Buscando salidas

Un acuerdo alrededor de varios temas nos permitiría salir de la crisis sin tantas cicatrices.

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Pocas veces –por no decir nunca– había visto al país en una situación tan difícil como la que estamos viviendo hoy. Las cosas, sobra decirlo, no están saliendo bien.
Las cifras sobre la situación en materia de pobreza son alarmantes: 21 millones de personas no tienen un ingreso suficiente para comer y pagar un techo. Cuatro millones de colombianos cayeron a la pobreza en 2020 en las principales ciudades del país –más de la mitad de ellos en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla–. Este fenómeno está entrelazado con el aumento en el desempleo, cuya tasa en marzo pasado fue 14,2 % para el total nacional y 16,8 % en las 13 ciudades principales.
A las preocupaciones actuales se debe sumar la noticia reportada por Bloomberg, según la cual los bonos colombianos se están transando a precios comparables a los de países que no tienen grado de inversión.
Escribo esta nota en una ciudad en estricta cuarentena, en la que el silencio retumba, recordando que la reactivación económica y del empleo está en suspenso.
Algunos han optado por la critica y el desahogo. No les faltan razones. Se puede hablar de la falta de coordinación entre el Gobierno y su partido, de la mala comunicación, del aislamiento que se siente, en fin, hay muchos motivos para quejarse. No añadiría mucho si me sumo a ese coro.
Este es el momento para plantear fórmulas y buscar salidas, para lo cual propongo tres puntos.
Primero, se debe atender con carácter prioritario la situación de empleo y pobreza. Esto significa extender en el tiempo los programas Ingreso Solidario y de Apoyo al Empleo Formal (Paef), que debe convertirse gradualmente en un subsidio a la contratación de nuevos trabajadores. Repotenciar estos programas –que será necesario mantenerlos por lo menos tres años– requeriría $ 7 billones al año. Por esta razón, es necesario buscar fuentes estables de recursos.
Segundo, para financiar estos gastos adicionales no se debe apelar a la clase media, que, según estándares internacionales, corresponde a hogares en los que el ingreso promedio (por cada miembro) está entre $ 725.000 y $ 3’625.000. Si en las condiciones actuales se aumenta la carga tributaria de este grupo –al ampliar la base del IVA o la del impuesto de renta– se invocaría la solidaridad equivocada: la mayoría de personas en este grupo también está atravesando dificultades. Lo adecuado, social y económicamente, es que la solidaridad corra por cuenta de los individuos con mayor capacidad económica.
Algunas opciones para considerar son la reducción del tope a las rentas exentas de 40 a 35 % (con lo cual se pueden recaudar $ 2 billones al año), la extensión del impuesto al patrimonio ($ 1,5 billones) y el incremento a 15 % en la tarifa del impuesto a los dividendos ($ 0,3 billones). Adicionalmente se debe ofrecer una nueva oportunidad de normalización de activos no declarados que, por cierto, ha dado excelentes resultados desde que la adoptamos en 2014 ($ 1,2 billones). Ahí están los $ 6 billones requeridos para contener la debacle social y laboral. La cifra puede subir a $ 7 billones si se adopta el impuesto a las bebidas azucaradas y alimentos ultraprocesados.
Tercero, el Gobierno debe presentar un proyecto de presupuesto para 2022 con los mismos niveles de gasto de 2019, exceptuando los programas mencionados en el primer punto. Al mismo tiempo, deben postergarse algunos de los beneficios tributarios otorgados a las empresas, como el descuento del impuesto de Industria y Comercio. Este componente le daría a la Dian $ 7 billones al año. Sumada la austeridad del gasto y el aplazamiento de estos beneficios se podría reducir el enorme déficit fiscal a partir del próximo año.
Esto quiere decir que la reforma tributaria debería buscar $ 14 billones: $ 7 billones para la nueva política social y $ 7 billones para la estabilización fiscal. Sería un paquete equilibrado tanto en sus fuentes como en sus usos.
Un acuerdo alrededor de estos temas nos permitiría salir de la crisis sin tantas cicatrices y, al mismo tiempo, conservar el grado de inversión, lo cual es bueno para todos.
Mauricio Cárdenas

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