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Opinión

Columna de Esther Balac: Educación sexual desde la infancia

A medida que las sociedades avanzan y los paradigmas educativos se transforman, se hace cada vez más evidente su papel crucial en el desarrollo integral de las nuevas generaciones.

Una educación sexual integral disminuye el riesgo de comportamientos irresponsables y promueve la toma de decisiones informadas.

Una educación sexual integral disminuye el riesgo de comportamientos irresponsables y promueve la toma de decisiones informadas. Foto: Istock

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La educación sexual en la infancia ha sido, por décadas, un tema envuelto en controversias y silencios, pero a medida que las sociedades avanzan y los paradigmas educativos se transforman, se hace cada vez más evidente su papel crucial en el desarrollo integral de las nuevas generaciones. Hablar de educación sexual no es solo referirse a la biología del cuerpo humano o a los cambios que ocurren durante la pubertad; es mucho más que eso. Es abrir una puerta al entendimiento de las emociones, el respeto por el cuerpo propio y el de los demás, la importancia de establecer límites claros y, sobre todo, la construcción de relaciones basadas en el consentimiento y el respeto mutuo.
La infancia es el momento ideal para sembrar las primeras semillas de un aprendizaje que, con el tiempo, se desarrollará en una comprensión más profunda y matizada sobre la sexualidad. En estas primeras etapas de la vida, los niños son particularmente receptivos y están en una búsqueda constante de respuestas. Ignorar sus inquietudes o, peor aún, cubrirlas con un velo de tabú y vergüenza, no solo los priva de la información necesaria para comprender su propio cuerpo, sino que también los deja desprovistos de herramientas esenciales para tomar decisiones responsables a lo largo de su vida.
Reflexionar sobre la importancia de este tipo de educación nos lleva inevitablemente a replantear viejas creencias que han vinculado la sexualidad exclusivamente con la moralidad, omitiendo su relevancia en la salud física y emocional. Los argumentos que sugieren que la educación sexual promueve conductas inapropiadas han sido ampliamente refutados por estudios que demuestran lo contrario: una educación sexual integral disminuye el riesgo de comportamientos irresponsables y promueve la toma de decisiones informadas.
En sociedades donde persisten altos índices de abuso sexual, embarazos adolescentes y transmisión de infecciones de transmisión sexual resulta desconcertante que todavía exista resistencia a la educación sexual en las escuelas. El silencio no protege, el silencio desinforma, y es precisamente en ese vacío de conocimiento donde se propagan los mayores riesgos para los jóvenes.
Pero la educación sexual no debe reducirse únicamente a un manual de anatomía o a una lista de advertencias. Al contrario, debe ser un espacio donde se dialogue sobre la diversidad de identidades, orientaciones y expresiones de género. Una educación que abra las puertas a la empatía y al entendimiento, que derribe prejuicios y fomente una sociedad más inclusiva y equitativa. Es en este terreno fértil donde se cultivan valores fundamentales como el respeto por la diferencia y la aceptación de las múltiples formas en que la sexualidad se manifiesta en las personas.
Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO

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