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La crónica de una Bogotá que se está quedando sin UCI para covid-19

Los profesionales de la salud no dudan en decir que la pandemia es el mayor reto que han enfrentado.

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En Bogotá se desocupa una cama y en menos de una hora vuelve a llenarse. Desde hace una semana, este ritmo de ocupación viene creciendo como nunca lo había visto en mi vida de médico intensivista”.
Con estas palabras, Jairo Pérez Cely, quien también es anestesiólogo y dirige la unidad de cuidados intensivos del Hospital Universitario Nacional, describe la dinámica a la que la pandemia ha sometido a estas áreas en todos los hospitales de Bogotá.
En cabeza de un equipo de especialistas conformado por médicos, enfermeras, auxiliares, terapeutas y personal de apoyo, que hoy trabajan 24 horas al día en turnos extendidos, en medio del cansancio físico y mental, Pérez relata que los pacientes que llegan son tan complicados de manejar que cada uno es un reto tanto asistencial como académico para los profesionales.
En la unidad que dirige hay 60 camas. Todas ya están ocupadas; 47 por pacientes de covid-19, entre confirmados y sospechosos, y solo 13 por otras patologías. Todos con ventilación mecánica, una herramienta que es tan salvadora de vidas como compleja en su uso por la habilidad que requiere y la exposición al virus que genera, según explica Pérez.
“El 40 por ciento de estos casos más graves de covid-19 están boca abajo y conectados a un respirador para mejorar su pronóstico. Sin embargo, hay que cambiarlos de posición en ciclos definidos por tiempo, algo que no pocas veces resulta infructuoso por deterioro, lo que obliga a volver a empezar”, agrega.

UCI, en estado crítico

Este jueves, a Bogotá solo le quedaban 132 camas en unidades de cuidados intensivos (UCI) destinadas a atender los pacientes más críticos de covid-19, aquellos que necesitan ser intubados para garantizarles que sus pulmones funcionen y mantenerlos con vida.
Y aunque la ciudad en menos de cuatro meses logró aumentar su capacidad de UCI en 77 por ciento, pasando de 935 camas a 1.656, lo cierto es que el ritmo con el que avanza la pandemia por las calles de la capital es frenético
Son jornadas sin pausa, de 48 horas sin descanso, sin un lugar para comer o elevar las piernas por un rato. La carga mental de cada minuto es máxima, con pacientes de altísima complejidad
La ocupación de UCI pasó en un mes de 56 por ciento a casi el 90 por ciento. Y en lo que va de julio, los pacientes que requieren este tipo de unidades se han multiplicado, a tal punto que hoy hay 570 casos confirmados y 454 probables en grave estado.

Estado emocional

Aunque el equipo humano que se enfrenta a esta batalla tiene una experiencia producto de años de formación, el impacto emocional en estos profesionales necesariamente hace mella al intentar salvar a unos enfermos que, en promedio, fallecen en una relación de uno de cada tres.
Por si fuera poco, los médicos y profesionales deben acercarse a los familiares de estos pacientes, telefónicamente, no solo para dar partes de los estados de salud, sino para extender una voz de aliento y luchar contra el escepticismo, la discriminación y la incertidumbre. Un coctel de angustias que pocas veces se pueden tomar de un sorbo.
“A diario me preguntan por qué seguir con un trabajo tan extenuante y peligroso. Yo también me lo pregunto porque son jornadas sin pausa, de 48 horas sin descanso, sin un lugar para comer o elevar las piernas por un rato. La carga mental de cada minuto es máxima, con pacientes de altísima complejidad en disfunción multiorgánica: compromiso del pulmón, corazón, riñón, coagulación y metabolismo”, le dijo a este diario una intensivista de una clínica privada de la capital.
Pero lo más difícil para esta profesional son las muertes que aumentan.
“Dos, tres o cuatro muertos en cada turno son un golpe emocional que no deja recuperarse igual en cada posturno. Uno se cuestiona al desayunar si hubo algún error, si uno olvidó algo, si faltó algo por hacer. En realidad lo hicimos todo y lo hicimos bien, pero la covid-19 nos está acabando los recursos en salud, los esfuerzos del personal y está causando heridas sociales inmensas”, dice.
Nada produce más satisfacción que un paciente que se cura. Todo nuestro conocimiento de años hoy está al servicio de la gente. Nadie puede dudar de eso
A su turno, Pérez relata que la pandemia hizo modificar con mucho dolor las políticas de humanización que se habían convertido en un valor supremo en su hospital.
Antes se permitían visitas permanentes en la UCI y os personalizados en espacios específicos. Ahora, los familiares si acaso llegan a la recepción cuando acompañan a sus enfermos, lo que se convierte en la última imagen de sus seres queridos para muchos de ellos.
“Es muy duro porque cuando fallecen hay que literalmente empacar los cuerpos y entregarlos a las funerarias que se encargan de los trámites. Todo sin la presencia de los familiares, que deben conformarse con recibir unas cenizas después del proceso y volver a la misma recepción a recoger las pertenencias”, afirma Pérez.
Claro, esto se compensa con la alegría que produce cada persona que logra salir de esas camas a reencontrarse con sus familiares. 
“A pesar de estar bien y tener buenas condiciones salariales y garantías de aislamiento, nada produce más satisfacción que un paciente que se cura. Todo nuestro conocimiento de años hoy está al servicio de la gente. Nadie puede dudar de eso”, señala Diego Garzón, anestesiólogo, intensivista y director de cuidados intensivos de la Clínica Reina Sofía.
Para compensar las angustias que genera un hecho inédito como este, al intensivista Jairo Pérez lo ha reconfortado cada médico egresado de la Universidad Nacional que se acerca a ofrecer sus servicios de manera desinteresada.
En realidad lo hicimos todo y lo hicimos bien, pero la covid-19 nos está acabando los recursos en salud, los esfuerzos del personal y está causando heridas sociales inmensas
Garzón expone que como médico entiende la magnitud de lo que enfrenta el mundo y es consciente de los dramas individuales y familiares que deben empezar a sortear, como el escenario de ocupación total de las UCI en donde las camas ya no serán un recurso para salvar vidas.
También le angustia saber que por la avalancha de pacientes con covid-19 no se puedan atender personas con otras enfermedades graves que requieren cuidados en esos sitios, como infartos y accidentes.
Y al hablar de tristezas es enfático al reconocer que hay un quiebre mayor cuando los que están en esas camas son los propios compañeros, algunos de ellos que estuvieron antes cuidando a los demás. En este punto vale recordar que a la fecha se han presentado 3.237 casos de coronavirus en personal de la salud, que han dejado 31 muertos, cuatro de ellos en la última semana.
Los tres intensivistas forman parte de la cúspide de una pirámide de profesionales hoy supervalorados, pero más que eso se presentan como seres humanos que se sienten metidos en el mismo foso de incertidumbre que genera saber que lo peor no ha llegado.

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