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Historias en Yo Mayor: así lo hacemos en nuestra región

Adultos mayores cuentan las tradiciones de regiones colombianas

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El Tiempo e Historias en
Yo Mayor te invitan a recorrer Colombia a través de los relatos y las memorias de quienes nos vieron crecer. Su creatividad no entra en cuarentena.

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no entra en cuarentena.

NO HAY DUDA DE QUE COLOMBIA es uno de los países más hermosos que hay, y no solo por sus maravillosos paisajes, sino también por todas esas tradiciones, costumbres, acentos y razas que hacen de este un país muy diverso. Parte de esa diversidad se conserva y transmite gracias al conocimiento de las personas mayores.

Los siguientes testimonios, recopilados por la Escuela Virtual de Historias en Yo Mayor, dan muestra de esa Colombia multifacética y multicultural que nos llena de asombro. Hablan en Wounaan sobre la llegada de la menarquia; en tono de cuatro nos cantan del amor al paisaje desde el Meta; en acento santandereano sobre el tesoro gastronómico de las hormigas culonas y en dialecto boyacense sobre la nostalgia del regreso.

Amarre su cinturón y disfrute de este viaje de acentos, costumbres y tradiciones.

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POR: MARÍA VICTORIA BERMÚDEZ

“¿Quieres ir esta tarde a coger hormigas?”, preguntaron mis amigas de segundo de primaria. “¿Por qué hoy?”. “Porque ya es abril y en este mes las hormigas salen a dar vueltas alrededor del sol. Por la tarde estarán tan cansadas que se caerán; en ese momento las podremos agarrar… Al salir del colegio, nos ‘volamos’ y subimos corriendo al barrio ‘San Vicentico’”. A pesar de la carrera, cuando llegamos, ya había demasiados niños y ninguna hormiguita.

Desilusionadas, regresamos a nuestras casas. A pesar de que me había ido sin permiso, mami no me regañó; solo me preguntó: “¿Por qué traes esa carita?”. “Porque no pudimos coger hormigas culonas”. Ella me consoló y dijo: “No te preocupes, el sábado todos iremos al campo, buscaremos un hormiguero y allá sí las “atraparemos”.

Como lo prometido es deuda, el sábado por la mañana nos fuimos para una finca no muy lejana. Rápidamente, nuestra “campesina santandereana” ubicó un hormiguero, pero alrededor de él solo vimos unos pocos “padrones” (machos), bastantes hormigas medianas que,

ordenadamente y en fila, cargaban pedazos de hojitas, y otras más grandes y rojas que parecían muy peligrosas porque en sus cabezas tenían un par de tenazas enormes y filosas. Mamá nos advirtió: “¡Tengan cuidado, niños, porque si una hormiga de esas los muerde, les arranca el pedazo!”. Al poco rato nos regresamos muy desilusionados y aburridos. Ni siquiera vimos una “hormiga culona” (hembra).

Por la tarde, como siempre, nuestra madre disolvió nuestro sinsabor. Con sus ahorros nos compró en la tienda “La Campana” de Zapatoca varias libras de hormigas. Tan pronto llegó, nos llamó y dijo: “Escuchen, ¿qué creen que les traigo aquí?”. El sonido era como cuando uno con la mano arruga un papel de seda muy finito… Mis hermanos mayores adivinaron. Los más pequeños no podíamos creer lo que veían nuestros ojos. Eran para nosotros miles de hormigas culonas vivas. Sí, vivas, así las vendían. Todos muy juiciosos acatamos las instrucciones de doña Marina, nuestra heroína. Nos sentamos alrededor de la mesa de comedor de los pequeños y escuchamos atentamente sus instrucciones: “Lo primero que hay que hacer, niños, es sujetarles la cabeza; después, con mucho cuidado, les arrancan las tenazas, luego las alas y, por último, las patas”. Aunque nos dio un poquito de pesar no podíamos dudar. Ya sabíamos que eran deliciosas, así que pusimos manos a la obra. En pocos minutos estuvieron listas para que nuestra exclusiva chef las fritara. Ella jamás delegó la preparación de los más exquisitos platillos para sus niños. Y, mientras se freían, qué ricura de olor. Aunque he intentado muchas veces tratar de explicar a qué se parece ese aroma, nunca lo he conseguido, no hay nada parecido. Una vez tostaditas, les agregó sal y, ahora sí: “A comer, mijitos”. Quedaron tan ricas, que no sobró ni media. Literalmente nos chupamos los dedos. ¡Qué afortunados fuimos los que de niños pudimos disfrutar de ese exótico alimento!

Muchos años en la escuela de la vida y, por mi interés en ellas, aprendí lo siguiente: a los distraídos y alados padrones y a nosotros nos había cogido la noche. Por eso cuando fuimos al hormiguero no vimos salir ni una hembra alada, cuyo nombre científico es Atta laevigata. La verdad es que ellas hacía horas habían emprendido el vuelo, no a dar vuelticas alrededor del astro mayor, sino a aparearse con sus compañeros.

Días antes de ese “vuelo nupcial” hay agite y revuelo en el hormiguero. Las más pequeñitas ofrecen alimento y cuidados a sus hermanas-culonas para que luzcan radiantes y bellas el día del casamiento. Después de una noche lluviosa el gran día por fin acontece. Ese será uno, en el que el sol resplandece intensamente sobre un cielo totalmente celeste. Como escoltas también salen cientos de “hormigas guerreras” las cuales atacan sin piedad a los intrusos que tratan de atrapar y evitar la salida de las hermosas y tímidas “culonas” que intentan salir del hormiguero. Las que lo logran despliegan sus transparentes alitas y vuelan en círculos alrededor de su hormiguero, como si estuvieran despidiéndose de su madre y hermanas. Con su revolotear producen un vibrante sonido, que sirve de alerta a los cientos de ansiosos padrones que las perseguirán como locos. Ellos están dispuestos a entregarles sus vidas. Por eso vuelan fiera y desenfrenadamente tras ellas al iniciarse el ascenso. Los que logren la altura impuesta por ellas —unos 200 metros— podrán poseerlas y fecundarlas. La unión dura solo unos pocos minutos. Los enamorados, pero agotados padrones, tratan de abrazarlas como no queriendo dejarlas, pero como están tan exhaustos, se caen como si estuvieran borrachos. Serán presa fácil para grillos, lagartos, pájaros, murciélagos o sapos.

La que parecía una tímida y débil “hormiguita” ahora es una fuerte y valiente “hormiga culona-reina” que continúa volando, cual multicolor mariposa, con sus alas bien abiertas como si estuviera danzando. Sabe que debe aprovechar la placidez de ese viaje para ubicar el lugar en el cual construirá su hogar. A ese sitio pronto tendrá que llegar. Al aterrizar sobre sí misma dará vueltas y vueltas para despojarse de las delicadas y traslúcidas alas que, como vestido de novia, le sirvieron para su “único vuelo nupcial”.

Para ella, ahora lo más importante es construir su palacio-hormiguero. Durante aproximadamente 20 días trabajará de día y de noche sin descansar. Con sus tenazas y patas perforará y perforará para lograr un enorme túnel. Un hormiguero puede llegar a ser tan hondo como 8 metros y con una longitud en algunos casos de hasta 100 metros. Lo que primero construirá será su habitación ya que pronto se convertirá en la única hormiga-mamá, de hasta ocho millones de hormigas que nacerán en los próximos años en ese lugar. En un rinconcito de su dormitorio colocará tierrita finita que servirá de cunita. En ella depositará los huevitos para dar vida a sus primeras y diminutas hormiguitas, que rápidamente crecerán y le ayudarán. Serán las “hormigas constructoras”. Ellas edificarán muchas habitaciones, túneles, respiraderos y conexiones en el hormiguero.

Terminada la tarea, nacerán las “hormigas obreras”. Estas se encargarán de ubicar, cortar, transportar y entregar los pedacitos de las hojas a las “hormigas constructoras”, quienes las masticarán para que sirvan de substrato y crecimiento al hongo basidiomiceto, Leucocoprinus gonglylophorus, que será en realidad el alimento para todas.

Luego nacen las más agresivas y fuertes. Son las “hormigas guerreras”. Su misión es vigilar y evitar el ingreso de extraños al hormiguero.

Cada año, entre abril y junio, también se encargan de arrancar, limpiar y despejar de hierbas y malezas a la entrada del hormiguero. En posturas alternadas nacerán las que se convertirán en “hormigas culonas” porque son las más grandes, elegantes y bonitas y los que serán los “zánganos o padrones”. Las habitaciones de estas dos clases de hormigas son exclusivas, lujosas y espaciosas. Tienen túneles que las conectan directamente con la celda del depósito de alimento y con las salidas, pero tendrán que vivir solas hasta que comiencen las lluvias y soles de abril. Un día soleado dejarán para siempre su lar. Emprenderán el vuelo en el que se aparearán. Comenzarán un nuevo ciclo vital.

Cientos de años han transcurrido desde que nuestros ancestros las descubrieron y las ingirieron. Ojalá ese ciclo nunca se rompa. Únicamente de la prudencia del hombre dependerá que sigan siendo sustento, aunque sea temporal, para algunos campesinos de ciertos departamentos y de unos pocos afortunados dotados, tal vez genéticamente, para ingerirlas y disfrutarlas.

Aunque he intentado describir su sabor, tampoco lo he logrado. Personalmente las considero un manjar mucho más exquisito que el caviar.

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POR: HILDA MARÍA POSADA

Habitando en Bogotá:
Un día me dio la ventolera de ir a mi pueblo natal, Susacón, y me dije a yo mesma:

Voy a echar una cana al aidre. Enton jormé viaje. No taba tan rialuda, más bien un tanto embalumada, pero güeno. Agarré un cuchino de alcancía que taba bien amoquillao pualla y, de un tiestazo, lo golví jiras, le saqué los talcos y las chichiguas que tenía. Los metí al bolsico. En después, eché unos dos chiros en una muchila y me monté en ese Trasmilenio hasta la carpa de la 193 en Bogotá. Y, allí, agarré la jlota que me llevaría a cumplir con esa angurria de golver a mi pueblo.

Cuando asomé a la loma de los Carracos vidé a mi pueblo allá como esperándome. En tualito me percaté que ya llegaba, le grité al chojer: “Uste, sumercé, ‘quí me quedo”. Cuando paró esa jlota, me jondié al suelo. Y yo brincaba del alegrón de taba en mi pueblo, este taba bien cambia’o.

Yo con esa jeta seca de la sede, como escupiendo balas, me metí a la primera tiendita que topé en la esquina que en antes era de la jinada Rosa Polla.

Me aplasté en un taburete de güenas a primeras. Dentro un jayanazocomo de 2 metros de grande, se quedó embeleza’o atisbándome, como si hubiera visto al mesmo patas. Y gritó: “¡Esto es una chipampa!”.

Yo me quedé tiesa como una estaca y, atisbando pa’ lao y lao, no vidé a más naide puay. Yo toda espanchirada del viaje. Me acotejaba un poco las greñas y, calaveriando, ¿será algún garlero que ‘ta atalayando a ver qué jorastero dentra al pueblo? ¿O, de golpe, un acomedí’o que me va a ayudar a cargar la muchila? Más que esa no pesaba mucho, yo la arriscaba a cargar. De golpe pegó un berrí’o: “¡Uste, sogedionda, yo sé que es busté!”. Yo atisbé pa’ la’o y la’o y no vidé nada. Y le grité yo también: “Doy qu’én es busté…”. Ay, ay, tentación. ¿Es el encanga’o que ‘tuvo con yo en la escuela, hijo de ñua Sinjorosa y ñor Estanislao, que venía de la vereda de Jupa, y era hasta bien roñero pa’ las tareas?

“Sí, sí”, contestó: “Yo soy ese mesmo, soy el Cándido, y habitábamos lejos. Yo era retoba’o, pos no teníamos onde caer muertos. Vivíamos, en la inopia, solo un mero carramán de vaca y un churrio de ternero, un chandoso perro, pulgoso. Y yo era petuse pa’ aprender a le’r y escribir con la m’estra Eva.

“Busté era zarca con esos candiles verdes. Güeno, tuavía se tienta y se halla. Juajuaa”. En esas, a la tienda dentró La Rosenda, otra amiga de yo y del Cándido, que también ‘tuvo en la escuela. Y eso qué alegrón cuando me vidó.

Esa sí que era jachosa, pero me reconoció intualito, y me dijo: “Yo sí la atisbo puay a veces, en ese jeis-bu, allí ‘ta su retrato.

“Yo sí me quedé en el pueblo, me casé con el arremuesco del Jroylán y tenemos ya un bejigo y otro más volantón”.

También dentró el Jroilán y seguimos garlando.

Yo dije: “Sí, sí, güeno, pero con la garladera, jartemos algo”, pos ‘tábamos rejundíos todos. “Toy un poco achacuanada y tengo y con gurbia”.

Pedimos una ‘guila, una gumarra sudada con unas dos cirguas y unas amargas.

En esas, se puso a chivirniar y nosotros, atortillaos, esperando que escampara.

Nos echamos un guaro, y había güena música de la tierrita. En esas, nos paramos a mover las quimbas y bailar, pues yo ‘taba jipatiada con ese almuerzo.

Garlamos de tuel mundo. En después yo dije me voy pa’ onde mi jamilia que estarán ajugia’os que no llegue.

Amalaya, yo poder habitar otra vez aquí, en la tierrita, y no tener que golver a la ciudad onde hay tanto baladrón y tanto ‘esocupado que van carantoñando a la gente.

Me despedí de esos gediondos, eso antes de berriar un poco, pus pasó el alegrón de tastasiarnos, otra vez.

Llegué ‘onde mi cuñada y me dio una jícara de cacao con una buruga de queso y una sema con jayacos de mazorca.

Me eché un rato en la cuja, me quedé dormida y, cuando me recordé, le hice una manda a la Virgen del Milagro, que me dé licencia a yo de golver a vivir a mi tierrita, antes de que me carranguié.

He garla’o.

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Créditos

Este especial multimedia es el resultado de la Escuela Virtual de ‘Historias en Yo Mayor’, un proyecto organizado por la Fundación Saldarriaga Concha y la Fundación Fahrenheit 451, en alianza con el periódico EL TIEMPO, que les da herramientas a las personas mayores y a sus familias para que, a través de la construcción de historias, encuentren un canal de esparcimiento que enriquezca su calidad de vida en tiempos de pandemia.

Textos y videos: © Autores varios

Coordinación editorial, compilación y selección: Javier Osuna, Sergio Gama y Mauricio Díaz

Producción y edición de Pódcast: Angélica Castellanos

Producción y edición de Radiocuentos: Alejandro Quintero

Imágenes de archivo: Proyecto Historias en Yo Mayor

Diseño digital: Daniel Celis y Katherine Orjuela

Ilustraciones: Daniel Celis

Maquetación: Carlos Bustos

Jefe de diseño: Sandra Rojas

Editor de especiales multimedia: José Alberto Mojica

Periodista de especiales multimedia: David López Bermúdez

Editor gráfico: Beiman Pinilla

Textos y videos: © Autores varios

Coordinación editorial,
compilación y selección:

Javier Osuna, Sergio Gama y
Mauricio Díaz

Producción y edición de Pódcast:
Angélica Castellanos

Producción y edición de Radiocuentos:
Alejandro Quintero

Imágenes de archivo:
Proyecto Historias en Yo Mayor

Diseño digital: Daniel Celis y
Katherine Orjuela

Ilustraciones: Daniel Celis

Maquetación: Carlos Bustos

Jefe de diseño: Sandra Rojas

Editor de especiales multimedia:
José Alberto Mojica

Periodista de especiales multimedia:
David López Bermúdez

Editor gráfico: Beiman Pinilla