Les hago una pregunta y quiero que piensen un segundo en su respuesta. En la historia del mundo, cuando a alguien le dijeron ‘cálmate’, ¿esa persona lo hizo? Cuando a usted se lo han pedido, ¿se ha calmado? ¿Su pareja? ¿Sus hijos? ¿Sus amigos? Apostaría a que la respuesta es ‘nunca’.
¿Por qué lo traigo a colación hoy? Porque creo que durante esta pandemia entre más asustados estamos, más queremos decirles a los demás lo que deben estar o no estar sintiendo.
En las redes sociales abundan personas empeñadas en guiarnos sobre cómo deberíamos afrontar una situación tan incierta. Algunos nos aconsejan “permanecer tranquilos porque el miedo disminuye las defensas”, o “sentirnos agradecidos”, o, por el contrario, “miserables”, o “productivos”, pues es el momento ideal para aprovechar el tiempo y elaborar manualidades, enseñarles a nuestros hijos otro idioma, armar un rompecabezas de un millón de piezas, hacer ejercicio, cocinar, etc.
Entre las muchas lecciones que nos van dejando estas semanas de cuarentena resalto la siguiente: nadie le puede decir a uno qué sentir, como tampoco podemos nosotros asegurarles a los demás cómo llevar los días de pandemia.
En una misma familia puede haber quien le parece lo máximo bailar zumba todas las mañanas, mientras que otro se sumerge en series de TV desde que amanece hasta que se vuelve a dormir. Hay unas personas a las que les gusta hablar sobre todo lo que están sintiendo. Otros prefieren callar. Algunos sienten cierto alivio al estar enterados del mínimo detalle sobre lo que sucede en el país y en el mundo. Otros, como yo, evaden el exceso de información como a la misma plaga. Hay quienes sí han sido muy productivos (y eso es valioso), mientras otros (bajo estrés) no logran ni ponerse los zapatos correctamente.
A nadie le gusta que le digan cómo debe sentirse, y mucho menos cuando aquello no es coherente con lo que realmente siente. Los sentimientos no son como el suéter que la mamá le pone al hijo cuando ella tiene frío. Ojalá que en estos momentos de incertidumbre, miedo y ansiedad seamos respetuosos de los mecanismos de acople de los demás, especialmente cuando no se asimilan a los nuestros. Preocupémonos por nuestro sentir, nuestros actos, nuestras reacciones y nuestra paz. Así, quizá, influenciaremos dando ejemplo y no cantaleta ni cátedra.
ALEXANDRA PUMAREJO
Para EL TIEMPO