No hay excusa. Ahora no es un problema; tenemos tiempo.Nos sobran horas para hacer orden, para desechar, para desapegarnos y para analizar la causa mental de todos esos promontorios o arrumes que tenemos en la casa. De esto no se salva nadie. Siempre hay un rincón con una pila de cosas: documentos, retazos, envases, cosas que no sabemos dónde meter.
O el fantástico cajón de mesa de noche: un objeto que todos tenemos, que fluctúa entre caja de Pandora y baúl de los recuerdos. Un estudio de los cajones de las mesas de noche daría para clasificar perfiles sicológicos muy interesantes. Es un espacio que nos exige orden urgente.
Ordenar es limpiar, generar la alegría de recuperar, recordar aquello que olvidamos, eliminar la tristeza de tener algo que no nos da paz. Ordenar es poner en su sitio un conjunto de símbolos que nos producen pequeñas depresiones, y esa sumatoria nos genera pesadez en el alma.
"Hacer polícia"
Así se denominaban en el pasado las brigadas de orden para dejar todo en su puesto. Pero ese lugar tendrá que ser muy práctico, lógico, adaptado a nuestra realidad, «a mano», simple, sin confusiones; sin permitir que lo tengamos que buscar o que nos desgaste el esfuerzo de encontrarlo.
Es más fácil cuando organizamos por ministerios: ministerio del sueño: pijamas, batas, medias, calentadores; ministerio de ropas, ordenadas por climas, por ejemplo; ministerio de papelería: recibos, documentos; sección de jabones, líquidos de limpieza, ayudas de escritorio, medicamentos.
Aquí lo complicado es el desapego. Es absurdo guardar muchas tallas de ropa pensando en nuestras oscilaciones de peso en el futuro, o cosas vencidas, simplemente por el dolor que nos causa botarlas.
En estos días de confinamiento, dispongamos de bolsas grandes para desechar, sin lástima, lo que está en malas condiciones, vencido, averiado, agrietado, desportillado, descolorido, desactualizado, inservible, incompleto, con mala facha. Esos objetos opacan nuestra luz.
Botemos cosas absurdas, difíciles de utilizar y repetidas hasta la exageración, lo que incluye envases, cajas pequeñas, frasquitos bonitos, regalos inútiles y disparatados. Estas bolsas tendremos que sacarlas para reciclar en cuanto termine la emergencia. Otras bolsas para la ropa destinada a donación y una bolsa especial para los objetos que otros pueden disfrutar y que nosotros nunca usamos.
Hay cosas excepcionales: los libros, grandes productores de apego. Si tenemos poco espacio, aun de algunos libros nos debemos desprender. Es la oportunidad perfecta para «hacer policía» en casa, en cada habitación, mueble, estantería, cajón, anaquel. Con seguridad, el tiempo no nos va alcanzar, obviamente, si lo hacemos exhaustivo y con detalle y conciencia.
La misma disculpa del tiempo la esgrimimos en el caso de la meditación: que no tenemos tiempo, que después comienzo, que medito cuando esté tranquilo, que dejemos la meditación para cuando estemos viejos. Pues, resulta que la meditación tranquiliza, rejuvenece, activa el cerebro y la memoria.
Simplemente, siéntese en una silla de espaldar recto, muy derecha la columna. Cierre los ojos. Hay quietud, prácticamente no hay ruidos de autos ni bullicio en esta cuarentena; una ventaja de oro. Observe la mente, mire qué pensamientos llegan, no detenga nada, déjela fluir, no restrinja los pensamientos, véalos, analícelos. Esta es la meditación básica.
¿Y luego qué? Lo mismo. Siga observando el ruido mental durante el tiempo que sea necesario. En esa visión interna encontrará la respuesta. ¿Y eso es todo? Sí. Es tan simple y hermosa esta meditación, que la mente no entiende el valor de su simplicidad, pero los efectos son prodigiosos: centra la energía, la canaliza, nos calma, nos tranquiliza; activa nuestra agilidad y respuesta cerebral.
Así que, en esta cuarentena, dos ideas geniales: ordenar y meditar.
Hilda Strauss Cortissoz - @hildastrauss
Para EL TIEMPO