Un esnob es una ‘persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos’, señala el Diccionario de la
Real Academia.
Los motivos que daríamos a este proceder pueden ser solo especulaciones, pero sí es claro que hay un asomo de falta de carácter y decisión para transitar por un camino original.De acuerdo con esta definición,
la notoriedad de una persona dentro de un grupo humano es la causa de que los esnobs le remeden las actitudes y formas de expresión. Por supuesto, las
palabras también caben dentro de esa imitación borreguil.
Los ámbitos empresarial, mediático, político y, con tristeza, el educativo están invadidos de los machacados vocablos "fidelizar", "válido", "tema", "funcional" o "empoderar", "importante" o "realizar", por citar solo algunos. La adopción de ciertas expresiones se da por un contagio inconsciente y subordinado, porque las órdenes en una jerarquía cualquiera proceden de los altos mandos (directores, jefes, gerentes, maestros, presidentes, coordinadores, etc.). Así, sigue asombrando y preocupando cómo el poder va imponiendo modelos de conducta distorsionando, unas veces, y reiterando, otras, ciertas palabras.
Uno de los inconvenientes de este esnobismo (siempre ridículo) surge cuando se cree haber escuchado una palabra, pero se usa otra muy parecida. Hay quienes creen, por otro lado, que el poder se adquiere si se toman las palabras de aquellos que lo ejercen; pero la situación es contraria: aumenta el sometimiento cuando solo se asumen los referentes ajenos. El paseo del mendigo alrededor del palacio no le asegura una corona.
Aumenta el sometimiento cuando solo se asumen los referentes ajenos
Una recomendación: si pretendemos aprender de cocina, acudamos a un experto chef; si la intención es descubrir la fascinación de la música, que sean los especialistas músicos nuestros modelos. Imitar algo como “yo siento de que vamos rumbo a la clasificación”, en la declaración de un futbolista, aunque sea famoso, no garantiza un adecuado uso del lenguaje. Al futbolista talentoso se le debe imitar solo si la intención consiste en dominar de manera absoluta un balón.
Los ejemplos de estas adopciones precipitadas de la lengua no solo están en el 'patético', cuyo significado ha resultado más deformado que un tamal en una convención de ebrios; su sonoridad parece cautivar a los s. También en los titulares de prensa se aprecia ese fenómeno: no pasa un día sin que los redactores entrometan el verbo 'apostar', sobre todo en las secciones económicas y empresariales, como si deambularan por un casino. Y claro: algunos ministros, empresarios, estudiantes de istración y los llamados “emprendedores” siguen extendiendo su uso.
“Señorita, ¿el doctor López regresa esta tarde?”, se le preguntó a la secretaria del gerente de una prestigiosa compañía. Y, aunque con titubeos, ella dijo: “No sé si vendrá, pero yo asumo que sí”. ¿Cómo puede “asumir” que el gerente sí vendrá si desconoce si él viene? Tanteando, quizás deseaba decir “presiento que sí” o “presumo que sí” (¡no “asumo”!). Sin embargo, el “asumir” puede resultarle selecto, chic, distinguido, exclusivo… Es posible que sean la misma secretaria que “recepciona” la correspondencia o el narrador deportivo que cuenta cómo un futbolista “recepcionó” el balón. Es más sencillo y claro el verbo recibir.
De forma similar, en las emisiones noticiosas y de opinión, se enteca una infinidad de términos: “Válido”, como si el emisor de tal palabreja quisiera evitar cualquier refutación; “funcional”, eludiendo alternativas; “claramente”, imaginado que los otros exponen ideas opacas, o “queremos que la opinión pública nos acompañe”, para indicar que desean un número mayor de votos. Y, de nuevo, los corderitos asumen (aquí sí) esa terminología a veces populista y, en otras ocasiones, proselitista.
Detrás siguen “aperturar”, “en ese orden de ideas”, “de tal suerte”, “a nivel de”, “posicionar” o “reposicionar”. O un frankenstein morfológico: “accequible”, engendrado por la distorsión y apareamiento forzado de “asequible” con “accesible”; pero, si eso dijo el gerente, entonces debe de estar bien dicho, pensará alguno de sus asistentes.
Si tomamos la perspectiva de asumir sin ningún cuestionamiento el modelo de los poderosos o famosos, pues cambiemos de “eccenario”, hablemos de las “cacturas” (como algunos generales) o modifiquemos una palabra de nuestro Himno Nacional: Que ya no sea “la libertad sublime…”, sino la libertad “ublime”.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA V.
PROFESOR FACULTAD DE COMUNICACIÓN
UNIVERSIDAD DE LA SABANA