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El exsoldado amputado que renació como Mochomán
Fue víctima de un atentado que lo dejó sin brazos y sin una pierna. Hoy es un atleta paralímpico C1.
Juan José Florián, el soldado amputado que renació como Mochomán Foto: Cortesía Movistar
Por asuntos de la guerra, a Juan José Florián, siendo soldado, le enseñaron en el Ejército a desconfiar de todo. A dudar de las personas, a no recibirles nada, a no tocar cosas ni a moverlas, a andar a campo traviesa, jamás por caminos o carreteras, porque el peligro, el mismo que lo persiguió y acosó –a él y a su familia– durante toda la vida, acechaba siempre.
Por eso durante años lo atormentó la ligereza, el descuido al que quizá lo llevó esa falsa sensación de seguridad que estaba sintiendo durante esas vacaciones de hace once años en su casa de Granada, en el Meta.
“Las Farc nos dejaron una bomba en el jardín. Yo salí y vi la bolsa ahí, con la esquinita del ojo, y caminé hacia ella… la moví, seguramente la apreté, no recuerdo bien cómo se accionó. Pero explotó. Y me voló los brazos, me voló la pierna derecha, acabó con la visión de mi ojo derecho, me estalló los oídos, me rasgó, me quemó...”.
Pero no lo mató. E increíblemente ni siquiera lo sumió en la inconsciencia. Por eso recuerda haberse visto destrozado y haberle suplicado a gritos a su hermano mayor que le pegara un tiro, porque no quería vivir así. Rogó con todas sus fuerzas acabar de morirse. Suplicó. Pero su cuerpo aguantó el tiempo suficiente para que él empezara a cambiar de idea, para que pensara que si lograba llegar al hospital de Granada, se salvaría.
En la cama de urgencias, mientras los médicos movían cielo y tierra para estabilizarlo, sus pensamientos iban de un episodio a otro de su vida, de su infancia que comenzó en Puerto Berrío, Antioquia, pero que transcurrió casi toda en una finca entre Granada y Lejanías.
Él, cuarto de ocho hermanos, estudió la primaria y parte del bachillerato en una escuela a 2 kilómetros de su casa. E intentó ser feliz a pesar del miedo de vivir en una zona con presencia de paramilitares y dominada por unas Farc que intimidaban, reclutaban e imponían todas las normas a su antojo.
“Por eso, tal vez, desde muy niño soñé con ser soldado; para mí los soldados fueron y serán siempre mis salvadores, porque me daban tranquilidad, confianza en medio de esa región tan golpeada por el conflicto armado. Cuando llegaba la Fuerza Pública, las Farc se retiraban, los paramilitares no asomaban, entonces podíamos salir a jugar a los potreros hasta bien tarde con mis hermanos”.
Génesis de un calvario
Tan pronto tuvo la edad, su hermano mayor se fue a prestar servicio militar. Y ahí empezó otro calvario. Juan José tendría 14 años cuando las Farc aparecieron en su casa para hacerle una exigencia a su mamá: “Usted le dio un hijo al Estado y ahora le tiene que dar un hijo a la revolución, a la causa; le toca hacer un aporte”. Y no valieron las súplicas. Ni siquiera le permitieron empacarle una maleta.
Con lo que tenía puesto, con pánico, con rabia, con el corazón roto, así se lo llevaron los guerrilleros. Lejos de resignarse, Juan José empezó a cultivar la idea de volarse… y la maduró a pesar del adoctrinamiento, de la sentencia de muerte que pesaba sobre quien desertaba.
Estuvo con cientos de jóvenes reclutados a la fuerza, como él, en Mesetas, La Uribe y Sumapaz, más de un año. Y esperó una oportunidad de fugarse que llegó con la toma a Villarrica, Tolima. Aprovechó el caos del combate, escapó y se entregó a las tropas.
Pero a los soldados, enseñados a desconfiar de todo, les costó creerle que había sido reclutado a la fuerza y que había desertado. Ellos y los policías que sobrevivieron a la toma estaban indignados, furiosos por la destrucción y la cantidad de muertos que habían quedado: “Yo les decía que no tenía la culpa, que también era una víctima y que mi hermano, que hacía parte del Ejército, podía corroborarles eso. Y lo llamaron. Gracias a Dios, él había denunciado mi reclutamiento en su momento”.
Después de eso vino una etapa en hogares de paso de Bienestar Familiar, en Bogotá, y un tiempo con familiares en Puerto Berrío. Volver a su casa era imposible. Por eso tan pronto cumplió los 18 años, se presentó a prestar servicio, dispuesto a seguir su sueño.
Se acordó entonces del oficial que durante los entrenamientos les gritaba al oído a los soldados que desfallecían: “¡Aguanta o revienta, soldado!”. Y él respondía: “¡Aguanto, mi teniente!”.
Se mantuvo durante nueve años firme en esa vida, a pesar de su dureza y peligros y aun cuando la guerrilla lo convirtió por eso en objetivo militar y no dejó de hostigar a su familia, de citar a su mamá para cobrarle por lo poco que tenía.
Cansada salió con el resto de sus hijos de la finca, que dejó bajo el cuidado de un conocido. Y tiempo después, para quitarse el problema de los cobros y las amenazas de encima, decidió venderla; pero la guerrilla no dejó de exigirle. “Como ya era soldado, cogimos fuerza y decidimos no ceder, no pagar más. Y por eso y por todo lo demás nos pusieron la bomba en la casa”.
Con el paso de los minutos en la sala de urgencias del hospital de Granada, Juan José sentía que respiraba cada vez con menos fuerza y que la voz se le iba. Pensaba en su primera hija que apenas tenía tres años. Pero entonces veía su cuerpo destrozado y no podía imaginar la vida así. Se acordó entonces del oficial que durante los entrenamientos les gritaba al oído a los soldados que desfallecían: “¡Aguanta o revienta, soldado!”. Y él respondía: “¡Aguanto, mi teniente!”.
Trayendo ese grito a su mente luchó hasta perder la conciencia, y cayó en un coma del que despertó 12 días después.
Sin lugar para la lástima
Mutilado, sumido en la depresión y la incapacidad física, entró en un periodo en el que aceptaba todo por inercia: la dolorosa recuperación inicial, que duró dos meses en el hospital; la etapa de rabia, duelo y desconsuelo en su casa; luego, el viaje a Bogotá, para enfrentar un año entero de tratamiento y su desfile interminable de citas médicas, cirugías y exámenes. Y la prótesis y la rehabilitación que lo esperaban al final.
Entonces tuvo que ir un día al Batallón de Sanidad con su hermano, a reclamar medicamentos. De golpe se encontró entre soldados con lesiones y dramas incluso peores que los suyos, que luchaban por recuperar su vida y donde no había lugar para la lástima.
Allí, rodeado de una camaradería nacida del dolor y de la identidad compartidos, Juan José empezó a sanar física y mentalmente. “Era un ambiente de mucho positivismo, de recocha, de darnos ánimos entre todos, hasta de reírnos de nosotros mismos”, cuenta.
Ya más animado se impuso un propósito: ganar independencia.
“Me fijé retos pequeños al comienzo, como agarrar un pocillo para tomar tinto, aprender a comer solo, a usar el teléfono. Y cuando superé esas cosas empecé a trabajar con la prótesis de la pierna, porque quería volver a caminar. Lo logré después de mucho trabajo con la ayuda de una de mis hermanas, de los amigos. Eso me permitió integrarme más”.
El psiquiatra y el psicólogo que lo ayudaron a manejar el trauma que le dejó el atentado solo se convencieron de que él había dado un paso definitivo hacia adelante cuando se propuso nadar y se trazó la meta mental de romper un récord, así fuera para él mismo.
Ahí reemergió su espíritu de soldado, resistente y movido por propósitos, que empezó a perseguir. Uno era convertirse en psicólogo; logró una beca y empezó a estudiar con juicio en la Sergio Arboleda… hasta que se le atravesó la idea de montar en bicicleta.
Nació Mochomán
Juan José Florián, el soldado amputado que renació como Mochomán Foto:Cortesía: Movistar
Ese era un sueño que tenía guardado y que no se atrevía a cumplir porque sentía que necesitaba manos para sostenerse, “pero un día le pedí prestada la cicla a mi hermana; me monté y un amigo me amarró los ‘mochos’ al manubrio. Pensé que no podría, que me ganaría el peso del cuerpo por la falta de la pierna, que me caería. Pero arranqué y para mi sorpresa ¡seguí derechito pedaleando! Cuántos años perdí por miedo”.
Muy rápido ganó fuerza, velocidad y ganas de convertirse en ciclista, de ser atleta paralímpico. Así que aplazó su carrera, cuando apenas empezaba el cuarto semestre, decidido a dedicar todo su tiempo a prepararse para llegar a un mundial. En ese momento nació Mochomán.
Su presencia en las carreteras empezó a llamar la atención de medios y empresas como Telefónica Movistar, con la que se puso en o y que acogió su solicitud de apoyo para seguir adelante con esta carrera inspiradora.
Juan José Florián junto a su esposa y coequipera de la vida, Angie Garcés. Foto:Cortesía Movistar
“Fue imposible decir no –cuenta Fabián Hernández, presidente de la compañía–. Más allá de sus resultados deportivos, para nosotros el apoyo al ciclismo paralímpico es muy importante, lo vivimos en el pasado con Álvaro Galvis. Somos una empresa inclusiva, convencida de que el deporte es un eje transformador de la sociedad y qué mejor que nuestra marca la portara Juan José, llevar ese mensaje de resiliencia y alegría todos los días”.
Han pasado casi tres años desde que Movistar inició su patrocinio a Mochomán, hoy atleta paralímpico C1. “En este tiempo –dice con orgullo Juan José– hemos estado en un mundial, en dos copas del mundo y vamos a participar en el Mundial de Ruta que será en Portugal, del 9 al 13 de junio”.
Muy consciente de que su historia es digna de contar, ha recorrido el país compartiéndola en distintos escenarios. Y estima que a esas conferencias han asistido, mal contadas, más de 40.000 personas. “No me paro frente a ellas en esos auditorios a decirles cómo tienen que vivir, sino que comparto las herramientas de las que yo eché mano para salir adelante. E invito a usarlas. Uno nota cómo la gente se conmueve”, dice.
Después de una década entera de recuperación y redescubrimiento en Bogotá, Juan José, de 38 años, volvió a Granada hace un año a construir un hogar al lado de su esposa Angie Garcés, a quien conoció de niña, pero de la que se enamoró hace cuatro años, y de su hijo de tres años. Como el hombre de propósitos que es, tiene trazados los que vienen: seguir entrenando, terminar su carrera, criar a su hijo y fortalecer su hogar, y seguir contando esta historia para que inspire y ayude a los demás.