Se acabó la excusa para los mandatarios de orden local al momento de enfrentar fenómenos de contaminación del aire. Afirmar que “la culpa la tiene Ecopetrol por el mal combustible que nos vende”, argumento utilizado con frecuencia para justificar la ausencia de políticas ambiciosas en la materia, es en lo sucesivo una falacia dados los significativos avances en este tema durante los últimos tiempos.
Después de un piloto realizado para Medellín —haciendo ajustes en equipos y catalizadores, en conjunto con un esquema de optimización de mezclas de crudos y refinados, y sacando provecho de las billonarias inversiones adelantadas para modernizar las plantas de Cartagena y Barrancabermeja—, Ecopetrol demostró su capacidad de entregar AM con un contenido de azufre inferior a 15 partes por millón para cubrir la demanda de Bogotá y Medellín.
Dicha cifra, que ya es una realidad, define lo que internacionalmente se conoce como combustible de ultrabajo azufre y corresponde a la máxima exigencia posible al respecto. En otras palabras, el diésel que hoy se puede comercializar en Colombia, si bien aún queda pendiente seguir mejorando su contenido de aromáticos, pasaría el examen de calidad en cualquier lugar del mundo.
En la ecuación de los principales causantes de la polución, la calidad del combustible es hoy una variable resuelta.
A pesar de lo anterior, los niveles de contaminación por material particulado (el más representativo de los parámetros para medir la polución) seguirán aumentando en las principales ciudades del país por no atender la causa irresuelta: la obsolescencia de la flota de carga pesada y la carencia de sistemas de control de emisiones (por ejemplo, filtros de partículas) en la mayoría de los más de 400.000 buses y camiones alimentados con diésel que circulan por nuestras vías.
Contar con AM de ultrabajo azufre permite la utilización inmediata de las más sofisticadas tecnologías de reducción de emisiones que hay disponibles en el planeta. Alcanzar esta condición era prerrequisito ineludible para que las autoridades ambientales de orden local y nacional pudieran establecer normas que hagan obligatorio el uso de tales tecnologías. Y hoy es posible, máxime sabiendo que en el portafolio de estrategias para mejorar la calidad del aire no existe ninguna medida (¡ninguna!) que compita en términos de costo-eficiencia con la implementación de sistemas de control para la flota diésel.
El Gobierno Nacional, a través de los documentos Conpes, recientemente aprobados, sobre calidad del aire y crecimiento verde, estableció metas de mediano plazo que contribuyen a estos propósitos, en donde es destacable la promoción de la movilidad eléctrica y el uso de combustibles limpios como el gas natural. Pero las grandes urbes del país pueden y deben ser más ambiciosas en los tiempos de implementación y en el alcance de las medidas de control para las fuentes móviles.
En resumen, sin ignorar los conocidos efectos nocivos de los carburantes fósiles, en particular del AM, resulta necesario precisar que en la ecuación de los principales causantes de la polución en las grandes ciudades, la calidad del combustible es hoy una variable resuelta. Saber y reconocer este avance, que costó mucho tiempo y esfuerzo, permite enfocarnos en los desafíos pendientes y en diseñar soluciones técnicamente correctas que logren apalancarse en logros previos, como aquellas relacionadas con tecnologías de control.
A nuestros alcaldes actuales y futuros: las condiciones ambientales urbanas son su responsabilidad, y la solución del problema está en sus manos. Sin excusas, sin demoras y sin majaderías. Es la salud de los colombianos la que está en juego.
EDUARDO BEHRENTZ