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Historias del Cosmos: ciencia en Navidad

Las Conferencias Navideñas surgieron con la idea de llevar la ciencia a los jóvenes en Reino Unido.

Michael Faraday

Michael Faraday Foto: iStock

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PERIODISTA DE CIENCIAActualizado:

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En una fría tarde londinense en plena época navideña de 1825, el profesor John Millington se disponía a dar una conferencia en la sesión inaugural de un evento que desde entonces se celebra año tras año, únicamente interrumpido en cuatro oportunidades por la Segunda Guerra Mundial.
Millington daba así inicio a las Conferencias Navideñas, que surgieron con la idea de llevar la ciencia a multitud de jóvenes en un momento en que la educación era escasa, y que se ha establecido como una de las actividades de divulgación científica de mayor tradición en el mundo.
Moviendo los hilos de esta iniciativa estaba la mente del científico Michael Faraday, quien años después se volvería famoso por sus contribuciones a la teoría electromagnética de la luz, y que había sido nombrado recientemente director de una de las organizaciones científicas más destacadas del momento, la Real Institución de Gran Bretaña.
Faraday era un convencido de la importancia de llevar el conocimiento al público, especialmente a los más jóvenes, y quería romper la burbuja que había caracterizado las conferencias que hacía la institución, dirigidas a los aristócratas y de la burguesía. Su intención con las Conferencias Navideñas era presentar la ciencia de manera comprensible y accesible, aumentando la curiosidad de los británicos.
Rápidamente, la cita para ver a los más reconocidos científicos, en un acogedor e imponente auditorio en forma de hemiciclo, se convirtió en uno de los eventos más esperados de la época navideña. Los invitados de lujo, que hasta la fecha superan ya los 150, incluyen premios nobel y notables científicos. Algunos han marcado un importante referente en la divulgación de la ciencia, como Carl Sagan, quien maravilló a los asistentes hablando sobre planetas en 1977.
Entre todos, Faraday fue sin duda el protagonista, encargándose en 19 oportunidades de las sesiones. En una de las más recordadas, titulada ‘La historia química de una vela’, aprovechó el contexto de las decoraciones navideñas para hablar de las reacciones químicas que tenían lugar al encender una simple vela.
En otra oportunidad, Faraday tuvo que improvisar cuando, con el auditorio a reventar, el conferencista programado huyó despavorido por pánico escénico justo antes del inicio de la sesión. Faraday no tenía nada preparado y se dedicó a especular sobre la naturaleza de la luz y su conexión con la electricidad y el magnetismo, hasta sugerir incluso que la luz era una vibración de las líneas de fuerza magnética. Eran ideas revolucionarias que cambiarían la física años después cuando un joven James Clerk Maxwell desarrollara teóricamente las ideas de Faraday, y naciera formalmente la teoría electromagnética.
Volviendo a la divulgación de la ciencia, Faraday se maravillaría con las posibilidades y los recursos que existen en la actualidad, pudiendo llegar a un público inmensamente más amplio y consiguiendo una gran visibilidad. Sin embargo, esto implica una mayor responsabilidad, que debe verse reflejada en buenas prácticas y ética, características esenciales para el progreso de la ciencia y que deben ser esenciales para su buena divulgación. Esto es lo que caracteriza a los buenos divulgadores de los que quieren divulgar por divulgar.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional

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