A principios de enero de 1969 los Beatles se dieron cita para componer, en menos de un mes, un álbum entero que luego iban a tocar en un concierto monumental, el primero del grupo en tres años, para lo cual fantasearon con toda suerte de locaciones, desde un anfiteatro romano en Libia hasta un crucero por el Mediterráneo, desde la caverna que los vio nacer en Liverpool hasta la azotea de su edificio en Londres, que fue lo que al final pasó.
La idea era también filmar todo ese proceso y hacer una película, por lo que el director Michael Lindsay-Hogg encerró a los ‘fabulosos cuatro’ en un estudio de cine y los puso a tocar. Como si fuera uno de esos oprobiosos realities de hoy, con las cámaras y los micrófonos siempre prendidos. Solo que un reality protagonizado por los Beatles, que es lo más importante que le ocurrió a la humanidad en toda su historia.
Esa película se llama Let It Be (en internet se puede ver, aunque en la clandestinidad) y acabó siendo un desolador documento del final de la banda, el gris retrato de ese sueño que allí terminaba. Cuando se estrenó, en mayo de 1970, los Beatles se habían separado hacía un mes y era tan traumático su recuerdo que nunca aceptaron volverla a sacar en ningún formato. Nadie quiso ver jamás, en esa familia, las fotos de ese divorcio.
Pero ahora, cincuenta años y una pandemia después –el 2020 no vale–, el director Peter Jackson cogió todo ese material casi maldito, se encerró en su casa a verlo completo y se dio cuenta de que en esas más de ciento cincuenta horas de grabación lo que había era un tesoro. El final de los Beatles, sí, pero también la última prueba, día por día, en tiempo real, de su genio, su grandeza y su amistad.
La humanidad no conoce un motivo de felicidad más grande que los Beatles, y el que quiera discutirlo que vaya y se las arregle con Mafalda.
Eso es lo que se ve en el documental que acaba de estrenar Disney Plus y que se llama Get Back, que era el nombre original de la sombría Let It Be. Las imágenes y las canciones son las mismas, muchas de las escenas también. Pero todo es distinto ahora porque el tiempo pasó y las heridas de esa época ya se cerraron y lo único que sobrevive es su belleza y su esplendor, la nostalgia del milagro que las hizo posibles.
Porque no hay ninguna duda de que los Beatles fueron un milagro, quizás el único, junto con Cien años de soledad, que le cupo en suerte al siglo XX. El azar no explica que esos cuatro seres se encontraran en la vida y se volvieran uno e irradiaran, durante esa década que hoy parece eterna, tanta felicidad. Es más: la humanidad no conoce un motivo de felicidad más grande que los Beatles, y el que quiera discutirlo que vaya y se las arregle con Mafalda.
Por eso Let It Be fue una cosa tan dolorosa, porque el tiempo no había pasado y nadie quería que los Beatles se acabaran. Nadie lo podía creer ni aceptar; ni ellos mismos, se ve, que fueron los primeros en sufrir la certeza de que el hechizo se estaba terminando. Por eso había que culpar a Yoko, o a Linda, o a John, o a Paul, o a George, o a Ringo: nadie quiere nunca ser el responsable de que el mundo se acabe.
En Get Back, en cambio, ya nos sabemos el final de la película y lo que queda son solo los buenos momentos: la sabiduría y el hastío de George, el humor y la dulzura de John, la nobleza de Ringo ("mientras todo esto se esfumaba..."), el genio de Paul, quien trata de empuñar, hasta el final, la magia de lo que fue y que florece allí por última vez, la vemos ocurrir, esa es la gracia de la película, y luego desaparecer. Pero su estela crece con los años.
Porque lo mejor de todo es que el milagro de los Beatles nunca muere. Al revés: se renueva con todo aquel que lo descubre por primera vez, como si su música devolviera el reloj del mundo al instante mismo de su creación.
Eso es Get Back: volver allí, con ellos, para siempre hasta el final.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
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