Hubo un momento, a finales de los ochenta, en que los libros del escritor checoslovaco Milan Kundera no solo vivían en la mesa de noche sino en boca de los lectores colombianos: obras tan brillantes como La broma (1967), El libro de los amores ridículos (1968), La vida está en otra parte (1972), La despedida (1973) y El libro de la risa y el olvido (1979), publicados en español por Seix Barral –y luego, en la cumbre de su popularidad, por Tusquets Editores–, iban de mano en mano en el mundo entero como críticas furibundas del totalitarismo y elogios del humor como herramienta para la emancipación.
Kundera, nacido en Moravia en 1929, había estudiado música, literatura, cine y estética en medio de una tensa relación con el Partido Comunista de Checoslovaquia: fue en 1975, después de encarar la persecución y la censura soviética, luego de ganarse la vida como profesor de cine y pianista de jazz, que se vio obligado a exiliarse en París. A partir de ese momento, su popularidad como novelista, que venía creciendo, fue más que evidente entre los críticos y los lectores del mundo. A principio de los noventa colombianos, cuando aparecieron La insoportable levedad del ser y La inmortalidad, era imposible ser indiferente a su trabajo, a su voz.
Kundera fue uno de los observadores más lúcidos del mundo contemporáneo: sus relatos, que con facilidad pasmosa iban de lo dramático a lo ensayístico, fueron bellos compendios de gestos ridículos, bestiarios de personajes de nuestro tiempo, llamados a pensarse dos veces el mundo en el que estamos viviendo. Sus ensayos de El arte de la novela siguen siendo una guía para todo aquel que se dedique al oficio de escribir. Sus últimos libros, de La lentitud (1995) a La fiesta de la insignificancia (2014), son miradas reveladoras a las manías humanas en el cambio del milenio.
Es claro que no hará falta Kundera: su obra se abre paso día a día entre los lectores.
EDITORIAL