Cuando Leidy Tatiana García Ocampo conoció a Diego Castaño Ramírez tenía solo 13 años; él le llevaba cinco. Su madre, Martha Ocampo, decidió no prohibirle verlo, pese a que no quería que estuvieran juntos, ya que temía que la negativa la llevara a tener una relación a escondidas. Así, durante largo tiempo tuvo que luchar incansablemente para proteger a Tatiana de las amenazas y agresiones de Diego, quien, en septiembre pasado, acabó con la vida de su hija de 21 años.
Habían transcurrido 24 meses desde el inicio de la relación, cuando decidieron irse a vivir juntos a Villavicencio. “De un momento a otro (Tatiana) resultó llegando otra vez a la casa, diciéndome que estaba embarazada”, relata Martha. Además, había discutido con Diego y por eso no quería seguir viviendo con él. Pero el hombre la buscó y volvieron a estar juntos. Así pasó el tiempo, entre peleas, amenazas, separaciones y reconciliaciones. Tuvieron dos niñas y un niño. Y allí estaba Martha, siempre respaldando a su hija.
Pero el 16 de agosto de este año recibió una llamada de su padre, el abuelo de Tatiana. “Me dijo que el marido le había pegado unos martillazos y que por eso estaba hospitalizada”, recuerda. Diego Castaño le propinó más de siete golpes en el cuerpo y la cabeza. Llena de rabia y decidida a ayudar a su hija, Martha le pidió a su otro hijo que fuera a buscarla. Tuvo que recurrir a él porque en ese momento estaba viviendo en Puerto Concordia, Meta, a cinco horas de Villavicencio.
Cuando pudieron hablar con calma, Tatiana le contó a su madre lo que había pasado. Ese día le llegó un mensaje a su teléfono, de un cliente que le estaba pidiendo un servicio como manicurista. “Él le dañó el celular, la cogió y la tiró contra la cama. Amarró a los dos niños, al otro lo dejó suelto y delante de ellos le empezó a pegar con lo que encontró, que fue el martillo”, recuerda Martha. Diego nuevamente le pidió perdón por lo que había hecho, pero esta vez Tatiana sacó fuerzas y no quiso volver con él.
Se fue a vivir temporalmente con un amigo. No pudo llevarse a los niños porque no tenía cómo hacerlo, así que llamó a su mamá y acordaron que ella viajaría hasta Villavicencio y se irían juntas, con los tres pequeños, hasta Puerto Concordia. “Me dijo que me esperaba y que viajabamos con los niños; eso fue el 26 de agosto”, señala Martha.
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Para preparar todo y poder dejar Villavicencio, Tatiana tuvo que volver a la casa en donde estaban sus hijos. Allí se encontró con Diego Castaño. Ese día, el primero de septiembre, fue el último en el que su mamá tuvo noticias de ella.
Sin embargo, el 3 de septiembre, su amigo recibió un mensaje, en el que Tatiana le decía que había decidido irse y dejarlo todo. Su madre, que la conocía perfectamente, sabía que no era cierto. Ella no sería capaz de dejar a sus niños solos, entonces se fue a buscarla. Cuando llegó a Villavicencio, a la casa en donde su hija vivía con el hombre, se encontró con sus nietos en unas condiciones terribles. También habló con él, quien le dijo que, tal como se leía en el mensaje que dejó, Tatiana se había ido sola.
“A mí no me gustó eso y decidí irme para la Fiscalía —cuenta Martha—. Lo denuncié y les dije que estaba segura de que él había matado a mi hija”. Se empeñó en buscar todas las pruebas posibles para corroborar lo que decía. También se dedicó a llamar a la Fiscalía todos los días, para preguntar cómo estaba avanzando el proceso y, además, para contarles si había encontrado algo que relacionara a Diego Castaño con la muerte de Tatiana.
Se llevó a los niños con ella, porque se negaba a dejarlos con el hombre de quien estaba segura que era el asesino de su hija. Como respuesta, Castaño la denunció por el delito de secuestro, alegando que ella no estaba autorizada para quedarse con los pequeños. Sin embargo, en las semanas que estuvieron con su abuela Martha le contaron lo que pasó el último día que vieron a su madre.
“El niño mayor y la niña del medio empezaron a contarme que Tatiana estaba recogiéndoles la ropita y quién sabe qué le había dicho el papá a la mamá, porque se la llevó para la parte de atrás de la casa. Ahí vieron —le contó su nieto mayor— que ella estaba sangrando por la oreja. Que (Diego Castaño) la metió en agua y que cuando se quedó quieta, la levantó”. Aterrada, Martha volvió a la Fiscalía a contarles todo lo que acababa de escuchar.
Las autoridades desplegaron un operativo para encontrar a Tatiana. El 24 de octubre lograron su captura. Inicialmente, la Fiscalía le imputó el delito de tentativa de feminicidio agravado, porque en ese momento aún investigaban la desaparición de la joven.
“Yo le pasé a la Fiscalía las pruebas que tenía, como el mensaje que ella había enviado, lo que decían los vecinos, el testimonio de los niños... y ni así avanzaba la investigación, teniéndolo todo. Hasta que él no confesó dónde estaba ella enterrada no hicieron nada”, dice Martha con una marcada impotencia.
Efectivamente, Diego Castaño Ramírez habló. Dijo que la había asesinado el día que ella fue a buscar a los niños. La enterró en una fosa que cavó cerca de la casa en donde vivían, en el barrio Villa Campestre, en Villavicencio. La madrugada del 29 de octubre, las autoridades encontraron el cuerpo de Tatiana cerca del río Guatiquía.
Pasé a la Fiscalía las pruebas que tenía, como el mensaje que ella había enviado, lo que decían los vecinos, el testimonio de los niños... y ni así avanzaba la investigación
De la confesión se enteró primero la prensa que Martha, porque fue un periodista local quien la llamó a decirle que estuviera pendiente, que pronto saldría la noticia.
Martha cree que algunos familiares de Castaño pueden ser cómplices del feminicidio de su hija Tatiana. Pero ahora su fuerza está centrada en tener la custodia de sus tres nietos, quienes están bajo el cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Está convencida de que los niños tienen que estar con ella, con su familia. “La vida me quitó a una hija, pero me dio tres hijos más, mis nietos. Yo fui la que hizo que sacaran a mis niños de ese hueco en el que estaban. Y como sea los levanto juntos”, afirma en medio del dolor y la tragedia que ha tenido que afrontar. Ahora el ICBF y la justicia tienen la última palabra.
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