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Boyacá, tierra de páramos y héroes

Recorrido por escenarios claves en nuestra independencia, territorios en los que abundan lagunas.

El altiplano boyacense, rico en fuentes de agua, colinas, valles, montañas y páramos, con innumerables especies de árboles que le dan variedad de verdes.

El altiplano boyacense, rico en fuentes de agua, colinas, valles, montañas y páramos, con innumerables especies de árboles que le dan variedad de verdes. Foto: Andrés Hurtado García

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¿En qué lugar de Colombia se puede vivir una experiencia exultante en medio de la naturaleza que sea a la vez ecológica y patriótica? La respuesta se impone: en Boyacá, tierra de páramos y cuna de la independencia.
Hicimos centro en Belén, en cuyo valle los pueblos prosperan a la sombra de páramos presididos por el de La Rusia. De los 36 páramos de Colombia, Boyacá posee seis: la sierra nevada del Cocuy, Pisba, Guantiva-La Rusia, Iguaque-Merchán, Tota-Bijagual-Mamapacha y Yariguíes. Algunos de estos tienen gran significación en nuestra historia. En Iguaque tuvo su legendario origen la nación muisca, y Pisba es clave en nuestra independencia.
El cacique Tundama reinaba en los territorios de Duitama y Chicamocha y tenía como subalternos a los señores de Cerinza, Soatá y Susacón. Se opuso valientemente a Gonzalo Jiménez de Quesada y luchó contra el capitán Baltasar Mendoza, que lo venció y lo mató a martillazos en 1539.
En el páramo de La Rusia y en sus páramos satélites abundan las lagunas, muchas consideradas sagradas. Cuentan las leyendas que a ellas arrojó Tundama los tesoros para que no cayeran en manos de los españoles.
Por Santa Rosa de Viterbo, tierra del general Rafael Reyes, subimos al páramo de Pan de Azúcar. Arriba, a 3.500 metros, las águilas de páramo nos sobrevolaban curiosas. Hace años solo había un águila. Los curíes comenzaron a multiplicarse en tal cantidad que estaban acabando con los frailejones, y poco a poco fueron apareciendo más águilas, que hacen de estos roedores su alimento preferido.
Mis compañeros en esta excursión fueron los guías del proyecto ecológico ‘Champagnat ama la Tierra’, de este colegio pionero en educación ambiental. Mauricio Soler, experto en drones, elevó uno y vimos cómo un águila lo perseguía. Durante un rato jugaron los dos en los cielos del páramo. Entre Susacón y Tutasá, recorrimos la Ruta del Libertador por el páramo de Güine. Estábamos emocionados al imaginar en el camino empedrado el paso de Bolívar y los llaneros que venían del páramo de Pisba.
Iglesia de Socha Viejo, escenario importante de la independencia.

Iglesia de Socha Viejo, escenario importante de la independencia. Foto:Andrés Hurtado García

Caminamos largas horas en el páramo del Consuelo, fotografiando sus lagunas. En algunas de ellas los frailejones las rodean, enmarcándolas y formando un anillo protector en sus orillas. Los frailejones, las plantas típicas de los páramos, llevan el nombre científico de Espeletia que les adjudicó la Expedición Botánica en honor del Virrey don Juan de Ezpeleta.
Regresamos al páramo Pan de Azúcar y exploramos otra de sus vertientes hasta ubicarnos frente al esbelto pico que le da su nombre, el pico de Pan de Azúcar, que descuella en el inmenso conjunto del páramo de La Rusia y alcanza los 4.050 metros de altura. Otro día decidimos bajarnos de la montaña para visitar lugares sagrados en la historia de la independencia.
Comenzamos por Tutazá. En la bella plaza frente a la iglesia hay un doble monumento: de un lado, la Virgen, y del otro, Bolívar. Por allí había pasado Bolívar y había rezado a la Virgen. El pueblo era famoso por sus tiestos. En el Pantano de Vargas, cuando los patriotas estaban perdiendo la batalla Bolívar invocó así la ayuda celestial: “Virgencita de allá donde hacen tiestos, ayúdanos”. Vino enseguida la carga de Rondón con sus llaneros y se ganó la batalla.
Seguimos a Belén, donde nació Pedro Pascasio Martínez, muchacho de 13 años que fue palafrenero de Bolívar. Al terminar la batalla de Boyacá vio cómo Barreiro huía en compañía de otro oficial. El muchacho, en compañía del negro José, lo siguió. José mató al oficial. Barreiro le ofreció morrocotas de oro a Pedro Pascasio.
El muchacho le contestó: “Ni todo el dinero del mundo podrá comprar la libertad de una nación”. Y se lo entregó a Bolívar. En Belén y en Cerinza le han levantado sendos monumentos.
Continuamos a Socha Viejo, en cuya iglesia los habitantes socorrieron a los llaneros que bajaron semidesnudos y enfermos del páramo de Pisba. Les dieron ropa y medicinas. Los españoles se mostraron aterrados en el Pantano de Vargas al ver la valentía de las mujeres granadinas. No, eran llaneros para los cuales no alcanzó ropa masculina.
Páramo de Las Lagunas Encantadas con sus frailejones, las plantas típicas de los páramos, que llevan el nombre científico de Espeletia.

Páramo de Las Lagunas Encantadas con sus frailejones, las plantas típicas de los páramos, que llevan el nombre científico de Espeletia. Foto:Andrés Hurtado García

El último día lo destinamos a la Reserva de las Lagunas Encantadas. Está en el páramo de La Rusia en territorio de Duitama. Julio César Correa y Gonzalo Caro, dos de sus propietarios, nos acompañaron en el recorrido. Los otros son los hermanos Álvaro Boada y Germán Boada. En 2008, de su propio bolsillo, sin ayuda de nadie compraron 188 hectáreas en el páramo, y con abnegación irable y espíritu emprendedor llevan adelante y con empeño esta Reserva Natural de la Sociedad Civil.
Yo, caminante de montañas y de páramos, no había visto en mi vida frailejonales tan bellos como los de esta reserva, que en tan poco espacio posee 16 especies diferentes de esta planta, de las cuales tres son endémicas.
La reserva es además rica en fuentes de agua y forma parte de un conjunto maravilloso de tres en la cima del páramo. Las otras dos son: El Corazón de la Montaña y el Santuario de Flora y Fauna de Guanentá y el Alto Fonce, de Parques Nacionales. Mónica Macía posee la reserva del Corazón, de 4.000 hectáreas con inmensos robledales que cuida con esmero, y en su propiedad se encuentra la laguna de Cachalú, la más hermosa de La Rusia.
La Reserva de las Lagunas Encantadas hace honor a su nombre por la belleza de los valles poblados con mortiños, chilcos, encenilllos, chites, romeros, chusques y polilepis, entre los cuales surgen los manantiales que engruesan las numerosas lagunas.
La reserva está dedicada fundamentalmente a la educación ambiental, y son varias las universidades y los colegios que por allí han pasado y muchos los investigadores que han hecho sus estudios en la zona, que de este modo es un aula viva y abierta para los amantes de la naturaleza. La fauna es variada y, además de las águilas parameras, los conejos, las ardillas y las faras, cabe destacarse una araña que es única en el mundo y se encuentra aquí. El investigador William Galvis la clasificó en honor del cacique Tundama, y su nombre científico es Ampihidratus Tundama.
Bajamos con alegría del páramo de La Rusia y a la vez con tristeza, nos hubiera gustado quedarnos varios días allá. Descendimos recordando a Federico Nietzsche, que decía: “Bienaventuradas mis narices que respiran de nuevo la libertad de las montañas”. El último día nos alojamos en el Chalet Lago de Tota, con magnífica vista sobre la laguna. ¡Ah, Boyacá, tierra de páramos y cuna de la independencia!
ANDRÉS HURTADO GARCÍA
*ESPECIAL PARA VIAJAR EL TIEMPO
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