Querido Iván: los aniversarios siempre llevan un peso adicional de nostalgia porque nos obligan a repensarnos el "qué hubiera pasado sí...".
Eso me pregunté insistentemente el domingo. ¿Cómo sería hoy mi vida si no hubiera ido la mañana del 25 de mayo de 2000 a entrevistar a aquel jefe paramilitar a la cárcel La Modelo?
Ya no puedo devolver el tiempo. Esto es lo que hay. Ese día quedé con mi vida quebrada en mil pedacitos, y nueve meses después tú quedaste sin vida.
Este domingo se cumplieron 25 años de ese trágico hecho para una mujer y para la prensa colombiana. Por eso has estado en mis dolores, mis lágrimas y mi pensamiento. Especialmente el lunes, cuando tu colega Iris Marín, la defensora del Pueblo, tuvo un hermoso acto de generosidad y reparación, al nombrar la sede de la Defensoría de Bogotá en mi honor.
Recordé, cuando ella descubrió la placa, que, en nuestros tintos callejeros, en las largas noches de vigilia en la puerta de La Modelo, un día me dijiste que seguro en el futuro un pueblo llevaría mi nombre. No fue un pueblo, pero ahora lo tiene el edificio de la regional Bogotá de la Defensoría.
Fue imposible no regresar a la antesala de ese mayo y repasar nuestras conversaciones sobre el poder paramilitar que consumía a Colombia, lo incontrolable y nociva que se había convertido la guerrilla de las Farc y lo frustrante que resultaba cada actuación criminal y corrupta de un policía o un militar.
Tu llegada a Bogotá en septiembre de 1999, como defensor regional, fue un gran respaldo para mi trabajo periodístico porque eras una fuente incomparable. Te había conocido telefónicamente dos años atrás, entrevistándote para el noticiero radial Alerta Bogotá. Como defensor de Pueblo de Norte de Santander me diste la exclusiva del ingreso de los paramilitares de Carlos Castaño a la región, con los ojos 'ciegos' de varios mandos de la Fuerza Pública.
La noche del 12 de febrero de 2001 recibí una llamada que me dejó al borde del abismo: "Acaban de asesinar en Cúcuta a Iván Villamizar Luciani...".
Ya en Bogotá, y teniendo conversaciones casi que a diario, armamos, en la propia puerta de la cárcel, el mapa mafioso de la venta de secuestrados, el tráfico de armas y el emporio delincuencial que se movía desde La Modelo. La visita a ese centro de horror era obligada por lo menos tres días cada semana, porque los asesinatos, motines y enfrentamientos no cesaban. Era un ritual de muerte en el que terminamos enredados, yo documentando e informando para las páginas de El Espectador y tú sirviendo de mediador desde tu función como defensor de derechos humanos.
Te recordé este lunes con profunda tristeza y vacío. Cómo me hubiera gustado verte en ese hermoso acto de la Defensoría del Pueblo. Y en tu recuerdo vi los rostros de muchas personas más que ya no están ahora, pero que en silencio 25 años atrás me sufrieron.
Tú llegaste hasta la clínica y pudiste ver lo que quedó de mí. Me apretaste fuerte la mano, secaste tus lágrimas y las mías en un acto de profundo respeto y me motivaste a dejar Colombia. Te dije que prefería morir, y respondiste que tú tampoco te ibas, así que nos esperaba un café muchos años más adelante, para reírnos de cosas banales.
Pero no tuvimos esa oportunidad. La noche del 12 de febrero de 2001 recibí una llamada que me dejó al borde del abismo: "Acaban de asesinar en Cúcuta a Iván Villamizar Luciani...".
Los mismos que hoy siguen impunes por decenas de crímenes te silenciaron. Nos robaron la posibilidad de nuestro café. Sin embargo, quería decirte en estas líneas que celebré contigo el lunes, y también te agradecí por hacerme parte de la Defensoría del Pueblo desde mucho antes de que llegara la barbarie a nuestras historias. Y te agradecí y te agradezco por todas las mujeres víctimas que encontraron en tu gestión un apoyo y una escucha.
Estos son días de aniversarios y de tristezas, pero también de resistir a través de la memoria, como lo dijeron los funcionarios de la Alcaldía de Bogotá, que también entregaron un significativo jardín para reivindicar y reparar.
Iván, amigo que ya no estás, lo único cierto es que hay heridas que nunca podrán sanar, pero esas son las que deben abonar los cimientos de este país que tú yo amamos.