“¡Es un milagro!”, pensaron cientos de feligreses al conocer que el cuerpo del Papa Juan XXIII estaba incorruptible. Los años de permanecer en un ataúd, debajo de la Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano, parecían haberse detenido desde que fue sepultado el italiano, cuyo nombre de pila era Angelo Giuseppe Roncalli.
Ninguna parte del cuerpo se había descompuesto. Fue como si hubiera muerto ayer. Parecía tranquilo
El llamado ‘Papa bueno’ llegó a la Santa Sede con la muerte de Pío XII. Lo eligieron el 28 de octubre de 1958 para un periodo que resultó más corto de lo que se esperaba.
Eso sí, su legado no fue efímero; el Vaticano destaca que durante los cinco años al mando de la Iglesia católica fue “humilde y atento, decidido y valiente, sencillo y activo, practicó los gestos cristianos de las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, acogiendo a personas de cualquier nación y credo, comportándose con todos con un irable sentido de paternidad”.
La enfermedad truncó sus planes. Para septiembre de 1962, le diagnosticaron cáncer de estómago y, aunque tenía la oportunidad de ser intervenido quirúrgicamente, el Papa Juan XXIII firmó “su sentencia de muerte”, según el portal ‘ACI Prensa’, especializado en noticias de la Iglesia.
No quiso ser tratado. Como el cáncer avanzó tan rápidamente, en mayo de 1963, el Vaticano hizo públicos sus padecimientos. Un mes después, el 3 de junio, murió a los 81 años.
Cuerpo intacto
Su boca estaba ligeramente abierta, pero ciertamente estaba tranquilo
Su sepelio estuvo caracterizado por actos solemnes. El cuerpo del papa se ajustó perfectamente a un ataúd de madera que fue recubierto con otro ataúd de bronce. Así fue como descendió a las privadas grutas de San Pedro.
Cuatro décadas después de ser enterrado, en 2001, el Vaticano decidió reubicar sus restos en un altar de la basílica para que los feligreses lograran tener un o con él más cercano. Una decena de operarios procedió a abrir la gruta y los ataúdes sin esperar que el cuerpo estuviera intacto.
“Pudimos ver una vez más los contornos de un rostro que todos amamos, los contornos que ni la muerte pudo borrar, los mismos contornos presentes en la máscara mortuoria que fue hecha”, aseguró el cardenal Virgilio Noe luego de presenciar la exhumación.
“Ninguna parte del cuerpo se había descompuesto. Fue como si hubiera muerto ayer. Parecía tranquilo. Su boca estaba ligeramente abierta, pero ciertamente estaba tranquilo”, expresó Noe para la agencia ‘Reuters’.
Sin embargo, el cardenal enfatizó que no se trataba de un milagro, pues sabían que el cuerpo del expapa había sido intervenido al momento de su muerte.
Si no fue un milagro, ¿qué le hicieron al cuerpo del del Papa Juan XXIII?
La Iglesia había experimentado con el cuerpo del Pío XII, el antecesor de Juan XXIII. Se sabe que utilizaron una técnica de envoltura para conservarlo, pero no trajo los resultados esperados. Las capas de celofán en la que lo envolvieron, además de aplicarle unas cuantas sustancias, produjeron lo contrario: se empezó a descomponer más rápido.
Tanto así que, mientras era custodiado el cadáver por la Guardia Suiza, el hedor era insoportable, provocando los desmayos de varios de sus . Incluso, al papa muerto se le cayó la nariz.
Él no fue un papa cualquiera
Al morir Juan XXIII, el Vaticano quiso seguir otro método de conservación. Acudieron a Gennaro Gogliua, un integrante del Instituto de Anatomía de la Facultad Católica de Medicina, quien mantuvo el secreto por tantos años.
“Me pidieron saber cuál sería mi tarifa. ‘Nada’, les dije. Él no fue un papa cualquiera. Me dieron una medalla de plata. Nunca he olvidado esa noche”, recordó el médico para la revista católica ‘Famiglia Cristiana’ luego de que se conoció del perfecto estado del italiano.
Al enterarse del fallecimiento, Goglia y otras personas del instituto alistaron “10 litros de líquido, una lata de plástico con un grifo al final, un tubo largo con una aguja”. Con todos esos implementos, acudieron a una habitación contigua al dormitorio de papa, en la que yacía.
“Levantamos la lata de líquido en una percha, hicimos un pequeño corte en la muñeca derecha y enhebramos la aguja. Tenía miedo de que saliera sangre, de que el líquido pudiera causar roturas en la piel. Pensé con pavor dónde podríamos arrojar la sangre de un Papa que ya era considerado un santo. Pero todo salió bien. A las cinco de la mañana del 4 de junio, la operación había terminado. El líquido había llegado a todos los capilares, bloqueando el proceso degenerativo”, relató.
El líquido embalsamador que se le aplicó directamente en las venas fue el causante de que permaneciera incorruptible hasta que lo exhumaron en 2001.
Lo declararon beato durante esos años y el Papa Francisco lo canonizó en 2014. Se le atribuye un milagro: curar a una monja italiana que le rezó para que, paradójicamente, un cáncer de estómago no la condujera a la muerte.
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SEBASTIÁN GARCÍA C.
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