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Francisco beatifica al argentino Eduardo Pironio, “el cardenal de la esperanza”
Fue el primer purpurado latinoamericano en asumir un rol protagónico en la Curia Romana.
Argentina está de fiesta. Desde el 8 de noviembre, cuando el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto del Dicasterio de la Causa de los Santos sobre el milagro atribuido a la intercesión del venerable Siervo de Dios Eduardo Francisco Pironio, comenzaron los preparativos para su beatificación en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, a unos 70 kilómetros de Buenos Aires, a donde llegaron miles de peregrinos desde el viernes 15 de diciembre –muchos de ellos jóvenes–muchos de ellos jóvenes–, a implorar la intercesión del nuevo beato.
Este sábado la misa de la beatificación será transmitida por el canal de Youtube del Santuario mariano –el más importante de Argentina– y será presidida por el Cardenal Fernando Vérgez Alzaga, Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, delegado por el Papa Francisco y quien fuera el secretario de Pironio durante 23 años. Junto a él concelebrarán decenas de sacerdotes y obispos, en cabeza de Mons. Óscar Vicente Ojea, Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, pero también participan prelados de otros países, como el brasileño Jaime Spengler, Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) y Mons. Lizardo Estrada, Secretario General del mismo organismo.
¿Cuál es el milagro que se le atribuye al beato cardenal? Se trata de la curación milagrosa de Juan Manuel Franco, quien tenía 15 meses de edad el 1.º de diciembre de 2006 cuando resultó intoxicado por inhalar e ingerir polvo de porina involuntariamente, lo que le había causado un síndrome de angustia respiratoria aguda.
El papa durante celebración en el Vaticano. Foto:EFE
El cuadro médico no era alentador: ¡estaba a punto de morir! Pero sus padres oraron con fe junto a otras personas, pidiendo la intercesión de Pironio, y a los dos días el niño comenzó a presentar signos de mejoría. El 13 de diciembre fue dado de alta recuperado, identificándose “el nexo causal entre la invocación y la curación rápida, completa y duradera, no explicable científicamente”.
Semblanza del nuevo beato
El purpurado argentino nació el 3 de diciembre de 1920 en el distrito bonaerense de Nueve de Julio, y murió de cáncer a la edad de 77 años, el 5 de febrero de 1998, en Roma, si bien sus restos reposan en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, Patrona de los argentinos, a quien siempre profesó su profunda devoción. De modo que no es casual que su beatificación se celebre allí mismo.
Fue el menor de 22 hijos de José Pironio y Enriqueta Buttazzoni, una pareja de inmigrantes italianos que llegaron a Argentina en 1898. Con tan solo 11 años ingresó al seminario San José de La Plata el 14 de marzo de 1932, donde inició su proceso de formación al sacerdocio.
Su ordenación sacerdotal tuvo lugar en la Basílica de Nuestra Señora de Luján el 5 de diciembre de 1943. Acababa de cumplir 23 años. Su primera eucaristía la celebró el 8 de diciembre –día de la Inmaculada Concepción– en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de la ciudad de Nueve de Julio, donde había sido bautizado.
Comprometido con los pobres
En 1944 fue designado profesor en el Seminario Pío XII. Ya desde ese tiempo despuntaba por su capacidad académica, sus cualidades humanas y su pasión por la teología. “No dudaba en afirmar que la teología, como ciencia de Dios, debía estar abierta cada vez más a todos los cristianos, tuviesen o no investidura religiosa”, como ha dicho Bartolomé de Vedia, uno de sus biógrafos.
También en sus primeros años de presbítero fue asesor de los Jóvenes de Acción Católica de la diócesis de Mercedes y, más adelante, Asesor Nacional de la Acción Católica Argentina. Se sentía identificado con lo que más adelante se afirmaría en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín (1968), como “una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”.
El gran teólogo
Ernesto Fiocchetto lo califica como “un hombre fiel a su hora”, aseverando que “Pironio fue un gran teólogo”, con la particularidad de que “sin ser catedrático de claustro, y aún habiendo dejado los ámbitos de la docencia a medida que la carga pastoral aumentaba, está considerado dentro de los grandes pensadores de la teología de la liberación”.
Asimismo, Juan Carlos Scannone lo ubicaba en la denominada corriente de teología desde la praxis pastoral de la Iglesia. “Adopta el lenguaje liberador, pero insiste en sus fundamentos bíblicos y de espiritualidad, sin entrar directamente a reflexionar en los aspectos políticos”.
De su profundo aporte docente, pastoral y teológico da cuenta sus múltiples obras y artículos publicados en diversas revistas, desde sus primeros años de sacerdote y durante toda su vida, amén de su gestión como rector del seminario de Buenos Aires y, posteriormente, como decano de la facultad de teología de la Universidad Católica Argentina.
Padre conciliar y de la Iglesia latinoamericana
Tras su designación como obispo auxiliar de Mar del Plata, en 1964, por el papa Pablo VI, el carisma, el pensamiento y la fuerza espiritual y pastoral de Pironio se expandió a nivel continental y mundial. Participó en las dos sesiones finales del Concilio Vaticano II y, luego, ayudó a forjar la fisionomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña del posconcilio.
De hecho, el cardenal Pironio es ampliamente reconocido en América Latina y el Caribe como uno de los ‘obispos servidores de la Patria Grande’, vinculado a los orígenes del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) y, de modo particular, a la mencionada Conferencia de Medellín, que propició la recepción del Concilio Vaticano II en el continente.
Por aquellos años su liderazgo fue decisivo, primero como Secretario General del Celam entre 1968 y 1972 y, luego, como Presidente del Celam entre 1972 y 1974, para impulsar con fidelidad creativa la comprensión del Concilio en la ‘Patria Grande’ y alentar una adecuada apropiación del Documento conclusivo de Medellín en el continente, que versó sobre “la Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”.
Desde 1972, siendo obispo de Mar del Plata, confirmó su vocación de obispo con corazón y mente latinoamericana, pues por ese tiempo también asumió la Presidencia del Celam y, por tanto, la responsabilidad de llevar adelante la aplicación de las conclusiones de la Conferencia de Medellín con profundo sentido profético y pastoral. “El Celam me enseñó a ser pastor sin fronteras y soy inmensamente feliz de proclamarlo”, confesaría por entonces.
En 1975, un año después de concluir su servicio en el Celam, Pablo VI lo nombró pro-prefecto de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares –una especie de “ministro” de los religiosos y las religiosas del mundo– y, desde entonces, se traslada al Vaticano. Venía de un periodo de fuertes tensiones y violencia en su país. Su compromiso radical con la realidad de su pueblo, a pesar de las amenazas que había recibido contra tu vida, lo llevarían a exclamar: “me cuesta mucho dejar mi diócesis y a mi país”.
Pastor de la esperanza
Por aquellos días, aún en medio de la persecución y de la incomprensión de algunos sectores, no dejaba de animar a “caminar siempre en la firmeza inquebrantable de la esperanza”, exhortando a todos los bautizados a que “sean la Iglesia de la Pascua: es decir, la Iglesia que grita una esperanza que nace del corazón de la cruz, se apoya en la solidez del Espíritu y se compromete cada día a ser alma y fermento de la sociedad, luz del mundo y levadura de Dios para la historia”.
Ya en su nuevo servicio en Roma, Pironio marcó la diferencia con un nuevo estilo de liderazgo en la curia romana. Solía decir: “yo no estoy aquí para ser bombero sino para ser arquitecto; yo no vengo a apagar incendios, a resolver problemas, sino a animar”. ¡Era el primer cardenal en llegar a una posición de liderazgo e incidencia en la curia romana!
Un año después de su llegada a Roma, el Papa Juan Pablo II lo creó cardenal el 24 de mayo de 1976. Fue, de este modo, el primer cardenal latinoamericano en asumir una alta responsabilidad en la gobernanza de la Iglesia universal como Prefecto de lo que hoy es el Dicasterio para la Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, responsabilidad que asumió hasta 1984, cuando el Papa lo nombró Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.
Pironio y los jóvenes
El Papa Francisco saluda a los peregrinos mientras celebra la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en el Parque del Tajo, Lisboa. Foto:AFP
De la mano del Card. Pironio nacieron las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) por encargo de Juan Pablo II. La primera se realizó en Buenos Aires, en 1987, y en adelante se tornarían en espacios privilegiados de encuentro, oración y meditación sobre las enseñanzas de la Iglesia. “Estos jóvenes no le temen al cansancio, el sufrimiento o la cruz. Sólo tienen miedo de la mediocridad, de la indiferencia y del pecado”, declararía.
También tuvo un papel importante en el Sínodo de los Laicos, en 1987, y luego sería uno de los principales predicadores de la exhortación postsinodal Christifideles laici, dando conferencias alrededor del mundo sobre la Iglesia “sacramento de comunión misionera”, destacando de modo particular el papel del laicado. Un tema que, sin duda, se torna actual en el actual proceso del Sínodo de la sinodalidad.
Su ejemplo y testimonio de teólogo, pastor y profeta ha trascendido hasta nuestros días. En 2006, ocho años después de su pascua, la Conferencia Episcopal Argentina asumió la causa de su canonización. El decreto sobre la heroicidad de sus virtudes fue promulgado el 18 de febrero de 2022, con el aval del Papa Francisco.
Óscar Elizalde Prada*
Para El Tiempo | @OscarElizaldeP
*Doctor en comunicación social. Consultor del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano.