En un lapso de dos meses la imagen del alcalde Carlos Fernando Galán cayó 12 puntos: pasó de 59 por ciento en abril a 47 por ciento en junio, según la más reciente encuesta de Gallup.
Se trata de una tendencia que muestra que, muy al estilo de los bogotanos, el compás de espera con el nuevo gobierno se acabó, pero no la luna de miel, porque mayoritariamente la ciudadanía sigue confiando en el alcalde, en sus propuestas, en su equipo; no hay escándalos que lamentar, no anda de pelea con nadie ni reprochándole nada a nadie; sigue con su estilo cuidadoso al hablar, sus buenas maneras y ha sabido capotear los tres vendavales que se le han presentado: los incendios, las embestidas del Gobierno Nacional y el racionamiento de agua.
El alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, sancionando el Plan Distrital de Desarrollo 'Bogotá Camina Segura 2024 – 2027'. Foto:MAURICIO MORENO EL TIEMPO
¿Por qué entonces la caída en las encuestas? Además de la impaciencia de los bogotanos, existe la percepción de que hay más alcalde que Gobierno. Con contadas excepciones, es Galán quien sale a poner la cara, algo común en todas las istraciones.
Pero sería bueno que en educación, salud, desarrollo o medioambiente, por ejemplo, también existiera una estrategia de entrega de resultados, que es lo que la gente espera. No es fácil, claro, pero ese es el reto.
Si antes la entrega de colegios o de becas quedaron grabados en la memoria de los ciudadanos, hoy para temas como el bilingüismo, el subsidio de transporte para niños o la calidad de la educación, debe haber una nueva narrativa. Lo mismo aplica para salud o vivienda.
Es posible que en esa baja en los sondeos el racionamiento de agua o el eterno problema de la movilidad también estén haciendo mella. Sin embargo, la misma encuesta advierte que es la inseguridad la que está impactando la gestión del alcalde y su gobierno. Seis de cada diez ciudadanos se sienten inseguros.
Carlos Fernando Galán, liderando PMU por incendios. Foto:Alcaldía de Bogotá
¿Suena familiar? Claro que sí. Con la seguridad pasa lo mismo que con el álgebra o la trigonometría: desde comienzo de año uno sabe que las tiene perdidas. Y entonces se recurre a ayudas extraclase, a los amigos que más saben o a defenderse con los ejercicios en casa. La inseguridad ha sido el karma de todos los gobernantes sin excepción.
El lío aquí es que se trata del programa bandera de Galán, es la esencia de su Plan de Desarrollo y su compromiso con la ciudadanía. Y no cabe duda de que se ha trabajado: más presupuesto, más policías, más golpes a bandas y delincuentes, más alianzas con organismos de seguridad, más compromiso con entes nacionales, etc.
Pero insisto: el tema es de resultados y de percepción. Y con esto último no hay nada que hacer. La espectacularidad de un asalto casi que en directo o la voz de un concejal que narra cómo le robaron el carro, borran cualquier estadística o cualquier golpe contundente.
Lo que queda entonces es redoblar esfuerzos en estrategias, tecnología, pie de fuerza y demás para que la gente se sienta tranquila. Pero lo más importante es cambiar el discurso de ‘Bogotá camina segura’ por el de ‘Bogotá tiene que caminar segura’, porque es un desafío, un compromiso, una tarea que debe comprometernos a todos.
No solo depende del alcalde o el secretario de Seguridad, sino de que la gente vuelva a confiar en la policía, vuelva a confiar en la denuncia, vuelva a creer en las instituciones; que las calles estén iluminadas, que las polisombras no sean refugio de maleantes, que los comerciantes no conviertan el espacio público en un basural. Todo eso es lo que genera no solo inseguridad sino percepción de inseguridad.
Carlos Fernando Galán, alcalde de Bogotá, en las obras del metro. Foto:Archivo particular
Como me explicaba recientemente el secretario del ramo, César Restrepo, se trata de un cambio sostenible y de entender que muchos de los males que golpean a la ciudad tienen que ver con decisiones –o falta de ellas– del Gobierno Nacional.
La situación de los indígenas del parque Nacional, los paros que terminan en vandalismo, las protestas de maestros obedecen a conflictos que el Ejecutivo no resuelve en el territorio pero que se desarrollan en Bogotá. La falta de policías es un asunto estructural que también depende del Ejecutivo.
El durísimo panorama de inseguridad que advierte un reciente informe del Consejo Gremial se refleja en Bogotá: mafias, trenes de Aragua, desplazamiento, crisis económica, extorsión adquieren resonancia en una ciudad de ocho millones de habitantes.
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