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La adolescente cordillera Oriental sigue creciendo

Estudios geológicos demuestran que el norte de esta se eleva al menos cinco milímetros al año.

Raudal en el municipio de San Juanito, Meta, zona cercana al puente La Pichonera.

Raudal en el municipio de San Juanito, Meta, zona cercana al puente La Pichonera. Foto: Alejandra Cardona Mayorga

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Hace 145 millones de años la cordillera Oriental de los Andes no existía. Las rocas que hoy la forman estaban sumergidas bajo el mar. Así permanecieron durante mucho tiempo hasta que hace unos 25 o 30 millones de años, cuando ya el mar había desaparecido, empezaron a surgir las primeras montañas y muchas de las antiguas rocas marinas quedaron enterradas a más de diez kilómetros de profundidad, durante el Oligoceno. La situación empezó a cambiar, cada vez de manera más acelerada. Con el tiempo, el clima, las lluvias, la erosión, la presión y unas temperaturas mayores a 250 grados centígrados, las rocas, casi como plastilina, cambiaron de forma.
Su volumen también se transformó y se inició lo que los geólogos llaman orogenia, o sea cómo se van construyendo las montañas. Y así se fue formando la cordillera Oriental, la que más ha estudiado Andrés Mora, PhD en geología estructural de la Universidad de Postdam, Alemania. A pocos kilómetros de Bogotá, en los puntos más altos del páramo de Chingaza ha encontrado rocas que, de estar a cinco kilómetros de profundidad, en menos de un millón de años llegaron a ubicarse a una altura de alrededor de cuatro kilómetros sobre el nivel del mar.
Sí. Las cordilleras crecen y lo hacen por múltiples causas, entre ellas la que sugiere Mora en sus salidas de campo cuando su mirada se detiene en las diferentes rocas, robándoles información a partir de su color, de su forma, de las líneas que exponen su edad, que hablan de las condiciones que han soportado. Una mirada incluso inquisidora y demandante, como diciendo ‘quiero saber más de usted’. Todos sus estudios han quedado plasmados en decenas de artículos científicos y junto con otros colegas como Mauricio Parra y el estadounidense Brian Horton resumió los resultados de más de 20 años de estudio para un capítulo del libro The Geology of Colombia, que prepara el Servicio Geológico Colombiano.

¿Cómo ha crecido la cordillera Oriental?

En este lugar del planeta ocurrió lo que técnicamente se denomina inversión tectónica, o sea que las rocas más profundas de la corteza terrestre se exhumaron, ubicándose en las cumbres más altas de las montañas, algo raro y extremo. Comprobarlo lo sorprendió, porque sus colegas alemanes que estudian el Himalaya, la otra gran cordillera a nivel mundial que aún está en formación, habían encontrado expuestas a más de cinco kilómetros de altura unas rocas que hace tres millones de años estaban enterradas a más de 15 kilómetros de profundidad en las entrañas de la tierra y parcialmente fundidas.
“Es anormal e impresionante que rocas que estuvieron a profundidades kilométricas, hoy se observen en los mayores picos de relieve del mundo y que además esto haya ocurrido en tan corto tiempo, o sea pocos millones de años” explica Mora, durante un recorrido que pasó por Choachí, Fómeque y San Juanito, atravesando el Parque Nacional Natural Chingaza, por una carretera destapada, húmeda y barrialosa, por la que transitan muy pocos carros y la velocidad no supera los 20 kilómetros por hora.
Mora ha pasado por esta vía infinidad de veces. La conoce como la palma de su mano y reconoce cada uno de los sitios donde las evidencias del pasado son más elocuentes. Cuando en el 2003 se enteró de los resultados en el Himalaya, se acordó de lo que había visto en las cabeceras del río Guatiquía porque ya lo había propuesto en publicaciones previas, como base para una hipótesis de trabajo. Eso demostraría que tanto las montañas del Himalaya como las de Los Andes son extremadamente jóvenes y activas... más activas de lo que se pensaba hasta entonces. Así se impuso como meta “buscar evidencias y hacer análisis que sustentaran o rebatieran esa hipótesis”, lo que logró en laboratorios de Alemania. “Fueron resultados impresionantes”, dice. “Incluso en las cabeceras del río Humea, al este de Bogotá, [los resultados indicaban] que hace solamente 800 mil años el lecho del río moderno yacía enterrado a más de cuatro kilómetros”. Algo similar ocurrió con las edades del río Guayuriba. Los niveles de erosión también lo impactaron. “Por ejemplo, el río Guayuriba había cavado un cañón de varios kilómetros de profundidad en menos de un millón de años”.
Es anormal e impresionante que rocas que estuvieron a profundidades kilométricas, hoy se observen en los mayores picos de relieve del mundo
La cordillera Oriental es aún una adolescente. En ciertas regiones ha estado creciendo cinco milímetros anuales en el último millón de años. “El páramo de Chingaza es una zona emblemática para ver estos procesos, porque aquí están las rocas más antiguas de toda la cordillera Oriental, que estuvieron a una mayor profundidad en el pasado, y hoy están a la mayor elevación topográfica”, dice en medio de los frailejones del páramo. Esas mismas rocas las han encontrado también en el subsuelo de los Llanos a varios kilómetros de profundidad.
De hecho, cuenta, para lograr estos resultados aplicó por primera vez en los Andes del Norte una combinación de tecnologías, entre ellas las dataciones cosmogénicas –la radiación cósmica que proviene del sol y de nuestra galaxia--, termocronómetros –por medio de los cuales la temperatura da cuenta de la edad--, así como otros métodos novedosos para cuantificar cambios en la topografía o las lluvias en el pasado, útiles para datar procesos asociados a la formación de las montañas y la rapidez con la que ocurren.

La biología y la geología se nutren mutuamente

Todas estas pistas que ofrece la geología les sirven a los biólogos. “La formación de los Andes impacta directamente en la cantidad y distribución del agua en el subsuelo y en la superficie, en la formación del paisaje y los seres vivos que lo conforman, así como en la formación de acumulaciones de petróleo”, explica Mora mientras avanza el carro, a punta de saltos y resbalones. Y esa información es útil para los biólogos que buscan entender la dinámica y evolución de la biodiversidad y la influencia del clima; también para quienes buscan fuentes de agua o petróleo en el subsuelo.
“Por ejemplo, al saber cuándo y que tan rápido se formaron los Andes del Norte, el grupo con el que trabajo ha llegado a entender que hay una relación causa-efecto entre la formación de los Andes y el origen de río Amazonas”. Se detiene y lo explica: los sedimentos del río Amazonas depositados hace unos diez millones de años en la desembocadura del Atlántico demuestran que los Andes crecían mucho más rápido.
“Al erigirse una cadena de gran elevación en los Andes modernos, se creó uno de los drenajes transcontinentales más importantes del mundo y el más importante para la biodiversidad del planeta”, dice. La revista Science publicó estos resultados en 2010, en los cuales Mora es coautor con la paleoecóloga Carina Hoorn, de la Universidad de Amsterdam y el paleontólogo colombiano Carlos Jaramillo, entre otros, y hasta hoy ha sido citado más de 1200 veces. “Y eso es gracias a que los biólogos quieren entender más todavía sobre cómo influyeron los Andes, no solamente en los procesos de formación del río Amazonas sino en la biodiversidad asociada al mismo, porque los Andes controlan la distribución de las especies en las montañas y el flujo de nutrientes hacia la Amazonia”.
La formación de los Andes impacta en la cantidad y distribución del agua en el subsuelo y en la superficie, en la formación del paisaje y los seres vivos que lo conforman
Los Andes actúan como barrera orográfica haciendo que las lluvias se concentren en su vertiente oriental. Eso lo ve muy claro justo en la zona del río Guatiquía, que nace en el páramo de Chingaza y desemboca en el río Meta. “Los vientos traen humedad por las nubes contra las montañas en el límite entre los departamentos del Meta y Cundinamarca; desde un punto uno puede ver el Guatiquía por un lado, y el Valle del Río Blanco y el Guayuriba por el otro, y simplemente hay una elevación tal que las nubes cargadas de humedad no alcanzan a pasar; eso solo existe desde hace tres millones de años y concentró la precipitación acá (estamos llegando a Chingaza); aquí llueve muchísimo. Esta concentración de lluvias ha llevado a que las tasas de erosión aquí estén entre las mayores que se hayan medido en la tierra, después de las medidas en el Himalaya”.

¿A dónde va a parar el agua que escurre de la cordillera?

Mora defiende la tesis de que gracias a que existen los Andes, una gran cantidad del agua que es drenada desde sus montañas no necesariamente va a parar a los ríos sino que llega al subsuelo a cientos y miles de metros de profundidad. Si bien la cordillera Oriental de los Andes controla las lluvias y genera el gran caudal de los ríos como el Orinoco y el Amazonas que fluyen hacia las zonas bajas subandinas, gracias a la edad y la rapidez con que se ha levantado esta cordillera y “como trampa del avance de los vientos alisios, es muy probable que haya enormes reservas de agua dulce en el subsuelo de la Amazonia y la Orinoquia”, explica.
“La cantidad de lluvia presente en la vertiente oriental de los Andes, el enorme gradiente topográfico de las montañas y la alta permeabilidad de las rocas en el subsuelo permiten una rápida entrada de aguas superficiales en los espacios porosos de las rocas que se encuentran enterradas a varios kilómetros de profundidad, por ejemplo en los Llanos de Colombia”.
Durante dos días recorrimos la zona y llegamos hasta más allá de San Juanito, donde las cascadas que bajan de las montañas como hilos plateados en medio de una exuberante naturaleza ofrecen uno de los espectáculos más maravillosos de nuestra geografía.
Y escarbando entre las rocas, los laboratorios y las más modernas tecnologías, Mora dice: “Mi aporte al entendimiento de los Andes del Norte, y el de los colegas que trabajan conmigo, ha sido tener las definiciones y cuantificaciones más precisas que se conocen sobre el tiempo geológico, el estilo y la cantidad de levantamiento y erosión. Esto es esencial para entender los efectos de los procesos de formación de montañas sobre el clima, la distribución de combustibles fósiles, el medio ambiente y la vida”.
LISBETH FOG CORRADINE
PARA EL TIEMPO

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