La habilidad de identificar, reconocer y atender los pensamientos, sentimientos y emociones propios y de los demás, y que influye en las decisiones que se toman y en las acciones que se realizan, y que por consiguiente permiten una mejor adaptación al ambiente, es lo que se conoce como inteligencia emocional.
Es una habilidad con la que no se nace, sino que se debe desarrollar a lo largo de la vida. Y si se empieza desde niños, mejor. Así lo asegura la psicóloga Luisa Parra, directora de Psicologa.co.
“Si yo siento tristeza, en vez de regularla y calmarme por medio de la comida, puedo darme cuenta de que lo que yo necesito es tomarme una bebida caliente y salir a caminar. En el caso de los niños no se da así porque ellos todavía no saben muy bien qué es lo que les está pasando, ellos están aprendiendo a identificar sus emociones. Se está dando un desarrollo de esta estructura emocional”, sostiene.
El papel de los padres
En la educación emocional de los menores sus padres juegan un papel protagonista, pues son ellos quienes deben preocuparse porque sus hijos aprendan a gestionar sus emociones de forma adecuada. Y principalmente es desde el propio ejemplo, que es la mejor manera de educarlos.
La especialista en psicología clínica de la niñez y la adolescencia de la Universidad de La Sabana indica que es importante poder observarse a sí mismo y darse cuenta de cómo resuelve los problemas, “porque los niños aprenden a solucionar problemas como les enseñan sus papás”. Por ejemplo, no es consecuente decirle a un hijo a los gritos que deje de gritar.
La asertividad emocional permite que los pequeños puedan aprender a gestionar las emociones correctamente, y de esta manera establecer relaciones interpersonales más sanas, tener una mejor empatía y poner límites saludables.
La psicóloga propone un modelo basado en la comunicación y expresión de las emociones. Explica que lo primero que deben hacer los padres es ayudar al niño a entender qué es lo que está sintiendo y a exteriorizarlo, poniéndolo en palabras: ‘lo que tú sientes es rabia y frustración porque no puedes jugar con el avión’, por ejemplo. De esta manera, el niño identifica lo que siente. Y como siguiente medida, proponerle alternativas para que pueda solucionar su situación: ‘¿qué te parece si juegas diez minutos con el carro, mientras tu amigo juega con el avión y luego cambiamos?’.
En este caso específico, asegura Parra, el buen manejo va a permitir que el niño tome la decisión asertiva de calmarse, en vez de actuar agresivamente por no saber lo que siente, ni cómo gestionarlo.
Este mismo método también puede ayudar a prevenir traumas en los niños, pues que un evento o situación se vuelva traumático en ellos depende de cómo lo manejen los adultos que están alrededor y de qué estrategias se tienen para afrontarlo.
En el caso del
fallecimiento de un familiar, una de las situaciones más complicadas de sobrellevar, “muchas veces hacemos como si no estuviera pasando, les decimos a los niños que no pasó nada, nos inventamos historias, y esto genera
estrés y preocupación”, sostiene la psicóloga.
Muchas veces hacemos como si no estuviera pasando, les decimos a los niños que no pasó nada, nos inventamos historias, y esto genera estrés y preocupación
“Lo que se debe hacer es hablar con el niño y preguntarle cómo se siente, permitirle hablar, pues es importante validarle expresar sus emociones y decir: ‘yo también lo extraño, ¿qué te parece si le hacemos una carta o qué te parece si hacemos una oración?’ ”.
Aclara que esa prohibición de las emociones es contraproducente para los pequeños. “Enseñarles a los niños a que callen sus emociones, a que no pueden sentirlas no va a ser muy útil porque podemos caer en dos cosas: que el niño pase a ser un niño pasivo, que permita que los demás pasen por encima de él, o, por el contrario, que pase al otro extremo, que es la agresividad, a ponerse por encima de los demás, y que siempre tenga que ser como él quiera”.
La experta en problemas emocionales en niños y adolescentes dice que esto va a incidir en la adultez porque se aprende a identificar que es la misma persona (y no los demás) quien debe hacerse responsable de sus emociones. Por lo que es muy importante desarrollar poco a poco estas diferentes habilidades.
“Los estudios han demostrado que cuando se está con emociones relacionadas con la alegría, con la consecución del logro, uno se encuentra más abierto a obtener nuevos conocimientos. Cuando hay emociones como la tristeza, la angustia, la preocupación, pues va a ser más difícil aprender ciertas habilidades”, asevera Parra.
Por eso explica que aprender a relacionarse con emociones como la tristeza, la rabia, la ansiedad, el miedo y la vergüenza va a tener un impacto positivo. “Si yo me siento capaz de hacerle frente a la tristeza, yo sé que la tristeza no me va a derrumbar, yo sé que yo puedo sentir rabia sin dañar al otro, yo sé que puedo sentir miedo sin que eso obstaculice mis propósitos o se interponga en mis objetivos, voy a sentirme más capaz y en esa medida voy a tener mayor autoestima”.
Riesgos de no aprender
No aprender a manejar estas emociones puede provocar que se les tenga miedo. Y esto, a largo plazo, puede tener un impacto en la salud mental de las personas cuando crecen, y generar problemáticas como son la ansiedad, depresión y problemas relacionados con la regulación de las emociones, asegura.
Aunque en los problemas de salud mental existen varios desencadenantes como la forma de afrontar los problemas, los factores biológicos y contextuales, el nivel de autoestima y situaciones de estrés, en la medida en la que se adquieren unas buenas estrategias emocionales, los otros factores pueden tener un menor peso. Esto puede ayudar a prevenir esas enfermedades y permitir que probablemente no aparezcan con tanta facilidad.
KEYLA RODRÍGUEZ PARRA
- Para EL TIEMPO
En Twitter: @keylarodriguez0