Si hay algo que la humanidad ha practicado con entusiasmo desde tiempos inmemoriales es el aquello.
Desde las cavernas hasta la modernidad digital, el goce sobre el catre ha sido fuente de placer, unión y, por qué no, de una que otra complicación diplomática entre mortales.
Pero más allá de la anécdota, lo cierto es que una sexualidad plena no es un simple capricho, sino un pilar fundamental del bienestar general de los seres humanos.
No es casualidad que después de una sesión amatoria bien lograda la gente camine más erguida, sonría con sospechosa satisfacción y, por un momento, olvide que tiene cuentas por pagar y otros múltiples problemas de la vida cotidiana. Esto se debe a una explosión química en el cerebro que incluye endorfinas, oxitocina y una buena dosis de serotonina, las sustancias responsables de mantenernos felices y relajados.
En otras palabras, un ejercicio bien ejecutado en el departamento inferior tiene efectos terapéuticos equiparables a los de una meditación profunda o una buena trotada… pero con mucho más entretenimiento y disfrute.
Ahora bien, este es un tema donde no se trata solo de cantidad sino, más bien, de calidad. No basta con tachar fechas en el calendario o en un programa de computador; se trata de un disfrute sobre la cama que sea real, consensuado, libre de presiones y lleno de placer.
La sexualidad no debería vivirse como un trámite o una obligación, sino como una experiencia que fortalezca la autoestima, los vínculos profundos con la pareja (si la hay) y el estado general del espíritu.
Lamentablemente, vivimos en tiempos cuando el tema sigue siendo tabú en muchas esferas, como si hablar de ‘ganas’ fuera un pecado y no una necesidad humana. La educación sexual sigue llena de vacíos y silencios incómodos, lo que deja a muchos navegando en un océano de las dudas, los mitos y las expectativas irreales o, lo que es mucho peor, sobredimensionadas a partir de cosas como la pornografía.
Lo cierto es que saber del tema, explorar sin culpa y comunicarse sin rodeos mejora no solo el desempeño en el departamento inferior, sino también en el conjunto de todas las cosas que componen nuestra vida.
En conclusión, una vida sexual plena es más que un asunto de placer: es salud, es bienestar, es felicidad. Así que, sin importar la edad, el estado civil o la experiencia en la materia, es hora de reivindicar el aquello como lo que realmente es: una necesidad humana que, bien llevada, nos hace mejores personas… o al menos, personas más felices y relajadas. Hasta luego.
Esther Balac - Para EL TIEMPO