No hay que inventar nada porque en la cama, a juzgar por la evidencia, todo está hecho. Me refiero a la tonta tendencia de proponer condiciones, posturas, parafernalias y formatos para disfrutar del aquello, cuando lo único que hay que hacer es seguir las señales del cuerpo.
Y aunque existe el ‘Kamasutra’ –una guía necesaria–, en asunto de posturas sobre el catre no todas garantizan el placer que anuncian, sino que, a cambio, sin entrenamiento y en malas condiciones físicas, solo dejan ganas de levantarse y correr al ortopedista.
De ahí que es mejor evitar los adornos circenses y echar mano de lo que dictan el instinto y la naturaleza. Para la muestra, basta mirar una investigación elaborada por la Clínica Mayo y la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana, en Estados Unidos, que identificó (a través de estudios sobre neuroanatomía y sexualidad) cuáles son las mejores posturas para sacarles el máximo provecho a las ganas, sin correr ningún riesgo.
Pues, váyanse de espaldas, mis queridos inventores y teóricos de la sexualidad, porque el estudio reveló que la prosaica, simple y hasta denostada posición del misionero (ella abajo, tumbada de espaldas, y el hombre arriba, por si no la conocen) y la vaquera, en la que la mujer encima se apodera del control, son las que más dicha acarrean.
Y esto no es gratuito, porque, de acuerdo con estos magos, en el socorrido misionero la penetración profunda y el estímulo directo sobre el clítoris impactan en dos áreas orgásmicas definitivas de la mujer como son la mayor área erógena del vértice superior de la vagina y su pared anterior, donde algunos cartógrafos creen que se domicilia el mítico punto G.
Por su lado, cuando la mujer está encima cabalgando como una vaquera, los estímulos no son diferentes, pero, además, ella puede controlar –o lograr si lo desea– que se alcance el roce directo sobre el cuello uterino que está descrito como una amigable zona de placer.
Aquí solo queda que el juego previo, los ritmos, la intensidad, la frecuencia y demás arandelas que adoban las faenas sexuales las aporten los protagonistas; todo, porque dicho sea de paso, lo básico ya está.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO