
4. Ser conscientes del pensar
El impacto de los pensamientos es mucho mayor del que imaginamos porque constantemente están guiando nuestra experiencia: dan sentido, relacionan, categorizan, comparan y juzgan. Pero no son la realidad, aunque paradójicamente creemos todo lo que nos dicen, los tomamos como verdades absolutas y afectan nuestro sentir y nuestra forma de actuar. Lo interesante es que tenemos la capacidad de aprender a ser conscientes del proceso de pensar, a relacionarnos con los pensamientos sin querer cambiarlos. ¿Cómo? Observándolos y reconociéndolos como tales: esto nos permitirá elegir a cuáles les damos fuerza y a cuáles no.
5. Generar acciones comprometidas
Una vida significativa se crea a través de las acciones que están guiadas o motivadas por aquello que es importante para nosotros. No se trata de ser perfectos ni de cumplir lo que se espera de nosotros, sino de movernos, animándonos a fracasar, a desilusionarnos, a decepcionar a otros, a salir de las zonas de confort. Se trata de animarse, a pesar de que muchas veces eso que tengamos que hacer pueda generarnos dolor. A veces, para ganar hay que perder.
6. Reconocer la interdependencia
El bienestar es interdependiente. Este es un concepto sobre el que había profundizado Martin Luther King Jr.: “Todos estamos atrapados en una red ineludible de reciprocidad, atados a una sola prenda del destino. Lo que afecta a uno directamente afecta a todos indirectamente. Estamos hechos para vivir juntos, debido a la estructura interrelacionada de la realidad”.
El ser conscientes de esta interdependencia, de este ‘nosotros’ con los otros y con el planeta, nos da una perspectiva más amplia de quienes somos y nos invita a preguntarnos cómo queremos contribuir a generar un mundo más confiable, seguro y sustentable.
Entrenar la mente
Así como ejercitamos nuestro cuerpo o tenemos el hábito de cepillarnos los dientes, incluir espacios dedicados a esta revisión interna es una gran inversión para nuestro bienestar que vale la pena ponerlo en agenda. ¿Cómo empezar a entrenar la mente? Como todo hábito requiere dedicarle tiempo y regularidad. La autorreflexión y la autorregulación son esenciales. Es crucial desarrollar resiliencia, flexibilidad y fomentar la colaboración colectiva. De esta forma podremos cultivar el bienestar propio y construir un futuro más sostenible para todos.
LORENA LLOBENES
La Nación (Argentina) - GDA
@LANACION