‘Este no es el diccionario del español cachaco’

Diez años después de su primera edición, el Bogotálogo llega con su versión 3.0 a las librerías.

Bogotálogo Foto: IDPC

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El Bogotálogo, ese popular libro que reúne las palabras más usadas en la historia de Bogotá, está vivo -como la lengua española- y se sigue perfilando como un proyecto diverso, crítico y con un tono perfecto para sacarle al lector una risa o un buen recuerdo.
Nació en 2009 como una investigación financiada con recursos públicos, se hizo libro en 2012 a través del sello editorial IDPC, se reeditó dos veces y se reimprimió otras tres. Hoy, 12 años después, su ‘papá’, el escritor Andrés Ospina celebra que la versión 3.0 ya haya llegado a las librerías.

Bogoráculo Foto:IDPC

“Es la versión aumentada, rectificada y mejorada del libro. Contiene todo aquello que contenían los volúmenes anteriores más nuevas palabras, fotografías y correcciones”, dice Ospina, pero advierte, “este no es el diccionario del español cachaco. El cachaco es una especie de otros tiempos y de otra naturaleza. Lo reconocemos como un elemento importante, que históricamente debe registrarse, pero no nos quedamos ahí”.
En efecto, el Bogotálogo más que diccionario, es un ejercicio de consignar ‘los usos, desusos y abusos’ de un español atravesado por lo muisca, lo cachaco, lo ‘cocacolo’, lo moderno que trajo el nuevo milenio y hasta lo pandémico. Por eso, es posible que el Bogotálogo ponga el chibcha Xue, el bogotanísimo Ala, el noventero Alpinpause y el moderno Wazzapaso en un mismo lugar.

Bogoráculo Foto:IDPC

Comprar el Bogotálogo permite tener a esa riqueza y diversidad de palabras que se mueven por los barrios y comunidades de Bogotá de ayer y de hoy. Pero, además, viene con otras sorpresas: “Incluimos juegos. El libro tiene al final unas instrucciones para jugar con las palabras y trae, además, un juego de cartas que se llama el Bogoráculo: una especie de tarot en el que uno hace la pregunta y las cartas, con arquetipos de Bogotá, responde con el tono del Bogotálogo”, explica Ximena Bernal, coordinadora editorial del sello del Instituto de Patrimonio Cultural (IDPC).
EL TIEMPO conversó con Ospina sobre esta nueva edición.

¿Qué ha pasado con el lenguaje de los habitantes de Bogotá desde la primera edición?

Las palabras tienen vida y a medida que el mundo se va transformando, el lenguaje va cambiando con ese mundo. Hace algunos años había muchas expresiones que daban cuenta de cómo pensábamos, hoy hay otra forma.
En el ámbito político, por ejemplo, han aparecido nuevos términos, lo mismo ocurre en el ámbito de la salud: el contexto pandémico nos lleva a utilizar nuevas palabras.
Pero también la sociedad misma se va dando cuenta, por fortuna, de que hay palabras normalizadas que pueden tener un dejo de clasismo o machismo. Hay que celebrar que eso está cambiando y que se configure de otra forma el mapa de cómo hablamos.

El escritor Andrés Ospina respondió el cuestionario de EL TIEMPO. Foto:Cortesía Carmen Triana

¿Qué se hace con esas palabras?

El libro tiene un espíritu tremendamente autocrítico. Pero no es una autocrítica respecto a cuál es de manera más culta de hablar, sino a cómo muchas de las cosas que decimos reflejan vicios horrendos de nuestra sociedad, o reflejan exclusión o racismos.
En Bogotá puede vivir mucha de la gente más linda y cálida del mundo, pero también puede vivir mucha de la gente más difícil del mundo. Y eso es un hecho. Hay gente que cree que se debe esconder y quemar aquello que no concuerda con la forma en que uno debe comportarse socialmente, pero eso puede permitir que nos veamos en un espejo.

¿Cómo lograr que el Bogotálogo sea lo más diverso posible?

La idea en esta nueva edición era rastrear qué tanto había cambiado el mundo y sobretodo también pensar en aquellas poblaciones a las que no llegamos hace 10 años en en el primer proyecto.
Organizamos encuentros con distintos personajes de Bogotá. Estuvimos en cárceles y con jóvenes en situación vulnerable Hicimos también una convocatoria a vía internet donde la gente a través de las redes nos enviaba aportes o correcciones…
También hemos estado en la Bogotá rural, hemos hablado con bogotanos cuyas edades oscilan entre los 95 y los 5 años y de condiciones económicas, geográficas y culturales muy diferentes. Hemos entrevistado gente de todas las regiones del país, prácticamente.
Además, hemos cubierto fuentes escritas y gran parte de la prensa. Sabemos que faltan palabras o que una definición puede ser polémica, pero eso, lejos de ser una debilidad del Bogotálogo es una fortaleza: quiere decir que es un dispositivo narrativo que detona cosas en la gente.

Algunas de las palabras del Bogotálogo

Las nuevas
atenido. En Bogotá y Colombia, según palabras de una altísima funcionaria del orden nacional, ciudadano malagradecido, holgazán e incapaz de apreciar las bondades de un Estado providente y bienintencionado. Véase economía naranja, recostado.
fajardearse. Expresión de uso extendido en la Bogotá de la tercera década del siglo XXI. Alude al acto de desentenderse de un compromiso relevante bajo pretextos de neutralidad.
literal. Neologismo impuesto por los más jóvenes. Funge de ´sí’ o de ‘tal cual’. El Bogotálogo es un gran libro: ¡literal!
Aislamiento inteligente. Medida epidemiológica creada por el jefe de Estado colombiano en 2020 consistente en fijar ciertos requisitos particulares de cuidado a ser implementados por parte de la ciudadanía en lugar de una cuarentena rigurosa.
Las clásicas
Ala. Interjección típicamente bogotana, cada vez menos común. La expresión constituye quizá la muletilla y la marca registrada por excelencia del cachaco de antaño. (...) Suele venir acompañado de un sucesivo ‘chinito’ o ‘mi china’.
Carachas. Expresión de sorpresa, reconocida como parte del repertorio de maneras del clásico y estereotipado cachacho.
Veci. Abreviatura de vecino, empleada indistintamente con cualquier ciudadano, particularmente en contexto de tiendas y establecimientos de comercio, más allá de que este viva o no en cercanías del interlocutor.
Esfero. Cosa extraña, este bogotanismo de uso tan común y cotidiano en la ciudad resulta chocante en muchos lugares del país.
Las que solo entendemos acá
Chichigua. Chibichismo. Cantidad mínima de dinero.
Desporrondingarse. Caer al piso en posición extendida. Despedazarze.
AM. Base alimentaria de la dieta bogotana, conformada en dosis equivalentes por cuatro componentes (arroz, carne, papa y maduro), mescolanza que sin duda despertaría la envidia de los más avesados nutricionistas y gastrónomos del orbe, de indiscutibles beneficios para la salud mental y corporal de quienes la siguen con rigor.
Las que aprendimos de la TV
El diablo es puerco. Amonestación puritana a guardar recato y a abstenerse de aproximarse a las tentaciones mundanas. El dicho se hizo popular gracias a haber sido puesto en boca de uno de los personajes de Yo soy Betty la fea.
Mompirry. Legado popular de la telenovela Pedro el escamoso emitida a finales de los años noventa. Muchos bogotanos, con ánimos puramente imitativos, decidieron adoptar esta expresión propia del repertorio de Pedro Coral, protagonista de la mencionada producción. Mompirry es una fórmula de camaradería con visos de muletilla, empleada por un individuo cualquiera al dirigirse a sus amigos más entrañables.
Tuqui tuqui lulú. Expresión popularizada por el personaje William Guillermo (conductor antioqueño de bus en las series Don Chinche y Romeo y buseta). Indica la gravedad de un asunto o el inminente peligro de muerte y suele acompañarse por una suerte de movimiento dáctilo-yugular que semeja un cuchillo, con lo que se hace hincapié en lo riesgoso de la situación. Si este man sigue envalentonado, ¡tuqui tuqui lulú!
Para decirnos cosas bonitas
¡Ututúi!. Expresión onomatopéyica de galanteo por excelencia.
Chusco. Dicho de un hombre o mujer, bien plantados.
Para sacar de nuestro lenguaje
Montañero. Según ciertos habitantes prejuiciosos de Bogotá invadidos por un absurdo aire de superioridad, individuo poco cultivado y de escasa ilustración.
Guiso. Reprochable calificativo con el que algunos arribistas suelen referirse a quienes no corresponde a sus estándares sociales, por no ajustarse a su supuesto repertorio de buenas costumbres en el vestir, el hablar o el comer. Se entiende por guiso a quien ejerce profesionalmente las labores del servicio doméstico. Pero también a quien obra con ordinariez y poco refinamiento.
Gente bien. Categorización arbitraria y excluyente de uso generalizado entre las clases hegemónicas y endogámicas de la ciudad para aludir a quienes, a su juicio, también pertenecen a ellas.
ANA PUENTES
En Twitter: @soypuentes

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