Wayne Dyer, autor metafísico a quien iro profundamente, afirma que todo lo que uno se dice a sí mismo, después de ‘yo soy’, es lo que nos define la vida. Por ejemplo, si uno se dice ‘soy incapaz’, fracasará antes de comenzar cualquier proyecto. Si uno se dice ‘soy furioso’, la dulzura jamás saldrá. Él sostiene, como tantos sabios, que los pensamientos pueden ser el arma más aniquiladora o la herramienta más efectiva para crear nuestra realidad, y que esas palabras que vienen después de ‘yo soy’ son las más efectivas y potentes.
Me pareció brillante la teoría, y decidí ponerla en práctica. Pasé unos días tomando atenta nota mental de cómo me calificaba en diferentes escenarios. Y lo que escuché no fue bonito. Cada vez que me equivocaba de ruta y encontraba un trancón, pensaba: ‘Soy una imbécil’. Y en las mañanas en que no era capaz de levantarme a meditar, me decía: ‘Soy una perezosa’. En una reunión con mi contadora, en la cual me explicaba las normas tributarias y yo no entendía nada, me repetía: ‘Soy negada’. Y al verme en el espejo con más canas me decía: ‘Soy vieja’. Entonces, si yo creo en lo que el gran Wayne Dyer afirma y hoy me preguntaran cómo me defino, debería decir: ‘Soy vieja, imbécil, negada...’.
Si la mayoría de nosotros hiciéramos un inventario de nuestros pensamientos, apostaría a que, en general, nos hemos acostumbrado a alimentar y a creerles a los negativos, tendiendo a obviar los positivos. Quizá por esto vivimos en medio de tanta belicosidad y con la falsa noción de que no somos suficientes.
¿Qué pasaría si nos creemos la idea de que somos amorosos, inteligentes, atractivos, afortunados y, ante todo, merecedores, y actuamos acordemente? Nuestro actuar sería muy diferente. No tendríamos que reaccionar impulsivamente a cuanta agresión nos lanzan, porque sabríamos que no es cierto.
No estaríamos obligados a justificarnos, porque creemos en nosotros mismos. No toleraríamos que nadie nos maltratara en lo personal o profesional, porque sabemos y valoramos quiénes somos. Jamás intentaríamos ser superiores a los demás; por el contrario, nos esmeraríamos por ser nuestra propia mejor versión.
Las palabras tienen un poder astronómico, y si queremos cambiar nuestra realidad debemos cambiar nuestro ‘yo soy’.
ALEXANDRA PUMAREJO