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‘Enfrentamos la sexta extinción, las amenazas son grandes, pero es posible revertirla’
El presidente de la CSE cuenta cómo se trabaja para restituir la pérdida de biodiversidad.
La tortuga boba (Caretta caretta), también conocida como tortugua caguama, cayume, o cabezona, es una especie de
tortuga marina que pertenece a la familia Cheloniidae. Habita en el océano Atlántico, Pacífico e Índico, así como el Mediterráneo. Foto: Guillermo Ossa / EL TIEMPO
La supervivencia de la humanidad está vinculada, indiscutiblemente, a la naturaleza y a la biodiversidad. Jon Paul Rodríguez, biólogo venezolano, lo enlista de forma sencilla: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos, la medicina que utilizamos, el hierro con que se fabrican los vehículos y el petróleo que sale desde el fondo de la tierra, extraído de los depósitos fósiles, todo lo tomamos de la naturaleza.
“Simplemente, no tenemos ninguna alternativa para sobrevivir más que proteger a las especies con las que coexistimos en el planeta”, dice el también doctor en ecología y biología evolutiva que, desde 2016, es presidente de la Comisión de Supervivencia de Especies (CSE), de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), grupo de expertos encargados de estudiar animales, plantas y hongos del mundo, para determinar su estado de conservación y grado de amenaza. Eso lo comunican a través de la Lista Roja, un enorme banco de datos que contiene información sobre casi 160.000 especies.
Rodríguez ha estado inmerso en la naturaleza desde que tiene memoria. Sus viajes familiares eran al campo y a sitios de pesca en la costa caribe venezolana. Ahí viajaba con su padre, emigrante de origen vasco que escapó de la Guerra Civil española y quien, aunque estudió economía, era un naturalista por afición.
“Recuerdo que a los 9 o 10 años andaba con un machete en una mano y un carrete de pesca en la otra”, cuenta Rodríguez. Años más tarde, estudió biología. No pasó mucho tiempo cuando ya se había involucrado en grupos conservacionistas y de divulgación científica. En 1987 fundó Provita, organización no gubernamental dedicada a la conservación de especies amenazadas de Venezuela.
Rodríguez bromea que ese camino lo ha llevado a usar tres sombreros distintos: el de científico e investigador, el de fundador de una organización y el de presidente de un organismo internacional. “Antes de que me diera cuenta, tenía tres trabajos y los tres están muy conectados entre sí”, afirma.
Conversamos con él sobre la acelerada pérdida de biodiversidad, una de las grandes crisis que enfrenta la humanidad, y sobre el trabajo que realizan para evitar la extinción de especies.
¿Cuál es la función de la CES, que preside desde 2016?
Jon Paul Rodríguez, presidente de la Comisión de Supervivencia de Especies (CSE). Foto:Samuel Hurtado
Es una red de unos 8.600 científicos de prácticamente todos los países del mundo. Yo siempre digo un chiste: nos faltan como 10 o 12 para conquistar el mundo entero. El trabajo que hacemos en la Comisión es generar información y conocimiento necesario para el apoyo a políticas públicas en conservación, porque creemos en las políticas basadas en evidencia.
Estos expertos son voluntarios, gente que dedica su tiempo a las especies amenazadas y su investigación. Con ellos, conformamos 168 grupos y cada uno está enfocado en un segmento de plantas, animales u hongos. Tenemos el grupo de elefantes asiáticos, el grupo de cetáceos, el grupo de hongos, el grupo de árboles... Hay muchísimos grupos distintos y todos agrupan a los expertos más destacados. Son los responsables de generar el conocimiento que sustenta la Lista Roja de especies amenazadas de la UICN.
El trabajo de la comisión implica un ciclo: evaluar, planear y actuar. Evaluar es generar la Lista Roja de especies; lo siguiente es transformar esa información en planes de acción para las especies, para después implementar los planes de acción y revertir la tendencia en la disminución de especies. Lo que esperamos es que una vez que hemos actuado, la próxima vez que hagamos evaluación, el estatus de las especies esté mejor.
Los expertos me decían: “Yo sé cómo hacer la Lista Roja, cómo evaluar el impacto en una especie amenazada, pero lo que más quiero es ser reconocido por salvar a la especie, por ser la persona o el grupo que salvó a las especies en nuestro ámbito”. Para mí, ese fue un mensaje que caló profundo. Tenemos que enfocarnos en la acción, en tomar la información de este nivel altísimo de conocimiento de las comunidades científicas del mundo y ver cómo hacemos para que ellos sean los actores que salven a las especies.
¿Cuál es el valor de la información que reúne la Lista Roja?
El nombre formal es Lista Roja de especies amenazadas de la UICN. Pero no es una lista, ni tampoco es sobre especies amenazadas. Es una base de datos con conocimientos sobre casi 160.000 especies de plantas, animales y hongos. Esa información incluye no solo sus nombres comunes y científicos, su distribución geográfica y su abundancia, también tenemos una categoría de riesgo de extinción, que es un aspecto único con el que contribuye la UICN.
Por ejemplo, una especie en ‘peligro crítico’ está más amenazada que una especie ‘en peligro’, y está más amenazada que una especie ‘vulnerable’. La designación de esas categorías se hace con base en la información de la Lista Roja, con los datos de la distribución, de la abundancia, de sus tendencias en el tiempo, si está disminuyendo, si quedan pocos individuos reproductivos, si están aislados. Esos criterios permiten definir a cuál categoría pertenece una especie y cada categoría refleja el riesgo.
Luego, los gobiernos y la gente que trabaja en organizaciones no gubernamentales, comunidades indígenas y otros, utilizan estos datos para planear y definir prioridades de acción. Es un instrumento que nos permite, por una parte, resumir todo lo que se sabe de una especie y, por otra, motivar la acción a favor de su conservación.
¿Qué criterios se consideran para evaluar e incluir a una especie en la Lista Roja?
Hay cinco criterios de la Lista Roja. Están los que tienen que ver con cambios en la abundancia. Por ejemplo, para una especie de pez, que es pescada comercialmente, utilizamos los datos sobre su captura por año y cómo cambia en el tiempo. Eso permite evaluar si el esfuerzo de captura aumenta y si la captura aumenta en paralelo; es decir, si no está aumentando la captura, quiere decir que estamos haciendo un esfuerzo cada vez mayor para capturar menos.
También hay un criterio que tiene que ver con la distribución geográfica: por ejemplo, una especie que tiene una distribución geográfica muy pequeña y sabemos que existe una amenaza inminente sobre esa población, entonces el riesgo de extinción es alto. Una especie con 100 individuos, distribuidos en poblaciones de dos o tres individuos sobre un área muy extensa, también tiene un riesgo de extinción alto. Una población en la que hay solo machos, por supuesto que está prácticamente extinta.
Lo que hacen los expertos es recopilar la información de ese tipo. Lo que sepamos de la abundancia y sus cambios en el tiempo, lo que sepamos de la distribución geográfica y esos datos se utilizan para incluir a una especie en el sistema de clasificación de riesgos de extinción, que luego genera la categoría correspondiente.
Tapir amazónico, especie considerada vulnerable. Foto:Daniel Zupanc
¿Cómo llevar a la acción esos datos y ‘revertir el rojo’?
Lo que queremos hacer con ‘revertir el rojo’ es cambiar la narrativa: que sea optimista y positiva. No se trata de lamentarnos por todas las especies que están disminuyendo, sino de unir esfuerzos y recuperarlas. Lo primero que tenemos que hacer es conocer cuáles son las amenazas y cuál es la información sobre la especie. Es más fácil ‘revertir el rojo’ para aquellas que están cerca del valor umbral. O sea, cada categoría tiene un valor que lo define: cien, mil o dos mil individuos —los que sean—. Si estás muy cerca de ese valor umbral y estás en ‘peligro crítico’, entonces, un pequeño aumento en la población genera su paso a ‘en peligro’, es decir, reducir el riesgo de extinción con la categoría.
Lo que buscamos es que cuando uno tiene el diagnóstico de las especies amenazadas, cuáles son las categorías, cuáles son sus principales amenazas y sus parámetros, pensamos cuánto hay que invertir para transformar a esta especie de una categoría en otra. ¿Cuánto hay que aumentar su abundancia? ¿Cuánto hay que expandir su distribución geográfica? Al principio nos enfocamos en lo que llamamos los “mangos bajitos”, es decir, las que requieren poco esfuerzo para hacer el cambio. Pero, al final, para cualquier especie que uno mejore sus condiciones, se mejora el hábitat y, seguramente, repercute sobre otras especies. Lo que buscamos es ir identificando aquellos casos que podemos resolver, revertir la tendencia y luego movernos a las próximas especies un poco más difíciles.
¿Qué observamos en la Lista Roja respecto a las especies del Caribe y Latinoamérica? Hoy, en la región, se acercan a las 3.000 enlistadas.
Lo que estamos viendo es que es una oportunidad que tenemos para movilizar a los actores principales en esos países. Ahora que tenemos estos datos, podemos acercarnos a los gobiernos y decirles: miren, aquí están sus especies más amenazadas, estas son sus categorías, estas son las amenazas; pensemos en cómo movilizar sus recursos, movilizar a sus agencias gubernamentales, a las comunidades locales y los donantes internacionales. No hay una solución única, nunca, pero estos datos son un paso. Es importante ver hacia adelante, identificar las prioridades y ponerlas en práctica.
¿Cómo lograr el interés de la sociedad sobre la actual pérdida de biodiversidad?
Lo importante es entender que hay ejemplos de conservación exitosos en el mundo. Sabemos hacer conservación, tenemos la experiencia, el conocimiento y los ejemplos. El primer paso es comunicarle eso a la ciudadanía. Es decir, es verdad que enfrentamos la sexta extinción, es verdad que las amenazas son grandes y hay muchas, no hay ninguna duda de que eso es cierto. Pero, lo más importante, es que es posible revertirlo, es posible actuar y es posible mejorar la situación de las especies.
Tenemos los datos, tenemos la información, tenemos el conocimiento, tenemos las experiencias. Vamos para adelante.
¿Cuáles casos lo impresionan por sus resultados?
El caso de nuestra cotorra margariteña. La Fundación Loro Parque, en Canarias, tiene como dos especies que ellos han demostrado que están en mejor estado, gracias a sus intervenciones financieras. En la Isla Mauricio, que está en el océano Índico, hay como tres o cuatro ejemplos de aves que estaban muy cerca de la extinción y hoy en día están recuperadas.
En el sitio web de Revertir el Rojo, hay casos de estudio de especies que se han recuperado. Uno de los más llamativos, es el de un insecto palo que vivía en una isla de Nueva Zelanda. A principios de 1900, llegaron unos barcos que chocaron contra un islote donde vivía esa especie y las ratas que estaban en el barco colonizaron la isla. Estos animales se comieron a todos los insectos palo. En 1918, la especie fue declarada extinta. Unos años después, encontraron unos pocos ejemplares en otro islote cercano. Hoy hay entre 13.000 y 15.000 ejemplares de la especie en tres zoológicos en Australia y Estados Unidos.
Cuando uno piensa que ya no hay esperanza y que se acaban las oportunidades para casos así de dramáticos, hay respuestas positivas. Pienso que es importante enfocarnos en esos ejemplos de éxito, que enfocarnos en las señales de que estamos perdiendo la batalla. Las dos cosas son importantes: tenemos que estar al tanto de la realidad y de lo que estamos haciendo, pero, por otra parte, demostrar a la ciudadanía, a los donantes y a los gobiernos que es verdad que estamos mal, pero que podríamos estar mucho mejor si nos ponemos las pilas.
¿Qué espera para el futuro de las especies amenazadas?
Siempre que acudimos a los foros internacionales de conservación, a la Convención sobre Diversidad Biológica, a la Convención sobre Especies Migratorias, la Convención sobre el Comercio Ilegal de Especies Amenazadas, es común que haya compromisos de los gobiernos para desarrollar fondos ambientales. Siempre hay buenas intenciones, pero esos recursos nunca aparecen en la magnitud que son necesarios. Hace falta que tengamos más de cultura global acerca del tema. Que los países que tienen más recursos estén dispuestos a cumplir los compromisos que han hecho. Tenemos que reconocer que lo vamos a hacer juntos, que no hay un país ni una institución que tenga la clave. Es una acción que debemos realizar de forma combinada y transferir los recursos de los sitios con mayor abundancia a los sitios con menor abundancia.
Sabemos hacer conservación, pero tenemos que hacerlo más. Ese es el mensaje. No se trata de resaltar la tragedia y el impacto feroz que tiene la humanidad sobre la naturaleza, sino de recordar que está en nuestras manos cambiarlo. Somos nosotros los que tenemos el poder. La naturaleza tiene fuerza propia, si le damos espacio y le damos chance, ella se recupera.
*Mongabay Latam es un portal de noticias sobre conservación y ciencias ambientales.
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