Si hay una cosa que radicalmente nos cambia la vida y que jamás se puede echar para atrás son los hijos. Sin importar si fueron ‘deseados’ o no, traer otro ser humano al mundo es una decisión permanente y una responsabilidad monumental.
Aunque, sin duda, hay tristes excepciones, creo que no me equivoco al afirmar que la mayoría de los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Sin embargo, pienso que muchos estamos desorientados en qué consiste lo ‘mejor’.
Es usual escuchar a padres decir con orgullo y compromiso, ‘yo quiero que mis hijos tengan todo lo que yo no tuve’, y efectivamente se sacrifican y se esfuerzan para lograr este cometido. Les dan celulares desde temprana edad, los tenis último modelo, todas las clases extracurriculares posibles y la mejor educación a su alcance.
No estoy negando que esto sea loable y lindo, pero creo que algunos hemos perdido el norte de lo que verdaderamente necesitan nuestros hijos. Nos estamos preocupando tanto por darles lo que no tuvimos que se nos ha olvidado enseñarles lo que no nos enseñaron.
Nos matamos por darles el regalo de Navidad de sus sueños, les hacemos fiestas extravagantes desde que nacen y les llenamos las agendas para que no sientan un solo segundo de aburrimiento. Les decimos que sí a todo por el pánico de que se traumaticen y les hablamos como amigos cercanos en vez de padres con autoridad porque estamos empeñados en caerles bien y ser aprobados.
Nuestros padres evitaban hablarnos de temas sensibles como sexo, el manejo apropiado del dinero, drogas, amor, relaciones de pareja, orientación sexual, amistad, felicidad, amor propio, honestidad, fidelidad, violencia intrafamiliar y abuso de poder, entre tantos otros puntos vitales para nuestro bienestar emocional y mental. Hoy en día, estos temas son comúnmente debatidos como sociedad, pero como padres seguimos evitándolos y frecuentemente les delegamos la tarea a los colegios, redes sociales e internet.
Para navegar felizmente en este mundo lleno de retos complejos, nuestros hijos no necesitan todo lo que nosotros no tuvimos, necesitan entender lo que jamás nos explicaron. Necesitan creer en ellos mismos más que en lo que les dicen las redes; necesitan saber que los valores no son desechables, así nadie los esté practicando, y necesitan sentir que el amor sí existe, así tantos padres estén divorciados. Necesitan también asegurarse de poder decir ‘no’ cuando alguien los amenace e interiorizar que lo único que los limita son sus propios pensamientos.
Marquemos la diferencia con nuestros padres, preocupándonos más por la calidad de lo que enseñamos y menos por la cantidad de lo que damos.
ALEXANDRA PUMAREJO