Millones y millones de diminutas agujas flotan como nubes alrededor de un planeta, formando un paisaje espacial único. La compleja estructura es parte de un sistema de comunicación y funciona como una capa en donde se reflejan las señales para transmitirse de un lugar a otro sobre la superficie del planeta.
Parecería el guion de una película futurista, pero sorprendentemente esta escena, más propia de la ciencia ficción y de un lejano planeta donde habita una avanzada civilización, fue una realidad tangible en los años 60 en la Tierra, en el apogeo de la exploración espacial.
El acontecimiento tuvo lugar en un contexto cargado de tensiones de la Guerra Fría y la necesidad estratégica de garantizar las comunicaciones en un mundo al borde de un conflicto nuclear. Cuando la humanidad se encontraba en una carrera espacial frenética, las comunicaciones eran vitales, y los líderes militares temían que las explosiones nucleares a gran altitud, demostradas en una serie de pruebas con detonaciones atmosféricas conocidas como proyecto Hardtack en 1958, pudieran temporalmente destruir la ionósfera. Esta capa atmosférica actúa como un gigantesco espejo que rodea la Tierra y refleja ondas de radio, permitiendo comunicaciones a larga distancia.
En 1961, el proyecto West Ford, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, inicialmente conocido como proyecto Agujas, llevó a cabo una iniciativa audaz y controvertida que involucraba lanzar cientos de millones de agujas de cobre al espacio con el propósito de rodear la Tierra. Las agujas tenían dimensiones de 1,8 cm de longitud y un diámetro de 0,0018 cm, con un peso de solo 40 microgramos y específicamente diseñadas para tener la mitad de la longitud de onda de las microondas (alrededor de los 8.000 MHz). Esta longitud particular permitía que, al ser golpeadas por las microondas, las agujas se comportaran como diminutas antenas de dipolo que reproducían en todas direcciones la señal exacta que recibían. La nueva capa artificial remplazaría la tarea de la ionósfera, asegurando así las comunicaciones en caso de perturbaciones nucleares.
Los planes se pusieron en marcha, y a pesar de que el primer lanzamiento en 1961 fue un fracaso, el segundo cumplió el objetivo el 9 de mayo de 1963, siendo el proceso de dispersión de las agujas un éxito técnico. Empacadas en bloques de gel de naftalina que se evaporaría en el vacío del espacio, los cientos de millones de agujas con un peso total de 20 kg, se liberaron y esparcieron gradualmente a lo largo de su órbita en un período de dos meses. El resultado fue una nube en forma de roscón, de 15 km de ancho y 30 km de grosor, que rodeaba la Tierra a una altitud de 3.700 km.
Después de las exitosas pruebas de transmisión de voz, el experimento se dio por finalizado pocos días después, cuando las agujas estaban espaciadas aproximadamente a 400 metros una de otra. Las razones incluyeron el poco respaldo de los científicos, especialmente los radioastrónomos que temían por posibles interferencias, y el miedo a que el lanzamiento de satélites a la órbita baja se viera comprometido.
El respaldo al proyecto también disminuyó considerablemente al comprobar la efectividad de los primeros satélites de comunicaciones, como el Telstar 1, lanzado en 1962. Resultaba más conveniente lanzar estos satélites que saturar la órbita baja con millones de agujas metálicas para generar una ionosfera artificial.
La mayoría de las agujas reentraron en la atmósfera de la Tierra alrededor de 1970, aunque algunos grupos permanecen en órbita como testigos de una época en que los terrícolas comenzaron a tejer el futuro del desarrollo espacial.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico
de la Universidad Nacional
Encuentre también en Ciencia