Cuando los periódicos listan los libros más vendidos, los separan en ficción y no ficción. Los de ficción son siempre relatos imaginarios; producen placer estético, generan emociones y nos ayudan a entender a la gente, sus acciones e intenciones. Los de no ficción nos proporcionan información, análisis y, si estamos de buenas, algún conocimiento.
A veces las fronteras son un poco difusas y puede haber interacción. Los relatos de la imaginación usualmente parten de algún hecho real, y algunos cuentos pueden volverse fríos hechos después. De todas formas, la distinción de las dos categorías es real e importante. Quien las confunde se arriesga a abordar los problemas económicos con conjuros mágicos, o a arruinar El viejo y el mar llenándolo de datos barométricos.
En estos tiempos posmodernos que vivimos, la confusión entre ficción y no ficción es una fuente de desorientación y graves equivocaciones. Algunas disciplinas han sido muy susceptibles de sufrir esta confusión. La historia es un relato, pero los historiadores serios han sido cuidadosos en usar referencias no ficcionales como excavaciones arqueológicas, documentos y testimonios. Hay, sin embargo, quienes deciden que ‘así como se cuenta una historia se cuenta otra’.
Si esto resulta grave en historia, podemos imaginar lo que es para disciplinas como la economía o las ciencias políticas. La ‘escritura creativa’ reemplazaría los análisis y las proyecciones.
Los eventos en la Universidad Nacional, con el nombramiento de rector, están llenos de esas confusiones y sustituciones. Una estrategia ‘creativa’ es presentar hechos incompletos y con ellos construir un relato completo. La ficción que se impuso tras la reunión del Consejo Superior para nombrar rector fue que en forma no transparente se optó por el voto secreto, y eso demuestra lo ‘sospechoso’ del proceso. Lo que no se cuenta es que el Consejo aceptó votar de esa forma por mayoría, porque hubo amenazas a los consejeros. Se diría que ese hecho, no ficcional, es el verdaderamente grave, pero la historia que quedó fue la otra.
Cuando la autoridad competente decide que hay ilegalidad, cualquier presunción desaparece y antes no es posible.
Después, la ficción relata la posesión ‘irregular’ del candidato escogido porque no fue ante el Consejo y no había un acta que sustentara su nombramiento. Se omite la no ficción de que no había acta porque la ministra, quien presidió la sesión, se negó a firmarla sin justificación válida.
Hay ficciones en derecho que parecen la tapa de la olla. Se dice que la posesión no fue válida por ‘presunción de ilegalidad’. Eso es una ficción; no puede existir. Cuando la autoridad competente decide que hay ilegalidad, cualquier presunción desaparece y antes no es posible.
Para contradecir a los que piensan diferente, una ‘buena’ estrategia es crear acusaciones ficticias. La de moda es corrupción. Así que el relato creativo dice que son corruptos quienes piensan que se deben respetar las normas establecidas, mientras no se cambien. No hay necesidad de pruebas, para eso está la escritura creativa. Esa historia fue recogida textualmente por alguna periodista que añadió una ficción propia, de patentar. En lugar de pruebas se le ocurrió la brillante idea de ‘vinculación por vasos comunicantes’. Ficción para Nobel.
Se han construido tantas historias que darían para una antología. La toma a machete limpio del edificio de la rectoría se relata como una “recuperación”. Los enemigos son una “camarilla de oligarcas académicos” (al estilo de las purgas de Stalin y Mao). La prohibición de entrada a las aulas a miles de jóvenes es una fiesta de creatividad cultural y así, de ficción en ficción hasta la única no ficción verdadera que es la imposición de un proyecto político sobre el académico.
Basados en los hechos es posible llegar a acuerdos; conciliar imaginarios es un imposible.
@mwassermannl