Robert Hass: el hombre que retrata la poesía del paisaje californiano

Santiago Espinosa nos revela sus claves poéticas en el prólogo de 'Una meditación ininterrumpida'.

El Área de la Bahía (conformada por las áreas metropolitanas de San Francisco y San José) se ubica en el puesto general dos. Según datos y análisis exhaustivos, cuando se eliminan los obstáculos para las mujeres emprendedoras, se produce un aumento considerable en las perspectivas económicas de una ciudad Foto: George Nikitn/ EFE

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Conocí a Robert Hass en Bogotá, hacia mediados del 2018, en el Festival de Poesía Las líneas de su mano. El poeta de California viajaba a Suramérica por primera vez. Aquellas traducciones que habían sido publicadas en España o en México no habían llegado todavía a mi país. Solo teníamos algunas publicaciones dispersas en revistas electrónicas, ciertas entrevistas, y unos videos donde un poeta afable, sorprendentemente sencillo, les hablaba a sus estudiantes de Berkeley sobre las traducciones y el oficio, la relación milenaria entre el poema y el asombro.
Hay muchas cosas que nos mueven a traducir. Llevar a la lengua un mensaje desconocido, adaptarse a unos lugares extraños –una ciudad, un idioma– traduciendo los ecos que ya estaban. En mi caso fue un intento por tratar de asimilar en español, a través de mis propios vocablos, el estremecimiento y la extrañeza que me habían producido estos poemas. Lo primero que traduje fue Rusia en 1931, un poema donde se narra un encuentro improbable entre Mandelstam y César Vallejo. Después le siguió Música tenue, sobre la anécdota de un desencuentro amoroso, y en el que parece que la geografía abrupta de San Francisco creara al interior de las emociones un paisaje semejante. Después vino la inmersión en su poesía reunida.
Lo que más me sorprendió de estos poemas es lo que Hass denomina como “lo particular”. Hay una obsesión por captar en el lenguaje no las ideas generales sino los asuntos más específicos. Esto supone un enorme reto para un traductor, especialmente cuando se refiere a los nombres propios de la naturaleza. Toda la poesía de Hass, desde su primer libro, que precisamente se llama Guía de campo, hasta los poemas de Nieve de verano, muchos de ellos traducidos en esta antología por primera vez, podría leerse como una expedición por los paisajes de California, sus pájaros y sus flores, sus árboles y sus peces, sus insectos.
Francamente no conozco a un poeta vivo que haya llevado estas búsquedas naturales tan lejos. Al mismo tiempo en que desaparecen las especies en todo el mundo, Hass es quien prolonga la diversidad a través de los nombres propios. Él es quien mira los “arrendajos” y “los abejarucos”, las “eternas nacaradas” o los “ojos azules”. Y esto lo hace desde el estado de California. Uno de los lugares del mundo en que el progreso ha transformado los paisajes con mayor velocidad. Este estado es quizás el epicentro del desenfreno, desde la fiebre del oro a los gigantes tecnológicos de la actualidad. La historia de cómo un lugar, prácticamente deshabitado hace 200 años, es hoy la quinta economía del mundo.
El propio Hass me dijo alguna vez esta frase tan sugestiva, supongo que con alguna esperanza: “La poesía es una forma de salvar la Tierra a través de las palabras”. Lejos de un espíritu bucólico, su poesía es también un territorio de paradojas y conflictos. También nos dice que estamos hechos de interrupciones y agujeros, de cosas en nosotros que no terminan de encajar. Esta escritura nos habla sobre nuestra incapacidad para captar con el lenguaje la inmensidad de lo que acaba u ocurre. “Está bien que la poesía nos desencante a veces”, nos dice Hass en su poema De la dificultad para nombrar los árboles.

El libro de Robert Hass lo publica Valparaíso Ediciones. Foto:Archivo particular

Es la ambivalencia la que finalmente nos sorprende. Esa capacidad de escribir prácticamente sobre todo, manteniendo la tensión a lo largo de cincuenta años. Por algo ha dicho Louise Glück (nobel de literatura 2020), con quien ha sostenido una amistad por varias décadas: “Hass tiene la empatía de reunir aquellos elementos que normalmente destruirían el poema”. Desde esta simultaneidad asombrosa, especialmente presente en sus últimos poemas, no debe sorprendernos que se nos hable del dolor en relación a las dunas del desierto. O que se haga un poema sobre la historia de la balística. O que se hable del sexo y las ausencias en relación con las libélulas o el baloncesto.
De todos los poetas norteamericanos de su generación, Mark Strand o Charles Wright, Sharon Olds o Louise Glück, Robert Pinsky o Charles Simic, entre otros, quizás ha sido Hass quien ha escrito los poemas más comprometidos, en el sentido de una denuncia colectiva que supera las visiones partidistas. Hass denuncia la obstinación de ese mismo país, los Estados Unidos, por acabar con la naturaleza y con la vida en cualquier parte: las guerras de Corea y de Irak, por ejemplo, dos poemas que aparecen en Tiempo y materiales, su libro más premiado y traducido; el cambio climático o la presencia frenética de las armas en la historia.
Robert Hass ha alcanzado los más altos reconocimientos que pueda obtener un poeta en su país. Ha ganado el Premio Pulitzer y el National Book Award, se ha destacado como ensayista, obteniendo el Premio de la Crítica. Se ha destacado como traductor, desde sus versiones de los grandes maestros del hai-ku hasta las colaboraciones legendarias con su vecino de Berkeley Ceslaw Milosz. Pero además de su escritura Hass se ha destacado como activista ambiental, especialmente entre 1995 y 1997, cuando se desempeñó como Poeta Laureado de los Estados Unidos. Todavía se recuerda su programa Ríos de palabras. A propósito de estas campañas nos dice Hass en un ensayo de la misma época:
“Los ríos, por supuesto, son como las historias, y son como las historias que aprobarían los tratados clásicos sobre la forma. Tienen un comienzo, un medio y un desenlace. Entre el inicio y el final los ríos fluyen. O deberían fluir, si es que nosotros se lo permitimos. Es muy interesante pensar que en la cultura popular, en la televisión, lo que ha pasado con los ríos también está pasando con las historias...”.
Encuentro esa cita muy reveladora. Sobre la cultura de nuestro siglo pero también sobre su propia poesía. Digamos que en Hass sobrevive el flujo a través de las interrupciones. Es esta la amplitud de sus poemas, ellos mismos una conversación de estilos y culturas, de asuntos yuxtapuestos que transcurren en las páginas. Hass, a la manera de los grandes maestros japoneses, quiere atender al flujo y la tensión del instante, solo que con un mundo mucho más convulsionado.
Y sin embargo, como lo señala el poeta Forrest Gander, Hass logra hacer de esta complejidad un episodio “de su propia experiencia”. Lo que tanto emocionaba a Aristóteles sobre la poesía, y es la capacidad de mostrar en una escena “el cuadro completo” de la vida. Lo que iramos de poetas como Milosz o Neruda, y es ese don para transitar entre mundos tan distintos, ese poder casi mágico de ser tantas personas sin dejar nunca de ser Neruda o Milosz. En uno de sus ensayos Hass nos llama la atención sobre la presencia obsesiva de los temas domésticos en la poesía norteamericana. “Esos poemas escritos en las ciudades felices”, nos dice, “con sus lenguajes familiares”, donde las clases medias norteamericanas han recordado el paraíso perdido, o sus infiernos con aire acondicionado.
Quien haga el recorrido desde sus primeros poemas, escritos en los años turbulentos de la guerra de Vietnam, podrá encontrar una continuidad y una constante renovación. A partir de Deseos humanos y especialmente desde Tiempo y materiales, notamos una actitud más sabia y contemplativa, digamos que contraria a la de un mundo cada vez más vertiginoso. El símbolo de este cambio es la imagen que tenemos de Robert Hass: un hombre que viaja con su cuaderno a través de las estaciones y del mundo, al interior de sí mismo en realidad. Exactamente lo que vimos en Bogotá, donde en medio de celulares y de selfies, redes sociales donde todos estamos un poco solos, Hass anotaba lo que veía en una calle, en una conversación o en un museo, frente al vuelo de un pájaro.
Después de esta primera experiencia en Bogotá, donde pudimos compartir una conversación con Hass y Charles Simic, Carolyn Forché y Jericho Brown –digamos que los extremos poéticos de un país abierto, radicalmente opuesto al que construye muros o se arma con recelo entre sus propiedades–, tuve la oportunidad de visitar al poeta en San Francisco. De un momento para otro estábamos junto a él en la bahía en que nació y donde ha permanecido casi toda su vida. El poeta manejaba su auto, subiendo y bajando las pendientes. De repente estábamos al frente de una casa, al pie un árbol particular del que Hass nos contaba sus anécdotas botánicas. De repente mirábamos el mar desde una colina. Pensé que esto mismo hacía su poesía. Mostrarnos lo particular y el cuadro completo. El dolor de una ventana iluminada en la noche, pero también toda la ecología que rodea esa montaña. Y los deseos y las lecturas, los desastres de la historia. Esa insistencia en el cuidado de las palabras, una manera no tan ingenua de salvar la tierra, después de todo.
SANTIAGO ESPINOSA*
PARA EL TIEMPO
*Literato y filósofo de la U. de los Andes/ Cortesía Valparaíso Ediciones.

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