Esta molestia es más común de lo que se cree, debido a la producción insuficiente de lactasa (enzima encargada de digerir la lactosa o azúcar de la leche) por parte del intestino delgado.
“La intolerancia a la lactosa se presenta, eventualmente, en bebés prematuros menores de 35 semanas de gestación por inmadurez del tracto digestivo; a esta edad no ha comenzado la producción de la lactasa. Los nacidos a término, generalmente, no muestran signos de esta afección hasta que tienen al menos 3 años de edad”, explica la gastroenteróloga pediatra Sandra Paipilla.
Que un niño presente, o no, esta alteración, así como su duración, también depende de cuestiones congénitas o de ciertas enfermedades. De acuerdo con el gastroenterólogo y nutriólogo pediatra Wilson Daza, “las intolerancias congénitas son para toda la vida. Existe otra intolerancia por deficiencia primaria de lactasa que aparece entre los 3 y 5 años de edad, por el ‘desgaste’ natural de la enzima (lactasa) sin que alguna enfermedad la produzca. Es como un reloj biológico que decide que a partir de los 3 años se disminuye la cantidad de lactasa en la mucosa del intestino”.
Y el otro tipo de intolerancia a la lactosa ocurre después de alguna afección, como enfermedad celíaca (inflamación del tracto gastrointestinal causada por la intolerancia al gluten) o diarreas severas. “Si un niño tuvo intolerancia a la lactosa por diarrea, esta se recupera en el término de 4 semanas. Posteriormente, podría volver a presentar nuevamente intolerancia a la lactosa por otro episodio de diarrea”, agrega Daza.
Diagnóstico acertado
Es necesario identificar los síntomas reales de la intolerancia a la lactosa para evitar errores en cuanto al tratamiento a seguir. De hecho, se suele confundir con parasitosis, alergia alimentaria o intestino irritable.
Así, si el pequeño presenta distensión abdominal, cólico, exceso de gases, náuseas y diarrea luego de consumir productos que contengan leche, seguramente sea a causa de esta enfermedad. El diagnóstico lo confirma el especialista a través de un análisis de sangre, una prueba de aliento o un análisis de heces.
“Es bien diferente la alergia a la proteína de la leche de vaca de la intolerancia a la lactosa. Si bien ambas dependen de la leche, en el caso de la intolerancia a la lactosa el problema lo ocasiona el azúcar de la leche (la lactosa) y en el caso de la alergia a las proteínas de la leche. De ahí la importancia de hacer un diagnóstico adecuado”, enfatiza Daza.
¿Debo eliminar la leche de la dieta de mi hijo?
No. La leche es fundamental para el crecimiento y desarrollo del menor; eliminarla de la dieta puede causar una deficiencia de calcio, vitamina D, riboflavina y proteínas. Basta con “sustituirla por leche deslactosada, que es la misma leche entera tratada con lactasa, la enzima que permite la fragmentación de la lactosa en los dos azucares: glucosa y galactosa que se absorben más fácilmente”, explica Paipilla.
El yogur es otra buena opción, ya que contiene lactasa y probióticos que favorecen la producción de lactasa. Y, de acuerdo con Daza, se pueden utilizar las leches que reemplazan la lactosa por maltodextrina, y que también son leches sin lactosa.
Recomendaciones
El gastroenterólogo y nutriólogo pediatra Wilson Daza indica que “si el menor ya consume alimentos complementarios, los padres deben revisar que estos no contengan lactosa. No importa que no sean derivados lácteos, incluso los postres, las tortas, los ponqués y demás productos de panadería pueden contener leche y, por ende, lactosa”.
Acuda a las leches deslactosadas como primera opción, ya sean en polvo o líquidas, según la edad del niño.
“El niño debe consumir menos alimentos con lactosa o utilizar pastillas o gotas que lo ayuden a digerir la lactosa, siempre y cuando las recomiende el especialista”, indica la gastroenteróloga pediatra Sandra Paipilla.
Los niños mayores pueden consumir leche de vaca tratada con lactasa. Nunca hay que istrar leche de soya a menores de 6 meses de edad. “Los niños se adaptan fácilmente a los cambios en la dieta; además, hoy existen en el mercado helados y derivados de la leche deslactosados”, sugiere la gastroenteróloga pediatra.
Por Pilar Bolívar Carreño
Redactora ABC del bebé