El 11 de enero se cumplió un siglo del momento en el que el nombre del adolescente Leonard Thompson entró en la historia del tratamiento de la diabetes.
Gravemente enfermo, recibió una dosis inyectada de insulina en un hospital de Canadá, un pinchazo que supondría la diferencia entre la vida y la muerte.
Así fue para Thompson y, como consecuencia, para millones de personas que han podido vivir con una enfermedad que antes de 1922 suponía la muerte segura y que hoy se puede tratar gracias a la insulina.
El descubrimiento de una tecnología para purificar insulina e inyectarla a personas supuso un giro radical para los pacientes de este padecimiento, pues la diabetes mellitus o tipo 1 comienza cuando aún se es muy joven, y con un tratamiento adecuado se puede seguir llevando una vida normal hasta la vejez, cosa que antes era imposible.
Así lo señala el investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) German Perdomo, del Instituto de Biología y Genética Molecular de Valladolid (centro de España), que aborda la historia de esa inyección y las nuevas investigaciones en el tratamiento de la diabetes, desde el llamado páncreas artificial a los ensayos con células madres.
Fortuna adolescente
El 11 de enero de 1922, Thompson tenía 14 años, había sido diagnosticado de diabetes mellitus dos años antes y estaba en el Hospital General de Toronto (Canadá), al borde de la muerte, tratado con una dieta de 400 calorías diarias y con solo 23 kilos de peso, que para una persona de su edad y tamaño es estar prácticamente en estado de desnutrición.
Aquel día recibió la primera inyección, pero “no fue muy exitosa”, apunta Perdomo. Aunque bajaron un poco los niveles de glucosa en la orina, se suspendió el tratamiento por una reacción alérgica al extracto de páncreas de perro usado, que aún no estaba lo suficientemente purificado.
Sin embargo, el equipo de investigadores de la Universidad de Toronto no se dio por vencido. De vuelta al laboratorio, el día 23 fue sometido a un segundo pinchazo con un nuevo extracto.
Se produjo una mejoría clínica, su índice de glucemia descendió y empezó recuperar la movilidad, con lo que Thompson se convirtió en el primer paciente tratado con éxito. Al ver ese nivel de efectividad, los médicos no perdieron el tiempo para salvar más vidas y unas semanas más tarde otros seis se sometieron al mismo tratamiento.
Pero no fue cuestión de un golpe de suerte. Llegar a ese momento fue fruto de muchos años de trabajo. Ya desde finales del siglo XIX algunos investigadores apuntaron, en pruebas con perros, a alguna sustancia de páncreas como clave para regular los niveles de glucosa y en los primeros años del XX se realizaron pruebas para tratar a pacientes con extracto pancreático de animales.
Una figura clave del descubrimiento de la insulina fue el joven investigador canadiense Frederick Grant Banting, quien en 1921 propuso al catedrático de fisiología de la Universidad de Toronto John Macleod investigar con la ayuda de su asistente Charles Best.
Banting sería el autor del primer extracto pancreático que se istró al adolescente el 11 de enero de 1922 y el día 23 se repitió la prueba, en esa ocasión con otro realizado por el bioquímico James Collip, quien “puso el talento para purificarlo”, señala Perdomo.
Nobel y méritos
El descubrimiento de la insulina daría a Banting y Macleod el Premio Nobel de Medicina en 1923, un galardón no exento de polémicas por las desavenencias del equipo sobre la atribución de los méritos.
Otros científicos, como el rumano Nicolae Constantin Paulescu o el alemán Georg Zuelzer también hicieron objeciones. La primera inyección en un humano la realizó, “sin mucho éxito”, Zueler, que trabajaba en Estados Unidos y fue el primero en hacer una patente de la insulina.
Paulescu fue “el gran olvidado”, agrega el investigador del CSIC, pues había llegado a las mismas conclusiones que Banting antes, pero la Primera Guerra Mundial obligó a suspender sus investigaciones.
El siglo XX estuvo jalonado de avances para este tratamiento, pues su efectividad fue el impulso para seguir desarrollándolo para perfeccionarlo. El primer paso fue empezar a usar páncreas de vacas y refinar aún más el proceso de purificación.
En 1936 se creó la insulina protamina, para reducir el número de pinchazos a uno o dos al día. En 1958, Frederick Sanger recibió el Nobel por determinar la secuencia química de la insulina, y en 1977 el galardón fue para Rosalyn Yalow, “por un avance espectacular”, dice Perdomo: “Lograr medir la insulina en sangre”.
Poco después se logró la insulina humana recombinante, que evita el rechazo del cuerpo.
La insulina de absorción rápida, “que da más herramientas para manejar a los pacientes”, y la primera generación de insulina sintética de larga duración (2000) y la de segunda son otros momentos para destacar, según el investigador.
La invención en 1981 de la primera minibomba de insulina y posteriormente los primeros sensores llevó, ya en este siglo, al desarrollo de lo que se denomina páncreas artificial.
Se trata de “un avance sustancial para el paciente”, según Perdomo, pues combina un sensor de glucosa y una minibomba controlados por un algoritmo informático, que monitoriza continuamente los niveles del glucosa y, cuando suben, inyecta la cantidad de insulina necesaria.
En qué vamos
Actualmente, la investigación está poniendo énfasis en el páncreas artificial para “mejorar la tecnología existente, que los algoritmos sean más potentes y más eficaces”.
En la diabetes tipo 1, el sistema inmune ataca al páncreas impidiendo que el cuerpo fabrique insulina, una enfermedad que suele surgir pronto. Hoy en día se trabaja en identificar a las personas en riesgo, buscando marcadores biológicos “que nos digan con alta fiabilidad” esa posibilidad y tratarlas con fármacos para prevenir su inicio.
Perdomo señala también la importancia de las investigaciones con células madre para intentar regenerar y dotar al organismo de las células que destruye la enfermedad en el páncreas y que el paciente sea capaz de producir su propia insulina.
-CARMEN RODRÍGUEZ
Efe
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