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La tatacoa, un destino imperdible en el Huila: ¿qué planes puede hacer si lo visita?

Esta zona fue declarada Patrimonio Arqueológico de la Humanidad, porque en todo el desierto se han encontrado innumerables fósiles de animales prehistóricos.

Foto parcial de la zona roja.

Foto parcial de la zona roja. Foto: Andrés Hurtado García

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Una zona del desierto de La tatacoa ha sido declarada Patrimonio Arqueológico de la Humanidad. Gran noticia para los habitantes de Villa Vieja, para los colombianos y para los que amamos los desiertos. Realmente La Tatacoa no es un desierto sino un bosque seco tropical, pero la denominación no obsta para que su limpio cielo sea el mejor escenario para irar las estrellas, los eclipses, las lluvias de meteoritos, los satélites y “el ritmo pitagórico de las constelaciones” como escribía, Mario Carvajal, el poeta.
Ubicado al norte del Huila, entre el río Magdalena y la Cordillera Oriental el desierto ofrece dos zonas perfectamente delimitadas por el color de sus formaciones, el rojo y el gris. Ambas zonas pertenecen a dos etapas diferentes de la evolución de la Tierra. En el terciario la Tatacoa fue un espléndido jardín y ahora el tiempo, la erosión, las lluvias, el viento han ido desertizando la zona y creando un territorio de 300 kilómetros cuadrados, cruzado por cárcavas, cañones, laberintos, cauces secos, todos de gran belleza. Gonzalo Jiménez de Quesada en su viaje al sur pasó por la Tatacoa y llamó a toda esta zona del norte del Huila, el Valle de las tristezas por las penalidades que sufrió en el viaje. Era el año 1.538.
El nombre del desierto no viene como algunos creen de la culebra que parece tener dos cabezas y es inofensiva. No, su nombre viene de la serpiente cascabel, esta sí terriblemente venenosa, que existe en el desierto y es llamada por los nativos tatacoa. En un hábitat de condiciones tan duras para la vida hay sin embargo una fauna numerosa: lagartos, escorpiones, serpientes, diversos roedores, tortugas, arañas, águilas e incluso tigrillos. Entre todos estos animales hay uno venenoso y es una araña de la familia de las viudas negras, clasificada por el biólogo y toxicólogo César Uribe Piedrahita como “Latrodectus coya” y llamada simplemente coya. No representa peligro alguno pues es tímida y vive oculta bajo las piedras. Entre las plantas sobresalen los cactus, de bella estampa y una llamada algodón del desierto. La florecita roja de los cactus enanos se convierte en una pepa comestible de agradable sabor.
Partiendo de Villa Vieja una carretera atraviesa todo el desierto y lleva hasta Baraya población de la Cordillera Oriental. Los dos observatorios astronómicos que existen en el desierto se ven a la distancia. Muchas han sido las veces que he visitado reverentemente este desierto y digo reverentemente porque la majestad de los paisajes y de las torres rojas y grises con los que la evolución y la erosión han dotado a esta zona imponen actitudes y suscitan sentimientos de paz, de serenidad y de profundas meditaciones. Aquí el silencio y las augustas soledades gritan al alma. Imposible no traer a la mente las palabras del Principito: ”En el desierto valgo lo que valen mis divinidades”. Y en otro lugar: ”El desierto es maravilloso porque oculta un pozo en cualquier parte”.
La declaratoria de Patrimonio Arqueológico de Las Ventas, se debe que en esta zona y en general en todo el desierto se han encontrado innumerables fósiles de animales prehistóricos. En la plaza de Villa Vieja, de hermoso aspecto colonial, adornada con fotogénicos árboles se encuentra el Museo Paleontológico fundado en 1.984 en la antiguo iglesia de Santa Bárbara. El Museo tiene tres salas: la de mamíferos, la de reptiles y la ambiental. Se exponen abundantes fósiles de flora y fauna, de mamíferos, peces, aves y reptiles y de madera petrificada. Son especialmente destacables los fósiles de un delfín de agua, de una tortuga del Mioceno, y de otra tortuga con cuernos.
El ojo del desierto.

El ojo del desierto. Foto:Andrés Hurtado García

La Tatacoa es una región para gozarla en silencio, sin músicas estridentes, ni gritos, ni reuniones bullosas. La región invita a largas meditaciones sobre la vida y sobre el destino de todos los seres que habitamos sobre la Tierra. La primera vez que visité La Tatacoa fue en 1.977; en esa época solo vivían unas pocas familias y recorrí en su totalidad a pie, los 8 kilómetros de punta a punta, como lo he hecho las innumerables veces que la he visitado. Me encanta llegar hasta la casa de Miguel González, que vive al final del desierto. La hospitalidad que brinda es patriarcal. Allí hay alojamiento con 4 camas y se pueden levantar las carpas en silencio y soledad total, lejos de las multitudes que llegan a la zona roja del desierto. Se puede tomar leche de cabra de un rebaño de cien cabras y ovejas.
El desierto ofrece la posibilidad de hermosísimas fotos de los atardeceres, de los cactus, de las zonas roja y gris y del camino de los Xilópalos que no conocen los turistas pero que Miguel González hace conocer de sus visitantes.

Si usted va:

  • Se llega de dos maneras. Por Aipe, que está en la carretera central, se cruza el Magdalena y al otro lado está Villa Vieja. O bien partiendo de Neiva por carretera pavimentada de 45 kilómetros.
  • Llevar: linterna, bloqueador, gafas de sol, ropa para tierra caliente, repelente de mosquitos y cámara fotográfica con suficientes pilas. No dejar basura. Al borde de la carretera central hay restaurantes y hotelitos.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA - PARA EL TIEMPO

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