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Seamos diferentes a nuestros padres / De tu lado con Alex

Clave: preocuparnos más por la calidad de lo que enseñamos y menos por la cantidad de lo que damos.

Foto: iStock

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Llegó diciembre con su alegría y sus presiones. Cuando como padres sentimos la obligación casi que moral de hacer a nuestros hijos felices. Aunque, sin duda, hay tristes excepciones, creo que no me equivoco al afirmar que la mayoría de los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Sin embargo, pienso que muchos estamos desorientados en qué consiste lo “mejor”.
Es usual escuchar a padres decir con orgullo y compromiso “yo quiero que mis hijos tengan todo lo que yo no tuve” y, efectivamente, se sacrifican y se esfuerzan para lograr este cometido. Les dan celulares desde temprana edad, los tenis último modelo, todas las clases extracurriculares posibles y la mejor educación a su alcance. No estoy negando que esto es loable y lindo, pero creo que algunos hemos perdido el norte de lo que verdaderamente necesitan nuestros hijos. Nos estamos preocupando tanto por darles lo que no tuvimos que se nos ha olvidado enseñarles lo que no nos enseñaron.
Para navegar felizmente en este mundo lleno de retos tan complejos, nuestros hijos no necesitan todo lo que nosotros no tuvimos
Nos matamos por darles el regalo de sus sueños, les hacemos fiestas extravagantes desde que nacen, y tratamos de llenarles las agendas para que no sientan un solo segundo de aburrimiento. Les decimos que “sí” a todo por el pánico de causarles algún trauma y creemos que al hablarles como amigos cercanos, en vez de padres con autoridad, vamos a recibir la aprobación que tanto anhelamos.
Nuestros padres evitaban hablarnos de temas sensibles como sexo, el manejo apropiado del dinero, drogas, amor, relaciones de pareja, orientación sexual, amistad, felicidad, amor propio, honestidad, fidelidad, violencia intrafamiliar, abuso de poder entre tantos otros vitales para nuestro bienestar emocional y mental. Hoy en día estos temas son comúnmente debatidos como sociedad, pero como padres seguimos evitándolos y frecuentemente les delegamos la tarea a los colegios, a las redes sociales y al internet.
Para navegar felizmente en este mundo lleno de retos tan complejos, nuestros hijos no necesitan todo lo que nosotros no tuvimos. Necesitan entender mejor y poder hablar de lo que jamás nos explicaron. Necesitan creer en ellos mismos más que en lo que les dicen las redes. Necesitan saber que los valores no son desechables así las noticias nos muestren que pocos los están practicando. Necesitan saber y sentir que el amor sí existe, aun si los padres están divorciados. Necesitan asegurarse de que pueden decir “no” cuando su cuerpo y su mente les diga, aun estando en desacuerdo con nosotros. Deben aprender que lo único que los limita son sus propios pensamientos.
En esta época, especialmente, marquemos la diferencia con nuestros padres, preocupándonos más por la calidad de lo que enseñamos y menos por la cantidad de lo que damos.

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