Este 2 de mayo se cumplen siete años de la muerte del novelista colombiano Fernando Soto Aparicio. Siete años durante los cuales sus lectores han seguido disfrutando esa prosa de alto vuelo poético que habla sobre la realidad social de Colombia, y las editoriales haciendo nuevas ediciones de sus libros para atender la demanda de quienes encontraron en su narrativa la voz de un hombre que hablaba por los que no tenían voz, y que se sigue haciendo sentir en quienes saben que la literatura debe cumplir esa función de denunciar las injusticias sociales y buscar la reivindicación de los que nada tienen. Las novelas escritas por este hombre sencillo, fallecido el 2 de mayo de 2016, son una radiografía de esa angustia de la gente que no sonríe porque lleva una tristeza tatuada en el alma.
Motiva esta columna sobre los siete años de ausencia del novelista nacido en Socha, el 11 de octubre de 1933, el deseo de que sobre su nombre no caiga en el óxido del olvido, ese que lleva al silencio sobre su obra a escritores que en su momento figuraron como los más leídos del país. Poco se escribe ya sobre Eduardo Caballero Calderón, Manuel Mejía Vallejo, Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella, David Sánchez Juliao, Eutiquio Leal, Héctor Sánchez, Óscar Collazos, Arnoldo Palacios, Andrés Caicedo, entre otros. Es como si su inmenso legado literario no importara. Se salvan de esta lista Jorge Isaacs y José Eustasio Rivera porque sus obras, María y La vorágine, fueron representativas a nivel latinoamericano de dos grandes corrientes literarias. Y, desde luego, García Márquez.
Otro motivo para recordar al autor de ‘La rebelión de las ratas’ fue haber encontrado en una librería de Ibagué el libro ‘Fernando Soto Aparicio frente al espejo’, publicado por Caza de Libros, en cuyas páginas se recogen análisis sobre su pensamiento social y entrevistas que le hicieron en diferentes momentos de su vida, como la de Gonzalo Arango, publicada en la revista Cromos el 27 de junio de 1966, donde el padre del nadaísmo dice que ‘Mientras llueve’ “se salvó por un pelo de ganarse el Premio Esso”. En este libro escriben sobre su obra Isaías Peña Gutiérrez, José María Stapper, Benhur Sánchez Suarez, Javier Ocampo López, Ignacio Ramírez, Gustavo Páez Escobar, Fernando Cely Herrán, José Luis Díaz-Granados, Carlos Orlando Pardo y Óscar Perdomo Gamboa, entre otros.
Al leer ‘Fernando Soto Aparicio frente al espejo’ recordé, inmediatamente, el libro ‘Soto Aparicio o la filosofía en la novela’, de Beatriz Espinosa Ramírez. En este se habla sobre la estrecha relación entre literatura, filosofía e historia, tres constantes en la narrativa de Soto Aparicio; también de la búsqueda de la identidad latinoamericana que tanto preocupó al autor de ‘Y el hombre creó a Dios’. En el capítulo ‘Un estilo llamado Fernando Soto Aparicio’, la autora se detiene en el análisis del lenguaje del escritor para explicar cómo en la fuerza poética de su prosa se expresa un artista de la palabra que toma los elementos reales para estructurar relatos de gran belleza literaria. Beatriz Espinosa Ramírez señala que Soto Aparicio es el novelista que mejor entendió las creencias del hombre frente a Dios.
¿Por qué razón no debemos dejar que el nombre de Fernando Soto Aparicio caiga en el olvido? Porque fue “un espíritu iluminado por el fuego de la palabra”, un hombre que habló del amor como elemento para salvar el mundo, un escritor que tomó al ser humano como centro de sus preocupaciones literarias. O, como escribió Guillermo Velásquez Forero, “un hombre a quien en el agua pura de sus ojos le brillaba el niño que llevaba adentro”. Porque fue un escritor que fustigó las desigualdades sociales, que creó personajes que son la imagen de quienes no tienen oportunidades en la vida, que supo retratar en sus libros a esos seres que deambulan por las calles sin nada entre las manos. Rudecindo Cristancho, Celina Franco Valdivia y Clara Vicenta Fernández simbolizan a quienes nada tienen.
Toda la obra literaria de Fernando Soto Aparicio está marcada por su preocupación social. En sus libros fulge la palabra para expresar la angustia de los desposeídos, un lamento por esta violencia que a diario mata, la tristeza que llena el alma de quienes habitan en zonas vulnerables. Haber leído, a temprana edad, ‘Los miserables’, la novela de Víctor Hugo, le abrió ventanas para llevar a su narrativa el dolor de la gente. Así como en su ‘Oración personal a Jesucristo’ está la fe de un hombre que eleva una plegaria a Dios para decirle que mire al mundo con ojos de piedad, en sus novelas late la preocupación de un hombre que mira la vida con la de esperanza en un mañana con justicia social. Estos siete años de ausencia de Fernando Soto Aparicio los sentimos en el alma quienes disfrutamos de su amistad.
JOSÉ MIGUEL ALZATE