“El fútbol es el único y verdadero idioma universal”, sostiene Christian Bromberger, antropólogo francés que reivindica nuestros afanes futboleros. Y va más allá: “Durante el Mundial 98, el triunfo de Francia produjo un cambio de actitud de los intelectuales de mi país, que hasta entonces consideraban al fútbol como el opio de los pueblos”.
Y esto le resulta, como mínimo, curioso: “Imaginémonos hoy un estudio de sociología o antropología urbana que quisiera dejar de lado al fútbol; el lugar que ocupa este deporte en las conversaciones cotidianas, en la cristalización de relaciones de sociabilidad, en la edificación, en la construcción de las ciudades y de los barrios, en la emblemática y en el folklore urbano”. Pero advierte: “El deporte es un dominio que todavía no alcanzó su plena legitimidad en el campo académico”.
Bromberger, nacido en 1946, es investigador y docente de la Université de Provence y del Institut Universitaire de Francia. Llegó a Buenos Aires hace unos años para participar en el seminario ‘Fútbol e identidades urbanas’, organizado por el Centro Franco Argentino de Altos Estudios de la universidad porteña. Sin embargo, más allá de su profesión, es un ferviente apasionado de la pelota y su significación social, un auténtico experto del tema. Concedió una deliciosa entrevista al diario ‘Clarín’, cuyas partes más salientes nos parece imperativo rescatar.
—Si la gente se apasiona tanto por este juego tal vez no sea, solamente, por conocer el resultado del partido, sino porque en la cancha de fútbol se disputa un encuentro esencial, que habla de la cristalización de los valores cardinales del mundo contemporáneo.
—Para ser más claros, ¿qué dice el fútbol de nuestro mundo?
—Nos habla del mérito. Nos dice que para tener éxito hace falta un talento que no está ligado al nacimiento ni a los orígenes sociales. Si nos gustan Pelé, Maradona o Zidane, se debe a que nos muestran que no es necesario ser ‘hijo de’ para ser alguien: que el último puede ser el primero.
(Maravilla de conclusión que derriba el mito del acomodo: nadie llega a primera división por influencias de ningún poder).
—¿Sólo llegan a estrellas los habilidosos?
—El mérito es una de las lecciones del fútbol, pero hay otros cuatro requisitos para triunfar. Veámoslos de a uno. En el camino del éxito también hace falta la solidaridad colectiva. El fútbol se populariza con la revolución industrial, en pleno siglo XIX, y en la cancha se realiza una especie de ideal social: la planificación colectiva, la repartición por puestos y el espíritu de equipo tienen que ver con ese origen.
—¿Cuáles son los otros tres requisitos?
—Por un lado, la suerte. En el fútbol se pueden perder oportunidades increíbles. Los hinchas y jugadores saben de esa mezcla de suerte y destino y multiplican los rituales para gravitar sobre ella. Pero, como dice el dicho, a la suerte hay que ayudarla, y por eso el cuarto ingrediente es la trampa.
—Suena fuerte...
—No hay ningún otro deporte que deje tanto lugar a la trampa y todos los jugadores lo saben: agarran al adversario de la camiseta, se tiran al suelo en el área penal por un golpe no recibido, etcétera. La picardía es un medio como cualquier otro para salir adelante cuando el mérito, la solidaridad y la suerte no bastan.
—Falta un último elemento...
—El quinto elemento, tanto en la cancha como en la vida, es contar con una justicia favorable, representada por el árbitro. Ahora bien, la justicia en el fútbol tiene un carácter muy particular: es inmediata y sin apelación. Sabemos que la faz del mundo futbolístico puede cambiar por un error de arbitraje. Hay miles de ejemplos. Uno que recuerdo es del Mundial de 1998, cuando el juez cobró un penal contra Júnior Baiano por una falta (que no existió) al noruego Tore Andre Flo, lo que tuvo como consecuencia la eliminación de Marruecos. Porque el fútbol nos recuerda que en nuestro mundo no alcanza con vencer al enemigo, también es necesario que otros equipos ganen o pierdan.
—¿Por qué razón el fútbol se popularizó en geografías y sociedades tan diversas?
—Hay razones que tienen que ver con las propiedades del juego: sus reglas simples. Un callejón, una playa o un arrozal seco son lugares convenientes. Se puede jugar descalzo, en mameluco, con traje...
—Las facilidades del juego no explican cabalmente que el fútbol sea ‘el’ gran deporte.
—Es esa alianza de cualidades un poco contradictorias que hacen de él un juego bueno para jugar y al mismo tiempo bueno para pensar. A diferencia del atletismo, por ejemplo, el fútbol abre un campo de discusión en el bar, la calle, el colegio... Un periodista deportivo me decía, sobre esto, que el mejor título que podía encontrar para el atletismo era: ‘Fulano: 10 segundos’. ¿Qué más se puede agregar? Mientras que un partido de fútbol permite transcribir la historia de manera increíblemente variada.
Más adelante se le pregunta a Bromberger sobre el oportunismo de ciertos dirigentes políticos o gremiales que incursionan en el fútbol para potenciar sus carreras.
—En Europa tuvimos ejemplos impactantes con Bernard Tapie (Olympique de Marsella) y Silvio Berlusconi (Milan), aunque no es un fenómeno reciente. Las victorias del equipo italiano en 1934 y, sobre todo, en 1938, fueron usadas por Mussolini para destacar que el triunfo de su país demostraba la superioridad del fascismo sobre las democracias. Hay que señalar, no obstante, la distancia que existe entre la adhesión de los hinchas a un individuo como presidente de un club y como político. No se puede considerar a los fans como idiotas culturales, incapaces de poner distancia crítica y de disociar la vida política del entusiasmo por un club.
A Bromberger, autor del libro ‘Significaciones de la pasión popular por los clubes de fútbol’, le fascinan las implicancias sociales del mayor deporte de masas. Y, más precisamente, el comportamiento de esas masas, que ha estudiado a lo largo de su vida.
—¿Qué decir de las multitudes? Las masas anónimas, impulsadas por un celo común, por la alegría festiva de estar juntos, de movilizarse contra un enemigo colectivo, superan cualquier conciencia de sus más profundas diferencias, al menos temporalmente. Desde los torneos locales hasta la Copa Mundial, el fútbol ofrece un campo de batalla para la afirmación de las identidades colectivas y de los antagonismos locales o regionales. Ciertamente es esta capacidad del fútbol de movilizar a la gente y de permitirle que proclame sus lealtades lo que explica su extraordinaria popularidad. Cada encuentro entre ciudades, regiones o naciones rivales es como una guerra contemporánea, con himnos, bandas de guerra y estandartes, para no mencionar a grupos de fanáticos con sobrenombres como La Brigada, Los Comandos o La Legión.
Y para afirmar su sentencia inicial hay dos palabras universales que no necesitan traducción: fútbol y gol. Están por encima de todas las lenguas.
JORGE BARRAZA