Nada más emocionante que presenciar los primeros pasos de un bebé. Primero se sostiene tímidamente, apoyándose en cualquier objeto firme, después se tambalea de un lado a otro mientras se mantiene de pie. Tal vez caerá una y otra vez en cada intento de avanzar, hasta que por fin logrará dar el primer paso solo. Aunque el proceso parece eterno para los padres, que esperan ansiosamente ver a su hijo moverse como una gacela, él –en forma natural– sabe cómo y cuándo soltarse y lanzarse a caminar.
Imagínense que los bebés se asustaran después de la primera caída y se convencieran de que es demasiado difícil intentarlo nuevamente. O dudaran sobre si van a ser buenos para eso de caminar. O se creyeran inferiores ante otros pares que empezaron a una edad más temprana. O se sintieran presionados al saber que los papás y toda la familia los están observando.
Los bebés no tienen dudas de ellos mismos ni de sus capacidades, simplemente hacen lo que sienten como natural y se dejan llevar. Su cabeza no está invadida de suposiciones negativas y autodestructivas. En la medida en que crecemos, aprendemos a desconfiar de nosotros mismos y de nuestras capacidades, convirtiéndonos en seres miedosos del fracaso y esclavos al qué dirán. La constante duda de si seremos capaces de lograr nuestras metas nos estanca y vamos gateando por el mundo cuando tenemos todo el potencial para ir corriendo.
En la medida en que crecemos les permitimos a la sociedad, a nuestro entorno y, más grave aún, a nosotros mismos llenarnos de razones para desconfiar de nuestros instintos, de nuestros deseos y de nuestro verdadero potencial. Muchas veces nos rendimos antes de intentar cumplir nuestros sueños, porque preferimos permanecer sentados junto a la duda con tal de no sufrir los golpes producto de las caídas.
Igualmente, la constante comparación con los demás no nos permite dar pasos en firme. Con frecuencia nos sentimos inferiores y nos paralizamos porque consideramos que los otros están avanzando mucho más rápido… y entonces menospreciamos nuestro propio ritmo.
Demasiados nos dejamos intimidar por la manera como nos percibe nuestro entorno y perdemos la capacidad de ser auténticos y de caminar con nuestro swing personal.
Cuando estemos frente a cualquier reto de la vida –una relación, un empleo o una meta–, acordémonos de esa espontaneidad y seguridad innata que tienen los bebés.
Podemos caernos, pero no dudemos ni por un instante que seremos capaces de levantarnos una y otra vez, que encontraremos nuestro propio ritmo y nos lanzaremos al camino sin albergar la mínima duda sobre el hecho de que somos exitosos.
ALEXANDRA PUMAREJO