Para los que vivimos en lugares nublados, un día soleado no pasa inadvertido. Sentimos el calor en nuestra piel, vemos las sombras aparecer, y los colores de los objetos a nuestro alrededor se intensifican. El Sol es una presencia constante en nuestras vidas, y lo ha sido para todas las civilizaciones de la humanidad que desde siempre han sentido una fascinación innegable por nuestra estrella.
En aquellos días soleados, mirar al Sol es tan tentador como riesgoso, si no protegemos nuestros ojos de la intensa radiación solar, que causa daño en la retina, la capa sensible a la luz en la parte posterior del ojo. La retinopatía solar puede generar visión borrosa, dolor ocular, sensibilidad a la luz y hasta pérdida permanente de visión. Hoy en día conocemos bien estos riesgos, pero en la antigüedad debió ser normal que las personas observaran el Sol directamente con frecuencia y sin protección, lo cual pudo provocar daños oculares graves en numerosos y temerarios observadores.
A medida que las civilizaciones antiguas se maravillaban ante el misterioso astro rey, buscaron formas ingeniosas de estudiarlo y apreciarlo sin estar expuestos al intenso brillo que los deslumbraba. El primer utensilio que un humano acopla a sus ojos para protegerlos de los rayos del Sol se remonta a la prehistoria. Fueron los esquimales los que fabricaron un antecesor de las gafas de sol, usando marfil, hueso o madera con pequeñas hendiduras, que ataban a la cabeza frente a sus ojos para poder contrarrestar la llamada ceguera de las nieves, el deslumbramiento provocado por el reflejo de la luz solar en la nieve.
En la antigua China, hace más de 2.000 años, se utilizaban objetos que opacaban el resplandor del Sol como, por ejemplo, la obsidiana, una roca ígnea volcánica de color negro intenso o, incluso, cristales de cuarzo y metales como el bronce o cobre con los cuales percibían el reflejo del sol. Los chinos desarrollaron una comprensión temprana de la observación solar y registraron ampliamente eclipses de Sol.
Una de las formas más simples e ingeniosas de realizar una observación del Sol segura es a través de la proyección. El físico árabe Alhacén, famoso por escribir en el año 1027 un tratado que sentó las bases de la óptica, desarrolló la cámara oscura. Con este instrumento observó el sol haciendo pasar la luz por un pequeño agujero en el lado de una caja y formando la imagen en su interior, disfrutando así de la observación de eclipses.
Posteriormente, en la Edad Media europea, durante los eclipses solares, se utilizaban métodos creativos, aunque riesgosos, para realizar la observación. Uno de ellos involucraba mirar a través de vidrios de vidrieras de colores, lo que atenuaba la intensidad luminosa. También a través de una densa niebla o del humo y cenizas producidas por incendios. El primer dibujo del Sol, con sus destacadas manchas solares, lo realizó un monje del monasterio de Worcester (Inglaterra) en diciembre de 1128. No obstante, los astrónomos conocían que mirar directamente al Sol era perjudicial para la vista y lo evitaban.
Fue en el siglo XVII cuando se produjo otro avance significativo en la observación segura del Sol. El astrónomo Galileo Galilei, famoso por sus observaciones pioneras con el telescopio en 1609, utilizó proyecciones para observar el Sol sin mirar directamente al astro. Dirigía la luz solar a través de un telescopio hacia una pantalla blanca, lo que le permitía estudiar manchas solares y otros fenómenos sin exponer los ojos. Por esa época el inglés Thomas Harriott, codescubridor de las manchas solares, perdió la vista en una observación directa al Sol, pero la recobró y no volvió a cometer ese error. Incluso Isaac Newton se quedó temporalmente ciego cuando era joven al mirar directamente la reflexión de la luz solar.
Aunque existían formas indirectas de ver el Sol, aún faltaba una forma eficaz de observar con detalle. No fue hasta el siglo XIX cuando se empezaron a desarrollar filtros adecuados para la observación solar, inicialmente basados en vidrios ahumados y materiales opacos, que se perfeccionaron en el siglo XX con el desarrollo de la ciencia de materiales.
En la actualidad los filtros solares están fabricados con materiales especializados, tales como polímeros con revestimientos de aluminio, que bloquean de manera efectiva la radiación ultravioleta e infrarroja perjudiciales, permitiendo al mismo tiempo que pase una cantidad mínima de luz visible. Mientras las gafas de sol convencionales reducen a un 15 por ciento el paso de luz solar y las más oscuras lo hacen a un 1 por ciento, los filtros solares certificados (ISO 12312-2) reducen en más de 10.000 veces esa cantidad de luz, y son los únicos recomendados para observar el Sol directamente.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional
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