Estamos acostumbrados a concebir nuestro mundo en tres dimensiones; ello es debido a la tradicional concepción de los objetos y espacios mediante su largo, ancho y alto. Sin embargo, desde 1900 un grupo de matemáticos liderados por el alemán Felix Hausdorff se dieron a la tarea de recuperar la teoría del hiperespacio, a la luz de la topología.
Definido como aquel espacio de cuatro o más dimensiones, el hiperespacio aún es objeto de debate, sobre todo entre los físicos. Sin embargo, es natural asociarlo a la romántica idea de futurismo que llegó con la era espacial, pues la literatura fantástica fue de las primeras disciplinas que se interesaron en acuñarla.
Inclusive, antes de la fiebre desatada por el alunizaje, este concepto llamó la atención “de los escritores de ciencia ficción: la primera constancia que se tiene del uso del término en este ámbito la encontramos en la novela de 1934 The Mightiest Machine, del escritor estadounidense John W. Campbell”, sostiene Rafael Lahoz-Beltra en su libro Hiperespacios. El mundo en cuatro o más dimensiones.
Y a pesar de estar asociada a la magia de la tecnología y la fantasía –en los setenta, con el boom del videojuego, se popularizó el de Star Wars que tenía un botón llamado ‘Hiperespacio’ que salvaba a la nave espacial de una colisión fatal con un asteroide, enviándola a otra dimensión del espacio–, la aplicación de esta teoría es más cotidiana de lo que se cree.
Así lo demuestra el autor mediante ejemplos cercanos como el del diseñador Mark Liu quien en 2015 demostró el error que subyace al patronaje de ropa siguiendo el modelo euclidiano de líneas rectas, debido a los volúmenes y redondeces propias del cuerpo y que van más allá de las dos y tres dimensiones.
“Uno de los resultados de la tesis de Liu fue el medidor de paños, un invento con el cual medir la curvatura de las superficies corporales, mejorando así la precisión del patronaje y, por tanto, la eficiencia en la producción de ropa”, anota Lahoz-Beltra en
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